Los ataques han sido rápidos y furiosos. En cuestión de meses, el gobierno de Trump ha cancelado miles de becas de investigación y ha retenido a los científicos miles de millones de dólares. Se han cancelado abruptamente proyectos en Harvard y Columbia, dos de las mejores universidades del mundo. La semana pasada Trump revocó la capacidad de Harvard para matricular estudiantes internacionales (una decisión paralizada de momento por una jueza). Según una medida presupuestaria propuesta, los principales organismos recortarían hasta un 50% su financiación de la investigación. La superioridad tecnológica y científica mundial de Estados Unidos ha convertido durante mucho tiempo el país en un imán para el talento. Ahora, algunas de las mentes más brillantes del mundo buscan afanosamente la salida.
¿Por qué se dedica el gobierno a socavar su propio establishment científico? El 19 de mayo, Michael Kratsios, asesor científico del presidente Donald Trump, expuso la lógica de semejante comportamiento. La ciencia necesita una sacudida, afirmó, porque se ha vuelto ineficiente y esclerótica, y sus profesionales están atrapados en un pensamiento de grupo; sobre todo, en materia de diversidad, equidad e inclusión (DEI). Puede que la lógica parezca razonable. Sin embargo, si analizamos de cerca lo que está sucediendo, el panorama resulta alarmante. La arremetida contra la ciencia es indiscriminada e hipócrita. Lejos de liberar el quehacer científico, el gobierno le está causando un grave daño. Las consecuencias serán nefastas para el mundo, pero Estados Unidos pagará el precio más alto.
La Administración Trump cree que la ciencia necesita una sacudida y prescindir de la investigación menos innovadora, pero las medidas afectan a todos por igual
Uno de los problemas es que las acciones son menos selectivas de lo que afirma el gobierno. Las medidas de los funcionarios gubernamentales para acabar con la DEI, castigar las universidades por los incidentes de antisemitismo en los campus y recortar el gasto público general han convertido la ciencia en un daño colateral. La sospecha de que los científicos impulsan el pensamiento woke ha llevado a los responsables de las subvenciones a ser alérgicos a palabras como trans y equidad. En consecuencia, no sólo se están eliminando los planes de educación inclusiva, sino también toda una serie de trabajo científico ortodoxo. Se ha rechazado la financiación de estudios que pretenden, por ejemplo, evaluar los factores de riesgo de cáncer en función del origen étnico o la prevalencia en función del sexo de las enfermedades de transmisión sexual.
El ataque a las universidades de élite lleva esa política a un extremo ilógico. Dado que la Casa Blanca las considera bastiones del wokismo y el antisemitismo, ha retenido la financiación de la investigación en Harvard y Columbia, sin discriminación de las materias. De la noche a la mañana, se han detenido proyectos de todo tipo, ya sea sobre el Alzheimer o sobre física cuántica. Y, si alzan la voz y advierten del daño causado, los científicos corren el riesgo de ser vistos como parte de una despreciativa élite anti-MAGA protegida durante demasiado tiempo.

La investigación sobre el clima está en la diana de Trump
De modo más fundamental, la afirmación según la cual Trump acabará con el pensamiento de grupo resulta hipócrita. El movimiento MAGA reserva un odio especial a los investigadores de la salud pública y el clima, a los que considera unos quejicas aprensivos decididos a cercenar las libertades de los estadounidenses, como hicieron con los confinamientos y la suspensión de las clases durante la pandemia de covid-19. La consecuencia será la brutal reducción del gasto en investigación sobre vacunas y cambio climático. Los funcionarios están tratando de imponer abruptamente nuevas normas que dictan a los científicos las áreas de investigación a las que pueden dedicarse y aquellas que están vedadas, un alarmante retroceso en una república fundada sobre los valores librepensadores de la Ilustración.
Las medidas, con especial inquina a la salud pública y a la investigación climática, no entran en los problemas que sí tiene la ciencia de EE.UU.
Mientras tanto, se descuidan los verdaderos problemas del funcionamiento de la ciencia en Estados Unidos. Kratsios tiene razón en que hay demasiada burocracia. Los mejores investigadores del país afirman pasar dos de cada cinco días rellenando formularios y realizando otras tareas administrativas, en lugar de estar en el laboratorio. La investigación es cada vez más incremental. Merece la pena probar nuevas formas de financiación, como las loterías. Sin embargo, por ahora la Casa Blanca no ha establecido planes para que la ciencia funcione mejor. De hecho, si los científicos no saben con certeza si su trabajo seguirá recibiendo financiación, o si tienen que acudir a los tribunales para impugnar las suspensiones arbitrarias de subvenciones, resulta evidente que la ciencia estadounidense es menos eficaz y no más.
El Congreso y los tribunales todavía pueden actuar para limitar la escala y el alcance de esas iniciativas anticientíficas. Aun así, los daños de los últimos meses no tardarán en hacerse sentir. Los salvajes recortes a la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica se traducen en peores previsiones meteorológicas, lo que dificulta que los agricultores sepan cuándo plantar sus cosechas y que las autoridades locales se preparen para los desastres naturales. Los sufridos por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades dificultarán la vigilancia y, por lo tanto, la contención de los brotes de enfermedades.
También habrá perjuicios a más largo plazo. Aunque Trump espera que sus aranceles atraigan a las empresas para que inviertan en Estados Unidos, es poco probable que el gasto en investigación realizado por ellas cubra los mismos vacíos que el trabajo básico financiado con fondos públicos, gran parte del cual tarda años en comercializarse, si es que llega a hacerlo. Con la congelación de la financiación, surge el peligro de la fuga de cerebros. En los tres primeros meses del año, el número de solicitudes de trabajo en el extranjero por parte de científicos estadounidenses aumentó un tercio en comparación con el mismo período de 2024; los investigadores extranjeros que solicitan acudir a Estados Unidos descendieron una cuarta parte. La reputación del país como acogedor de talentos no se recuperará con facilidad. Si arraiga la creencia de que se coarta la libertad académica, los científicos que se queden podrían autocensurar sus líneas de investigación durante los próximos años.
Las consecuencias se dejarán sentir en todo el mundo. Estados Unidos es el mayor promotor de investigación pública del planeta; alberga a la mitad de los premios Nobel de ciencia y a cuatro de las diez mejores universidades de investigación científica. El conocimiento aportado por los científicos estadounidenses y las innovaciones resultantes, como Internet y las vacunas de ARN mensajero, han sido una bendición para la humanidad. Cuando Estados Unidos se retira, todo el mundo se ve privado de los frutos de su inventiva.
Ahora bien, Estados Unidos será el país que más sufrirá. A principios del siglo XX, no había en el mundo ninguna rama de la ciencia encabezada por el Tío Sam. A finales de siglo, no había ninguna no encabezada por él. Los triunfos estadounidenses (su pujanza económica y su poderío tecnológico y militar) han estado imbricados con ese éxito científico. A medida que Estados Unidos retroceda, cederá terreno como superpotencia científica a una China autoritaria, con todos los beneficios que ello confiere. La arremetida MAGA contra la ciencia no sólo tiene que ver con la política DEI y con las universidades. Es, ante todo, un acto de autoagresión.
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Traducción: Juan Gabriel López Guix