De un tiempo a esta parte las investigaciones sociológicas alertan sobre una progresiva radicalización entre los jóvenes europeos. Según una reciente encuesta del canal Channel 4 del Reino Unido, más de la mitad de los jóvenes de entre 13 y 27 años están a favor de una dictadura. Y, en la misma línea, el diario The Times ha constatado que casi un 60 % de los encuestados quieren que se recupere la pena de muerte. Entre nosotros es un hecho que un tanto por ciento no menor de jóvenes se sienten atraídos por partidos de ultraderecha como Vox.
La socióloga y profesora de la Universidad Complutense de Madrid, Elisa García Mingo, expresa una gran preocupación por esta situación, que atribuye al hecho que para la juventud europea “es más rebelde y transgresor ser de derechas, radical y soltar exabruptos”. La socióloga ha lamentado que hace ya años que asistimos a este lento pero constante proceso, y no se haya hecho nada para corregirlo: “No hemos preparado a estos jóvenes para informase y tener una educación democrática para resistir a estas ideas reaccionarias”.
Según una reciente encuesta del Channel 4 de Reino Unido, más de la mitad de los jóvenes de entre 13 y 27 años están a favor de una dictadura
En efecto, ya hace tiempo que asistimos en directo, y por tercera vez en la historia reciente de Europa, al hundimiento del mito ilustrado según el cual a más cultura correspondería correlativamente un mayor incremento de los valores democráticos: libertad, igualdad, fraternidad. Como si estos valores brotasen de manera natural en los cerebros de las personas cultas.
Por cierto, hablar de valores ha servido durante los años recientes, y especialmente en instituciones educativas de ideario cristiano, como una especie de lengua franca para vehicular, un diálogo con ateos y agnósticos a base de compartir “los valores cristianos”.
Los vínculos se fortalecen en la familia, en la escuela o en asociaciones
A estas alturas de la película se impone una crítica de dicho modo de proceder. Una crítica muy radical la realizó tiempo atrás el profesor de Lógica Carles Llinàs en el Aula Magna del Ateneo Universitario Sant Pacià. Según Llinás, centrar el discurso educativo en el lenguaje de los “valores” es una abstracción y una especie de cosificación.
No en vano, recordaba el profesor de Lógica, el lenguaje de los valores proviene del mundo de la Bolsa en el que los supuestos valores están sometidos a la inestable fluctuación del mercado. Por eso, sin dejar de usar, con las debidas cautelas, el lenguaje de los valores, parece oportuno y necesario articularlo con otro concepto clave, que es el de los vínculos.
Los valores como principios morales guían al individuo, pero no le dan amparo ni compañía; por si mismos no mueven a actuar
Ciertamente, si lo examinamos con atención, los valores como principios morales guían al individuo, pero no le dan amparo ni compañía. Los valores indican dirección, pero por si mismos, no mueven a actuar. Los valores exigen, pero no consuelan. Los valores muestran el camino a seguir, pero no alimentan al caminante. Los valores delatan nuestras incoherencias y de alguna manera juzgan nuestros errores o faltas, pero no pueden ofrecernos la experiencia del perdón. Los valores muestran en positivo lo que tendría que ser, pero no pueden desatar los nudos interiores de nuestra compleja condición humana. Los valores, si son buenos, apuntan al futuro, pero no tienen, por si mismos, la fuerza de inyectar la esperanza necesaria para hacer posible ese futuro deseado.
Por el contrario, son los vínculos los que acompañan. Son los vínculos los que mueven a actuar. Son los vínculos los que dan amparo, los que acogen, promueven y consuelan. Son los vínculos los que crean y mantienen comunidades reales y concretas donde alimentar y relanzar los proyectos esperanzados.
Son los vínculos los que mueven a actuar, los que dan amparo, los que acogen, promueven y consuelan
Y la pregunta es obvia: ¿Dónde se establecen y dónde se fortalecen dichos vínculos? Pues, en la familia, en la escuela, en la variada gama de grupos humanos, asociaciones y fórums de agregación libre diversa (deportes, excursionismo, música, canto, artes escénicas) y especialmente en los regidos por propósitos humanistas (voluntariados, foros de debate, …). Pero ¿y los vínculos que puedan ayudar a deshacer los nudos interiores de la compleja personalidad humana y, en todo caso, proveer la experiencia del perdón? Ahí aparecen sin duda las iglesias, los centros de culto evangélicos, las mezquitas, las sinagogas,… es decir las comunidades religiosas.
Una hipótesis final se deduce en coherencia de todo lo analizado. Es plausible plantear que la radicalización ultraderechista de los jóvenes europeos está en relación directamente proporcional con el decrecimiento de la actividad religiosa, y muy especialmente la cristiana en Europa.