Pasar tiempo al aire libre tiene múltiples beneficios para nuestra salud física y mental. Como bien explica la Dra. Mar Luque, dermatóloga en el Hospital Clínic de Barcelona, “la luz natural favorece la síntesis de vitamina D, esencial para la salud ósea y el sistema inmunológico. Además, la exposición moderada a la luz solar puede mejorar el estado de ánimo, el ritmo circadiano y contribuir a una mayor actividad física, lo que repercute positivamente en nuestra calidad de vida”.
Al mismo tiempo, también acarrea algunos riesgos que merece la pena tener en cuenta. La luz ultravioleta (UV) es uno de los principales agentes agresores externos para nuestra piel. Sus efectos pueden causar envejecimiento prematuro (en forma de manchas, arrugas o pérdida de elasticidad de la piel), quemaduras solares y – lo más preocupante de todo– el desarrollo de cáncer de piel. “Incluso algunas exposiciones que no provocan quemaduras visibles pueden dañar el ADN de las células cutáneas”, remarca Luque.
La exposición prolongada y acumulativa a la radiación solar puede provocar daños a
corto y largo plazo en nuestra piel
Ante esto, es importante apostar por una exposición responsable a la luz solar. La dermatóloga señala que “es importante evitar las horas centrales del día (entre las 12 y las 16 h), usar siempre un fotoprotector de amplio espectro con FPS (fotoprotección solar) 30 o superior, volver a aplicarlo cada dos horas o después de bañarse, y también utilizar sombreros, gafas de sol y ropa adecuada”. Asimismo, merece la pena señalar que el bronceado no debe ser el objetivo a alcanzar.
Debemos tener en cuenta que los niños son especialmente vulnerables a los efectos del sol. “Su piel es más fina y menos capaz de defenderse frente a la radiación UV”, explica Luque. “Las quemaduras solares en la infancia se asocian con un mayor riesgo de melanoma en la edad adulta. Por eso, es esencial proteger a los niños desde pequeños con una fotoprotección específica para su edad, usando ropa y gorros, y evitando la exposición directa en las horas de máxima radiación”.
El mensaje es claro: la exposición prolongada y acumulativa a la radiación solar puede provocar daños a corto y largo plazo. En un primer término, según Luque, “puede causar quemaduras solares y reacciones fotosensibles”. Con el pasar del tiempo, “acelera el envejecimiento cutáneo y aumenta significativamente el riesgo de cáncer de piel, especialmente de melanoma, un tipo de cáncer cutáneo que se origina en los melanocitos, que son las células que producen el pigmento que da color a la piel. También de carcinoma basocelular, el tipo más frecuente de cáncer de piel, que suele originarse en zonas expuestas al sol como el rostro, la nariz y la frente; y de espinocelular, un cáncer que se origina a partir de células escamosas”.
La incidencia que la exposición al sol tiene en el eventual desarrollo de cáncer de piel es “altísima”, según esta especialista. “La exposición solar es el principal factor de riesgo modificable para el cáncer de piel”, aclara. “La mayoría de los melanomas y otros tipos de cáncer cutáneo se relacionan con una exposición solar excesiva, intermitente y sin protección, sobre todo durante la infancia y la adolescencia”. Por eso, la prevención desde edades tempranas es fundamental.
La ciencia ha demostrado que el melanoma se asocia sobre todo con exposiciones solares intensas e intermitentes, sobre todo aquellas que provocan quemaduras solares en edades tempranas. En cambio, los cánceres cutáneos como el carcinoma basocelular o el espinocelular están más relacionados con una exposición solar crónica y acumulativa, como suele ocurrir en las personas que trabajan al aire libre o pasan muchas horas al sol a lo largo de los años.
Además, debemos tener en cuenta que existen “diversas enfermedades que pueden empeorar con el sol, como el lupus eritematoso, algunas dermatitis, el melasma, que se caracteriza por placas de pigmentación de color marrón oscuro, la rosácea o ciertas fotosensibilidades inducidas por medicamentos”. En estos casos, la fotoprotección debe ser estricta. En palabras de Luque, “hay que evitar la exposición directa, usar filtros solares muy altos (SPF 50+), ropa con protección UV y recurrir a sombreros de ala ancha y gafas de sol. También es recomendable consultar con un dermatólogo para adaptar las recomendaciones a cada caso”.
Todas estas recomendaciones no deben ser un obstáculo para gozar de los efectos positivos de la vida al aire libre. Bien al contrario, son una información necesaria para gozar plenamente del verano sin poner en riesgo nuestra salud de modo innecesario.
La clasificación por fototipos I
            
        Fototipo I: piel muy blanca, pecosa, pelirroja, ojos claros. Se queman y no se broncean. Se aconseja protección total contra la radiación UV.
    
        
            
        II
        
            
        Fototipo II: piel blanca y sensible, ojos azules o verdes, pelo rubio. Se queman fácilmente y raramente se broncean. 
    
        
            
        III
        Fototipo III: piel intermedia, cabello castaño, ojos grises o claros. Bronceado gradual, pueden quemarse moderadamente.
IVFototipo IV: piel morena, ojos grises o marrones, cabello castaño o negro. Se broncean fácilmente, poco propensos a quemarse.
VFototipo V: piel muy morena, cabello negro, ojos oscuros. Se broncean rápidamente, rara vez se queman.
VIFototipo VI: piel negra, ojos muy oscuros. Nunca se queman, pigmentación muy elevada.
Los niveles de fotoprotección solar*
Bajo: entre 2 y 6 
Medio: entre 8 y 12 
Alto: entre 15-25 
Muy alto: entre 30 y 50 
Ultra: superior a 50
* Según el método Colipa
