El día en que nos dimos cuenta de que sin efectivo no se come ni se compra

Cero energético

Casas de comidas que fiaron a la clientela asidua o súpers con y sin datáfonos

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Una terraza en un bar de la avenida Diagonal de Barcelona durante la jornada de ayer

Àlex Garcia

Con un mantel individual y una velita que iluminaba la mesa para uno en la penumbra del local. Así servía Carles Armengol el guiso del lunes al mediodía –calamares con patatas, guisantes y alcachofas–, en la cafetería de la librería +Bernat. La afortunada era una clienta habitual del establecimiento, donde los encargados celebraban no haberse quedado a oscuras la semana pasada, en pleno Sant Jordi. La comensal no tuvo problema en que le fiaran y, además, aprovechó el tiempo de la comida para escuchar la radio que funcionaba con pilas y a la que se fue acercando más de un peatón que circulaba por la calle Buenos Aires sediento de un poquito de información. “¿Se sabe algo? Podemos escuchar la radio con vosotros?”.

Ha de haber un apagón como el de ayer para que nos acordemos de la comunidad: de escuchar las noticias con desconocidos o de aquellas mesas precarias en los chaflanes durante la pandemia (¡qué lujo!). Para caer en la cuenta de que deberíamos volver a llevar algo de dinero en metálico, por lo que pueda suceder; o salir de vez en cuando a comer por el barrio y tejer complicidades con quienes atienden estos locales. Ayer al mediodía se juntaron mesas para picar algo, un bocadillo frío, o un guiso que, ya te advertían, se había enfriado. “Yo tengo tres euros, yo seis. Yo tengo diez”. Otra vez, ante los imprevistos, la vida de barrio y el conformarse con lo que hay sin exigencias.

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Colas y estanterías vacías en los supermercados: “He comprado como cuando la pandemia”

El pago electrónico fue la gran preocupación entre una clientela que ya no lleva metálico

Las hamburgueserías y otros locales de cocina rápida cerraron: algunas permanecían con la persiana bajada por completo, otras medio bajada y las había también subidas, pero con sillas para barrar el paso. Nada de cafés, tampoco.

Los supermercados suplieron a muchas casas de comidas y la gente hizo una civilizada cola, por ejemplo, ante El Corte Inglés de Francesc Macià, donde un dependiente tomaba nota del pedido y acompañaba a cada cliente al lineal oportuno. No hubo acopio de productos, explicaba a La Vanguardia aliviado Roger Gaspa, secretario general del Consell d’Empreses Distibuïdores d’Alimentació de Catalunya (Cedac). “Afortunadamente no hemos visto aquella imagen del papel higiénico que dejó huella durante la pandemia. Los supermercados grandes hicieron uso de sus grupos electrógenos, y todo funcionó con normalidad”.

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El pago con tarjeta, tanto en bares y restaurantes como en los supermercados, era el punto clave para poder comprar. “Eso es algo que no dependía tanto de la electricidad como de la cobertura del local, por lo que nos hemos encontrado con establecimientos en los que pudieron cobrar con tarjeta y otros en los que no”, explica Gaspa, quien señala que las tiendas más pequeñas, que no disponen del espacio suficiente para disponer de equipos electrógenos, se vieron forzadas a cerrar. No obstante, recuerda que el tiempo de mantenimiento es largo tanto en las neveras de casa como en las de los comercios, y todos los almacenes cuentan con grupos electrógenos: “Si la cosa se alargara muchas horas, ya estaríamos ante otro escenario”.

Según datos de Barcelona Oberta, sobre el 80% de los comercios del centro de Barcelona tuvieron que cerrar a partir del mediodía por falta de luz o datáfonos sin funcionamiento. Asimismo, añadió que las únicas incidencias estuvieron relacionadas con esas persianas que normalmente funcionan con electricidad y que fue necesario activar el sistema manual.

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Un camarero muestra al cliente el pago en metálico en una calculadora

Xavier Cervera / Propias

El lunes es día de cierre de muchos restaurantes, por lo que bastantes empresarios de la restauración se libraron del problema de ayer. Otros no tuvieron más remedio que cerrar sin poder satisfacer las reservas, que en casos de restaurantes de mucho nivel están gestionadas con meses de antelación. “Aunque tengamos gas, los extractores funcionan con electricidad”, explicaban desde la alta cocina barcelonesa. En los hoteles de lujo que tienen cafetería, esta ofreció bocadillos, ensaladas y otros platos fríos, solo para sus clientes, explicaban en el Monument Hotel, donde ayer era día de cierre de su restaurante triestrellado.

“¿Cómo me llamas en pleno apagón?”, respondía con una pregunta desde la meseta castellana Rafa Peña, del barcelonés Gresca, quien explicaba que apenas había conseguido comunicar unos segundos con Mireia Navarro, su pareja, quien le contó que se habían visto obligados a cerrar, como hicieron muchos de sus colegas del sector. No fue el caso del 7 Portes, uno de los restaurantes más emblemáticos y más antiguos de la ciudad, que se adaptó ayer a la singular circunstancia, y abrió puertas. No era la primera situación peculiar a la que hacían frente en su larguísima andadura. Ni será la última.

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