Cuando el papa argentino eligió el nombre de Francisco, muchos se sorprendieron. Hoy entendemos que no podría haber sido otro. En él resuenan el clamor de la tierra, el canto de las criaturas y una revolución silenciosa: la que transforma el poder en servicio, la jerarquía en comunión y el arte en camino de salvación.
La visión en la iglesia de San Damián, donde la imagen del crucifijo habló al poverello de Asís diciéndole: “Ve y restaura mi Iglesia, que como ves está en ruinas”, ha sido la clave del pontificado de Francisco.
Como el santo de Asís, el Papa se sintió atraído por la pobreza, la naturaleza y la sencillez; una revolución que tuvo como aliados a los artistas y a los jóvenes
Mirando en retrospectiva su pontificado, la analogía es evidente: los dos inauguraron un mundo más justo, más profundo, más bello, pero sobre todo más vivo. No como un ideal estético, sino como actitud vital. Permitieron a los hombres descubrir la armonía en todas las cosas a través del servicio y percibir aquello que la realidad, en apariencia, ocultaba: el amor incondicional de Dios. Como el santo de Asís, el papa se sintió atraído por la pobreza, la naturaleza y la sencillez. Una revolución que tuvo como aliados a los artistas y a los jóvenes, dos fuerzas capaces de transformar la sociedad.
A la muerte de san Francisco, su ciudad natal se convirtió en la cuna del arte italiano gracias a los frescos atribuidos a Giotto que narraban su vida. El pintor florentino supo representar aquella revolución espiritual, vista por algunos como herejía, por otros como exageración, y como vida nueva por quienes decidieron seguirla. Ese legado resultó imborrable: por primera vez el arte hablaba de la vida tal cual es. En 2015, para la encíclica Laudato si', el papa Francisco se inspiró en el Cántico de las criaturas del santo italiano, y citó los frescos de Giotto como fuente de inspiración.
En 2021, el papa Francisco inauguró una galería de arte dentro de la Biblioteca Vaticana.
El arte fue un hilo rojo sutil. Desde el inicio del pontificado hasta el último día. Con Francisco, el Vaticano empezó a participar en la Bienal de Arte de Venecia, encontrando y promoviendo artistas en la manifestación más importante del mundo. En 2024, en el último año de su ministerio, Francisco se convirtió en el primer pontífice en visitarla. Desde el primer día al último de su papado tuvo claro que el artista tiene una misión profética. Lo dijo con claridad: “El mundo necesita artistas”, señalando el arte como motor de la cultura del encuentro.
La última Bienal llevaba un título especialmente elocuente: Extranjeros por todas partes. En consonancia, el pabellón de la Santa Sede se instaló en la cárcel de mujeres de la isla de la Giudecca, donde las internas participaron activamente en la creación de varias obras. Obras de mujeres, presas, vivas.
Francisco se convirtió en 2024 en el primer pontífice en visitar la Bienal de Arte de Venecia
A la vez, Francisco retomó la tradición instaurada por san Pablo VI de acercar la Iglesia al arte contemporáneo, incorporando a las colecciones vaticanas obras de Chagall, Picasso, Dalí y Matisse, junto con interpretaciones bíblicas de artistas actuales como Studio Azzurro o Richard Long. En 2021, inauguró una galería de arte dentro de la Biblioteca Vaticana. Su primera exposición, Todos. La humanidad en camino, fue concebida como un puente entre los tesoros bibliográficos y la creación contemporánea.
El llamado del papa a los artistas fue claro: ser creadores de una ética cultural profunda y sincera. “Os ruego, queridos artistas, que imaginéis ciudades que aún no existen en los mapas: ciudades donde ningún ser humano sea considerado un extraño.”
En la última Bienal de Arte de Venecia, el pabellón de la Santa sede se instaló en la cárcel de mujeres de la isla de la Giudecca.
Para ello no basta con el talento: se requiere una educación en la vida, que el Papa resumió en 2024, durante un encuentro con los rectores de América Latina: “Ustedes tienen que formar a los chicos y a las chicas en los tres lenguajes humanos: el de la cabeza, el del corazón y el de las manos. De tal manera que aprendan a pensar lo que sienten y lo que hacen, a sentir lo que hacen y lo que piensan, y a hacer lo que sienten y lo que piensan, en la armonía de los tres lenguajes. Los tres lenguajes juntos y en armonía.” Quizás haya sido, para dejar un testimonio claro de una nueva manera de hacer arte, que su última firma haya servido para declarar venerable a Antoni Gaudí, el autor de la catedral inconclusa, de la cual todos salen conmovidos.
El legado de Francisco no reside entonces en la custodia del arte, sino en la formación de un mundo de artistas. Aquel grito —“¡Todos, todos, todos!”— que dirigió a los jóvenes durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa resume, en cierta forma, su verdadero testamento espiritual.
Su última firma ha servido para declarar venerable a Antoni Gaudí, el autor de la catedral inconclusa, de la cual todos salen conmovidos
El fin de semana de su funeral, estaba prevista la canonización del joven Carlo Acutis. Por ello, 150.000 jóvenes se encontraban ya en Roma. Así, la despedida de Francisco se convirtió, espontáneamente, en una celebración de sus herederos: los jóvenes, futuros artistas de la vida.