La Guardia Civil detuvo el pasado jueves a un hombre en Girona por difundir vídeos de violentas agresiones entre menores a través de una aplicación de mensajería instantánea. Noticias como estas no son aisladas. Detrás hay un ecosistema que monetiza la violencia y la convierte en contenido viral, con víctimas vulnerables expuestas, espectadores anónimos y plataformas que permiten —o al menos no impiden— su proliferación y alcance.
Lo cierto es que el detenido contaba con más de 164.000 seguidores y requería autorización previa para acceder a su contenido. Los vídeos, que se compartían en el grupo, correspondían a una práctica conocida como happy slapping (bofetada feliz, en español), que combina la agresión física con la difusión digital, creando un espectáculo de la violencia donde la víctima es humillada ante una audiencia global.

Detenido por difundir vídeos de agresiones entre menores a través de una aplicación de mensajería instantánea.
¿Qué lleva a miles de personas a disfrutar del sufrimiento ajeno?
La investigación se inició tras la denuncia de una mujer cuya hija menor había sido víctima de una agresión grabada en Sevilla y, posteriormente, difundida en dicho canal. Un agente de la Guardia Civil se infiltró en la aplicación con el fin de obtener pruebas de las actividades delictivas y, durante la investigación, se realizó un registro en el domicilio del detenido y se incautaron diversos dispositivos electrónicos y teléfonos móviles.
Pero, ¿qué lleva a miles de personas a disfrutar del sufrimiento ajeno, especialmente cuando las víctimas son menores? Para Mireia Cabero, psicóloga especializada en cultura emocional, “se trata de perfiles con una sensibilidad emocional muy baja, o incluso de individuos que solo logran experimentar emociones a través de situaciones extremas o de riesgo”.

La Guardia Civil ha detenido en Girona a una persona por difundir vídeos de agresiones entre menores a través de una conocida aplicación de mensajería instantánea.
Lo más preocupante, advierte, es el caso —aunque minoritario— de quienes realmente obtienen placer del dolor ajeno, es decir, aquellas con un perfil psicopático. La experta aclara que no todos los seguidores de estos grupos encajan necesariamente en esa descripción, pero sí existe “un pequeño porcentaje cuya única fuente real de placer es el sufrimiento de los demás”.
Entre esos seguidores también puede haber “perfiles cargados de rabia, que proyectan en esas escenas lo que nunca se han atrevido a hacer” y, en vez de ver a un menor siendo agredido, “se imaginan a alguien concreto de su vida”.
Facilidad para obtener estos contenidos
Por desgracia, la facilidad para acceder y obtener este tipo de contenido es muy sencilla. “En primer lugar, los propios menores son los que proporcionan el contenido. En segundo lugar, las familias no controlan realmente el uso que hacen adolescentes y niños en redes sociales y, por último, son los propios parientes los que difunden estas agresiones para denunciar, de alguna manera, la situación”, resume el profesor Pablo Duchement, perito judicial informático, especialista en delitos perpetrados por y contra menores en redes sociales.
Otra de las preguntas que surgen es cómo se articulan estos grupos y logran llegar a miles de personas. Paradójicamente, el administrador del canal no suele ser quien más se esfuerza por atraer nuevos miembros. Esta tarea recae en los propios usuarios, conocidos en estos entornos como evangelizadores. “Son personas que desean que el grupo prospere porque les proporciona satisfacción, y se convierten en promotores, quitando al administrador la responsabilidad de difundir el canal”, explica el experto.
No hay recursos para perseguir a toda esa gente. Por eso, los esfuerzos policiales se centran principalmente en los administradores
Normalmente, difunden estos grupos en foros o redes sociales, usando códigos o jerga específica que solo los usuarios entienden. Este funcionamiento, además de “liberar al administrador en la expansión del canal, dificulta el trabajo de las fuerzas y cuerpos de seguridad”. “No hay recursos para perseguir a toda esa gente. Por eso, los esfuerzos policiales se centran principalmente en los administradores”.
La dinámica tiene, además, un efecto multiplicador: si un evangelizador logra atraer a diez más y cada una de ellas hace lo mismo, “el crecimiento es exponencial”. En algunos casos, la percepción de impunidad es tal que “los usuarios comparten directamente el enlace al canal de forma abierta, porque saben que difícilmente se les va a perseguir”.
El experto califica estos grupos como un “problema muy grave”, y asegura haber constatado su presencia en distintas plataformas de mensajería como WhatsApp, Telegram o Discord. “Las aplicaciones presumen de utilizar sistemas de cifrado para proteger la privacidad de sus usuarios. Sin embargo, en la práctica, este cifrado también funciona como una barrera legal que impide exigir responsabilidades a las plataformas de aquello que transmiten los usuarios”.