No es precisamente una expresión muy de moda, y todavía lo es menos llevarla a la práctica con acciones concretas de nuestra vida. Nos han colonizado las categorías y los modelos culturales de un mundo que rechaza todo aquello que pueda parecer que va contra la persona y su libertad. Nadie parece muy dispuesto a aceptar acciones mal hechas, ni tampoco a intentar cambiarlas, y todavía menos –¡parece una locura!– creer que con nuestras acciones mal hechas somos desagradecidos al amor de Dios. Aceptar que somos pecadores no se lleva. Y en cambio, cuando reconocemos que hacemos daño y nos enmendamos, somos más libres y crecemos como personas y como hijos de Dios. Porque realmente hacemos mal y ofendemos los otros; cooperamos al mal del mundo y, por encima de todo, ofendemos a Dios y somos unos grandes desagradecidos con el inmenso amor que Él nos tiene. Hace falta cambiar, convertirnos, abrirnos a la nueva manera de ver las cosas, desde Jesús, bajo la guía de su Espíritu.
Los días de la Cuaresma y acercándose la Pascua son también días de penitencia, con el fin de tomar conciencia del propio pecado y poder pedir perdón. Dejémonos interpelar por la condena del asesino Caín que nos acusa como si fuéramos todos hermanos y colaboradores suyos (¡y lo somos!), y que nos haca la pregunta desgarradora: “¿Qué has hecho de tu hermano?” ( Génesis 4,9-10). Dios nos quiere responsables de nuestros actos y de nuestras omisiones culpables. Por eso nos propone que cambiemos, que hagamos penitencia. La Cuaresma empieza dejando que la Iglesia misericordiosa y atenta nos imponga ceniza sobre la cabeza, y nos recuerde: “¡Convertíos y creed en el Evangelio!” ( Marcos 1,15). ¿Nos atreveremos a reconocer que hemos obrado mal e intentaremos cambiar y hacer penitencia?
Aceptar que somos pecadores no se lleva; en cambio, cuando reconocemos que hacemos el mal, somos más libres y crecemos como personas y como hijos de Dios
Mirar atrás a veces es de sabios. Un gran doctor de la Iglesia de Oriente, Juan Crisóstomo (350-408), patriarca de Constantinopla, cuando le cuestionan sobre los caminos de la penitencia propone cinco:
Primero reconocer los propios pecados. Si uno no es lo bastante sincero con Dios y con él mismo, y se disimula el alcance del mal que hay en él, este no cambiará nunca, ni mejorará, porque no deja que la luz entre dentro suyo. El segundo consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos. Si dominamos la ira, si olvidamos las faltas de los que nos rodean, atraeremos el perdón de Dios sobre nuestra vida mal hecha. El tercer camino de cambio y de mejora, llega con la oración ferviente y confiada, que brota de un corazón que ama a Dios.También tiene un poder muy grande, la solidaridad comprometida. Si compartes lo que tienes, si eres solidario con los que sufren, encontrarás perdón y cambiará tu tiniebla en luz. Finalmente el gran predicador propone un quinto camino, la humildad. Si somos humildes, atraemos la misericordia del Padre del cielo, que nos puede llenar con su gracia y nos quiere hacer llegar allí donde nosotros solos nunca habríamos podido llegar.