La tarde iba hacia el despeñadero condenada por el mal juego de los toros de Fuente Ymbro, impecables en su trapío coronado por generosas cornamentas pero vacíos de casta, nulos en su entrega. Pero salió el quinto, Comisario por nombre y segundo del lote de Román, y todo cambió. Los primeros tercios si no depararon grandes momentos sí dejaron intuir que el toro no tenía nada que ver, en cuanto a su comportamiento, con los cuatro anteriores y el primero en verlo fue el propio diestro valenciano.
El toro casi en tablas y Román más allá de los medios, el cite con la muleta en la diestra y Comisario galopando brioso y alegre hacia el trapo rojo y una primera serie en redondo vibrante. Para la segunda, de nuevo mucha distancia entre toro y torero en el cite de inicio, la misma entrega del toro, la misma firmeza del torero.
Así llegaron después series por uno y otro pitón, asentado Román, preclaro diría, corriendo y bajando la mano y embestidas largas, emotivas. En una de esas, en un natural, el toro le levantó del suelo con el pitón en la corva, ya en la arena Román, se agarró de la punta del pitón y libró la cornada. Recrecido, una nueva serie y bernadinas de infarto. Un pinchazo previo a la estocada no fue óbice para que cortara una oreja de gran mérito que, con su sempiterna sonrisa, paseó entre ovaciones en la vuelta al ruedo.
Quedaba otro, para el mexicano Diego San Román, que en su primero había confirmado alternativa sin opciones de lucimiento pero dejando la impresión de torero capaz y con valor.
El diestro mexicano Diego San Román recibe con el capote al primero de los de su lote
Una impresión corroborada con creces en el que cerraba plaza, toro violento, que embestía a arreones y al que plantó cara con admirable determinación logrando pasajes con la mano izquierda de gran mérito. Si la estocada no hubiera resultado defectuosa el premio de la oreja parecía seguro pero se tuvo que conformar con el reconocimiento de afición y público, que no siempre van de la mano.
El resto, lo anterior, mejor dicho, resultó frustrante pues los de Fuente Ymbro no hicieron honor a lo que de ellos se espera.
Y fue una pena porque nos privó de la asolerada tauromaquia del linarense Curro Díaz, que en su primero, áspero y sin recorrido, apenas pudo dejar un par de trincherazos y vanos intentos para meterlo en la muleta y al cuarto, Tremendo de nombre y morfología, hubo de perseguirlo por distintos terrenos del ruedo sin posible lucimiento en las descompuestas embestidas, entre una incomprensible acritud de cierto sector que, a veces, confunde la velocidad con el tocino.


