Las alarmas saltaron cuando Anna (nombre supuesto), de más de 70 años, acabó en un banco de alimentos porque su pensión, de 1.500 euros, no le llegaba para comer. ¿Cómo se gastaba el dinero esa jubilada? Todo se descubrió al quedarse sin nada. La mujer se lo daba todo a su hijo, adicto al juego. Ella sabía que algo raro pasaba y sospechaba de las excusas: “que si hoy se me ha roto el coche”, “que tengo que pagar la pensión de mi hijo”, “me han puesto una multa”… Todo eran mentiras, pero Ana aun siendo consciente de ello cayó en el chantaje emocional de su hijo, hasta perder los ahorros de una vida.
Maribel (nombre supuesto) tiene más de 80 años y la dependencia económica de su marido llegó al extremo de que la mujer tenía que pedir dinero a su esposo para ir a la peluquería o comprar comida. Una situación de total control presupuestario que se alargó durante años hasta que la anciana no pudo más y un día se armó de valor y contó su calvario.
A Anna le quitaba el dinero su hijo, a Josep le robó su cuidadora y Maribel vivía bajo el control de su marido
Josep (nombre supuesto) con una gran dependencia cayó en los brazos de su cuidadora. Esa mujer consiguió entablar con el hombre una relación sexo-afectiva para sacarle hasta el último céntimo. Cuando el dinero se acabó, los cuidados y el fingido cariño desaparecieron. Josep tocó de pies en el suelo al acabar en el hospital con una grave úlcera por su mala alimentación y otras dolencias propias de una falta de cuidado.
Son solo tres casos, pero hay muchos más. Dramas reales tratados por Glòria Fité, psicóloga del Equip d’Atenció a la Vellesa de l’Anoia (EAVA) y miembro de EIMA, una asociación para la investigación del maltrato a las personas mayores.
Anna, Maribel y Josep tienen una cosa en común. Su edad los hace invisibles, no suelen estar en el foco mediático y sus historias desaparecen del relato cuando se habla de malos tratos. Pero queda claro –estos ejemplos son una prueba– que los sufren. De hecho mucho más de lo que se cree, tal y como revela un informe de los Mossos con un dato alarmante: En nueve años, el número de personas mayores de 65 años que han denunciado violencia en el ámbito doméstico ha aumentado un 26%. Se ha pasado de los 1.121 casos registrados en 2015 a los 1.510 contabilizados el pasado año.
Los estudios sobre esta lacra se han centrado históricamente en la infancia y las mujeres. Las personas mayores, muchas veces más vulnerables que los niños cuando hay una situación de dependencia, raras veces aparecen en las estadísticas. Así que sufren otro maltrato, además del físico y el psicológico: es el de la invisibilidad.
Muchos padres creen que parte de culpa, cuando el drogadicto es la hija o hijo, es suya por no haberles apartado del mundo de los estupefacientes
Glòria Fité recalca que en la mayoría de estos casos los agresores se valen “de la manipulación psicológica”. A las víctimas les cuesta mucho de denunciar a un hijo, una nieta o a la pareja con la que han compartido toda una vida. De ahí que haya tanto silencio.
Cuando se pasa del estadio psicológico al físico, “suele generarse en esas personas mayores un sentimiento de culpabilidad, principalmente cuando el maltratador actúa por los efectos de las drogas”, añade esta psicóloga. “Son muchas las madres y muchos los padres los que creen que parte de culpa de todo eso, cuando el drogadicto es la hija o hijo, es suya por no haberles apartado del mundo de los estupefacientes”.
Estudio
Una de cada diez víctimas de violencia machista tiene más de 65 años, según un informe de los Mossos d'Esquadra
Nunca hay que olvidar, se recordaba esta semana en una jornada en Barcelona para abordar esta realidad, que el maltrato a las personas mayores es “una cuestión de derechos humanos”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo define como “una de las formas de violencia más ocultas y desconocidas”.
Los Mossos constatan en este informe relativo a las personas mayores que “la violencia intrafamiliar es el ámbito en el que se producen más denuncias”. Y otro dato alarmante: una de cada diez víctimas de violencia machista tiene más de 65 años. Los Mossos constatan también que esa violencia de género, doméstica, sexual, de odio o por discriminación es infligida, mayoritariamente, por el entorno más cercano a esas víctimas, como familiares directos o parejas.
Clave
La batalla para reducir esos infiernos sufridos por la gente mayor “está en la detección del maltrato en su inicio”
Este amplio informe policial sobre esta realidad en Catalunya revela que el tipo de violencia más denunciada es “la psicológica, la física, la económica y la sexual”. Casi un 12% de las personas (en el cómputo global) que denuncian estos casos tienen más de 65 años, y una amplia mayoría (53,8%) son mujeres. Y cuanto más mayores mayor riesgo. La franja de edad entre los 65 y 75 años concentra el 58,3% de esas denuncias presentadas por personas mayores y entre los 75 y 85 años –cuando más vulnerables son esas víctimas–se contabilizan el 30% de los casos.
Una de las dificultades a nivel policial, cuando no hay lesiones físicas o un claro maltrato psicológico, “es que muchos de esos casos quedan sin castigo”, lamenta la psicóloga Glòria Fité. Lo confirma Jordi Muñoz Iranzo, fundador y presidente de EIMA. “Vemos muchas historias repetidas, con los mismos patrones de maltrato, y lo más difícil, cuando hay denuncia, es que esa historia sea ratificada después en un juzgado”, afirma. Al ser un maltrato con origen en el entorno más cercano, “muchas víctimas dan un paso atrás por la presión del maltratador, que la mayoría de veces vive bajo el mismo techo”. Muñoz Iranzo comparte con Fité que la batalla para reducir esos infiernos sufridos por la gente mayor “está en la detección del maltrato en su inicio”. Si perdura en el tiempo, muchas víctimas acaban convencidas de que lo que les pasa es lo normal.
La clave está en la detección temprana
Los agentes y profesionales que trabajan en estos casos de maltrato de personas mayores coinciden en una cosa: “hay que destinar más esfuerzos en la detección”. Y es que muchos de esos dramas se descubren “cuando el daño ya está hecho”, lamenta Glòria Fité. El infierno suele vivirse en silencio porque las personas que han llevado hasta allí a las víctimas son, casi siempre, familiares. Cuesta mucho denunciar. Por eso los expertos –eso se dejó muy claro en unas jornadas celebradas días atrás sobre el asunto– abogan por más programas de concienciación y un mayor control de las personas más vulnerables a la mínima sospecha de que pueden sufrir un maltrato en cualquiera de sus modalidades. La colaboración de esos vecinos o vecinas que lo ven y muchas veces callan puede resultar también clave.


