Mi querido notario
Bartolo Masoliver Ródenas (1935-2025)
Era encantador: inteligente y erudito, pero al mismo tiempo sencillo y nada arrogante
Bartolo Masoliver Ródenas (1935-2025)
Conocí al notario Bartolo Masoliver hace cuarenta años y congeniamos desde el primer momento. Él había empezado su relación con la que sería su esposa, María Ventós, que fue quien nos presentó. Bartolo era un personaje encantador: inteligente y erudito, pero al mismo tiempo sencillo y nada arrogante. Tenía una memoria excepcional y una cordialidad única. Además, resultaba un hombre tranquilo, afectuoso, que caía bien a todo el mundo. Dudo que tuviera enemigos. Era muy amigo de sus amigos. Y quiero resaltar esta frase, porque se desvivía por ellos. Si lo necesitabas, Bartolo siempre estaba disponible. Se me hace extraño no poder volverle a llamar para pedirle consejo o comentar la actualidad. Escribo estas líneas en casa, mientras preparamos con mi esposa Marisa la verbena de Sant Joan, como cada año. Nos faltará Bartolo, que era el primero, indefectiblemente, en salir a bailar. Era un infatigable bailarín.
Había nacido en El Masnou, en cuyo casino aprendió a jugar al billar y al frontón, deportes muy distintos, que se le daban igual de bien. Era igualmente un gran jugador de ajedrez e incluso había ganado algunos trofeos. Tenía una mente ordenada, como se corresponde a su profesión. Cuando empezó el bachillerato, se vino a Barcelona con su hermano Juan Antonio. Se instaló en casa de sus abuelos, en la rambla Catalunya, donde también tenía el despacho de abogado su padre. Y donde podía aparecer Luis Buñuel, como un mago incontrolable, con quien la familia estaba emparentada. Estudió en los Escolapios de Balmes y, aunque le tentó la ingeniería porque su padrino, Luis María Masoliver, era ingeniero, finalmente se decantó por el derecho, carrera que estudió en la facultad de la Universidad de Barcelona, donde acumuló matrículas de honor y se granjeó la admiración de sus profesores. Al terminar hizo las oposiciones a notario. Su primera plaza fue Benasque, luego Terrassa y finalmente obtuvo la plaza de Barcelona. Su notaría estaba en el paseo de Gràcia, muy cerca de la Pedrera. Entre sus clientes tuvo a personajes como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, con los que mantuvo una relación de amistad.
Bartolo era un buen lector, no solo del boom latinoamericano. Le gustaba Faulkner, Capote, Moravia, Pavese. Nos habíamos intercambiado novelas. Le interesaba menos que a mí la novela negra, pero había conseguido que me hiciera caso en alguna. También resultaba un gran viajero. Como buen anglófilo, siempre tenía tiempo para ir a Londres, donde me había recomendado restaurantes en los que comer rosbif, que a los dos nos encantaba. Habíamos pasado muchos fines de año en Nueva York y bastantes veranos en Capri y en Como.
Durante muchos años tuvimos una peña dominical, de la que formaban parte también los doctores Jorge Rius y Juan Antonio Merino, el escritor Luis Racionero y nuestras esposas María y Marisa. Comíamos en un restaurante italiano de Gracia y luego íbamos al cine Bosque. Y más tarde comentábamos en casa la película, mientras declinaba la tarde. Bartolo era un gran conversador, con opiniones propias, aunque sin ningún afán de imponer sus puntos de vista, como si no quisiera enemistarse con nadie. Era el momento en que se tomaba el gin-tonic, seguramente su único y mesurado vicio, del que ha podido disfrutar hasta el último momento.
Cuando se jubiló como notario, le ofrecí formar parte del consejo de La Vanguardia, porque sabía que sus opiniones siempre serían enriquecedoras, como así fue. Por otra parte, los Masoliver eran gente ligada al diario: su hermano Juan Antonio es crítico literario y su tío Juan Ramón fue corresponsal en varias ciudades, entre ellas Roma. Este agosto habría cumplido 90 años.
Bartolo Masoliver ha dejado huella en esta ciudad como profesional y como ciudadano. Y en mi persona. Como dice la canción, cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. Pero su recuerdo nos acompañará siempre a quienes tuvimos el placer de conocerle.