La tarde de este miércoles en Las Ventas se anunciaba como Corrida de la Prensa, que cumple 125 años desde la primera, datada el 12 de junio de 1900, organizada por la Asociación de la Prensa de Madrid y a beneficio de los periodistas madrileños.
El motivo inicial de lo que luego ya sería un festejo anual, salvo en el periodo de la Guerra Civil y , recientemente, en los dos primeros años del Covid, no fue otro que el de limar asperezas entre el ministro de Estado y el director del diario El Liberal. Otros tiempos, claro.
Siempre ha sido la de la Prensa corrida con cartel postinero y al triunfador en la misma se le otorga el galardón Oreja de Oro, creado por Armando Palacio Valdés, que fue secretario de la asociación y crítico taurino de ABC y La Vanguardia.
Para la ocasión, Morante, Talavante, Rufo; toros de Garcigrande; Las Ventas con -otro más- cartel de “no hay localidades”; la presidenta de la Comunidad luciendo palmito y, para qué nos vamos a engañar, todas las miradas puestas en Morante de la Puebla, en su primera comparecencia en la feria.
Para empezar, seis verónicas, seis caricias, apenas movimiento en los brazos, quietas las zapatillas. Morante, ea. Y un quite a cuerpo limpio del matador al banderillero, vasito de agua en mano. Las cosas de las cosas.
Inicio de faena semigenuflexo por bajo que fueron una pintura y toreo en redondo reunido, cadencioso... El toro, de vez en cuando, se venía al cuerpo, pero librado el trance, naturales de lujo, armonía, temple. Y de nuevo derechazos sublimes antes del cierre, una obra de arte tras otra. Estocada arriba, el toro que tarda en doblar, fallo con el descabello y lo que iba para dos orejas se quedó en petición sobrada para una, pero el inquilino del palco, encantado de conocerse, se guardó el pañuelo.
Tomás Rufo brinda un toro a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso
No dio la vuelta al ruedo Morante, recogió ceremonioso la cerrada ovación y dejó el techo torero de la tarde a una altura sideral. Quedaban cinco.
Uno de ellos era el segundo del lote de Morante, que salió sin fijeza y corretón, por lo que el maestro se limitó a lidiarlo. Empujó el de Garcigrande en su primer encuentro con el caballo, pero no en el segundo y en banderillas no apuntó nada bueno.
Y Morante, que no vio motivo para otra cosa y fiel a sí mismo, tomó muleta y estoque de verdad y en un plis se lo quitó de enmedio. Se enfadaron con él, pero la lección del maestro ya la había dictado en el anterior y fue cum laude.
No dio la vuelta al ruedo Morante, recogió ceremonioso la cerrada ovación y dejó el techo torero de la tarde a una altura sideral
Poco que contar en los primeros tercios del segundo e inicio de faena de Talavante a pies juntos y por alto quieto como un poste. Una primera tanda en redondo algo rapidita, embestidas con escasa entrega , lo mismo en los naturales, y el torero extremeño optó por abreviar, pero la estocada se fue a los bajos.
Buen juego de brazos de Talavante en las verónicas a pies juntos de saludo al quinto y muletazos por alto de inicio antes de echarse la muleta a la diestra. Pero las embestidas ayunas de todo no invitaron a Alejandro a otra cosa que cortar por lo sano y mandarlo a las mulillas.
Recibió Tomás Rufo al tercero con verónicas a pies juntos y, tras el trámite de varas y banderillas, brindó a Díaz Ayuso, tan sonriente ella en su burladero del callejón.
Alejandro Talavante, en una de sus faenas de muleta
Inicio con la izquierda y sin probaturas, tanda con la diestra menos reunida y otra vez por el pitón izquierdo el toro embistiendo con menor entrega y recorrido, mientras empezaron a sonar las habituales discrepancias. Y ya poco más.
La corrida iba rápida, apenas hora y media cuando salió el sexto y tampoco alimentó esperanzas ante el capote de Tomás Rufo o en sus encuentros con el caballo.
Cara por las nubes, embestidas sin pizca de gracia y Rufo por allí pasándolo en derechazos y naturales voluntariosos, dicho sea sin ánimo de agravio, antes de tomar la espada Morante, sin puerta grande, dejó una faena para el recuerdo. Y el policía-presidente pegó un ¡pum! petardo.


