Hace 20 años, España hizo historia. Se convirtió en el tercer país del mundo en aprobar el matrimonio igualitario y el primero en reconocer, al mismo tiempo, el derecho a casarse y a adoptar de forma conjunta para las parejas del mismo sexo. Gracias a esa ley, Mili Hernández y Mar de Griñó –hoy de 65 y 67 años respectivamente– pudieron darse el ‘sí quiero’ en diciembre de 2005. Dos décadas después, parejas de recién casados como Jordi (34) y Marc (32) dan continuidad a aquel logro histórico.
La ley, aprobada por el Congreso de los Diputados durante la legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, entró en vigor el 3 de julio de 2005. Desde entonces, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), se han celebrado más de 75.000 uniones entre personas del mismo sexo.

Mili Hernández y Mar de Griñó, a las puertas de su librería.
Si un miembro de la pareja fallecía, podía venir la familia de la difunta y echarla de casa
“Nos conocimos en un bar de mujeres, haciendo activismo”, cuenta Mili para La Vanguardia. Era 1993, y recuerda cómo le enamoró la melena larga y rubia de Mar, que estaba con unas amigas en el local. Se apresuró a terminar de pegar por Madrid los carteles que anunciaban una manifestación por los derechos del colectivo, con la esperanza de regresar pronto al bar y volver a ver aquella cabellera. Poco tiempo después volvieron a encontrarse, y el resto es historia. Hoy, además de formar un matrimonio con plenos derechos, son copropietarias de la librería Berkana, la primera de temática LGTBI en España. Desde su apertura, hace ya 32 años, ha sido un “espacio seguro” para muchas personas.
La pareja siempre tuvo claro formalizar su relación, no tanto por el simbolismo del matrimonio en sí, sino por lo que significaba en términos prácticos. “Años antes de la aprobación de la ley, queríamos comprar un piso y al pedir una hipoteca no nos reconocieron como pareja, a pesar de que vivíamos juntas”. Más tarde, otro banco acabó aceptando su solicitud, con la condición de que “lleváramos allí las cuentas del negocio”.

Mili y Mar, en el interior de su libería, abierta desde hace 32 años.
La ley era “necesaria” para evitar situaciones injustas como estas. Pero no eran las únicas. “Personas que llevaban conviviendo durante 30 años, si una fallecía, podía venir la familia del difunto y echar a la otra de casa. O prohibirle visitarla en el hospital si enfermaba gravemente”. No pedían privilegios ni leyes especiales, solo una norma que les equiparara en derechos y les hiciera “la vida más fácil” como al resto.
El sida marcó un antes y un después en la visibilización de las parejas homosexuales
La historia del matrimonio igualitario no puede entenderse sin recordar los momentos más duros, como la crisis del VIH/sida durante los 80. “Aquella epidemia visibilizó la existencia de parejas del mismo sexo, incluso cuando muchas lo ocultaban o vivían directamente dentro del armario. A su vez, los fallecimientos dejaron al descubierto la crueldad de muchas familias”, dice Jordi Petit, histórico activista por los derechos del colectivo.
Era habitual que, si el fallecido era quien figuraba como arrendatario del piso, su familia aprovechara el funeral para cambiar la cerradura y echar al compañero sentimental a la calle, sin ninguna protección legal. “Además de injusto, era cruel. Perdías a tu pareja y al volver a tu domicilio no podías ni entrar. Te encontrabas tus pertenencias tiradas en el rellano”. En la otra cara de la moneda, mucha gente se sensibilizó con esas situaciones.

Jordi y Marc se conocieron hace ocho años y se casaron el año pasado.
El sida marcó un antes y un después en la visibilización de las parejas homosexuales y en la necesidad de reconocer sus derechos. Tal y como reflexiona Petit: “No sé cómo estarían hoy nuestros derechos sin el precio que pagamos con el sida. Aunque jamás habría querido pagarlo, enterré a mucha gente”. Hasta que no se reformó la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU) y no se empezaron a extender los registros de parejas de hecho en ayuntamientos y comunidades autónomas, estas personas no tenían derecho a quedarse en la vivienda compartida.
Por eso, muchas parejas como Mili y Mar se formalizaron como pareja de hecho a falta de la ley del matrimonio igualitario. Lo cierto es que las libreras de Berkana fueron la primera pareja registrada en la Comunidad de Madrid.
Pasos previos a la norma que hizo historia
Alcanzar el consenso político y social suficiente para aprobar la ley del matrimonio igualitario no fue cosa de unos pocos años. Antes de 1994, solo los matrimonios heterosexuales podían beneficiarse del derecho a subrogarse en el contrato de arrendamiento en el caso de fallecimiento del titular. La reforma de la ley de arrendamientos urbanos (LAU) introdujo la posibilidad de que las personas que convivían con el arrendatario “con análoga relación de afectividad a la conyugal, con independencia de su orientación sexual” también podían beneficiarse de la subrogación.
Esta reforma no legalizaba las parejas del mismo sexo, pero sí les reconocía por primera vez efectos legales concretos dentro del ámbito del derecho privado. Pero lo que acabaría marcando un precedente en la aprobación definitiva de la ley fueron las leyes autonómicas de parejas de hecho. La primera en aprobarse fue en Catalunya, en 1998, y progresivamente el resto de comunidades fueron creando sus propias normas. “Gracias a la experiencia previa de las leyes autonómicas, ya habíamos recorrido gran parte del camino”, cuenta Ramón Martínez, activista y profesor. Y añade: “El éxito fue transformar una reivindicación que afectaba a un 10% de la población en un asunto que interesaba a toda la sociedad”.
El 30 de junio de 2005, día en que el Congreso aprobó el matrimonio igualitario, supuso para el colectivo “ser ciudadanía de primera”. Así lo recuerda Jordi Petit, presente aquel día en el hemiciclo, emocionado al escuchar el discurso del expresidente Zapatero. “Me impactó ver a un jefe de Gobierno leer un poema de Kavafis antes de la votación”, rememora. El entonces presidente citó unos versos del poeta griego que, un siglo antes, soñaba con un futuro distinto: “Más tarde, en la sociedad más perfecta, / algún otro, hecho como yo, / ciertamente surgirá y actuará libremente”. Ese futuro al que aspiraba Kavafis había llegado.
Para Ramón Martínez, escritor, profesor y activista por los derechos LGTBI+, fue el “segundo gran éxito” del movimiento, después de la despenalización de la homosexualidad en 1979. Para quienes crecieron antes de ese cambio, fue un giro impensable. “Nací en 1982 y salí del armario en 1999. A los 23 años, cuando se aprobó la ley, me había criado con la idea de que no podría casarme con quien quisiera. En cambio, mis alumnos no han conocido una España sin matrimonio igualitario”, cuenta con orgullo.
En este sentido, la aprobación de la ley ayudó a que Marc, hoy con 32 años, que tenía solo 12 en aquel entonces, se sintiera respaldado. “Me hizo ver que lo que me pasaba era algo 'normal', que no era un bicho raro. Vivía en un país que me decía que si me gustaban los chicos, no pasaba nada. Incluso me ayudó a provocar ciertas conversaciones en casa”, recuerda el joven, que prefiere no revelar su apellido y está felizmente casado con su marido Jordi Nàger desde hace menos de un año. Este último no conserva un recuerdo claro de aquel momento, pero sí tiene muy presente la figura de Pedro Zerolo, uno de los rostros más visibles y comprometidos del movimiento LGTBI dentro del PSOE.
Las movilizaciones constantes, la labor pedagógica de activistas y entidades, y una sociedad cada vez más sensibilizada hicieron posible que, en solo siete años, se pasara de la primera ley autonómica de parejas de hecho en Catalunya (1998) a la aprobación del matrimonio igualitario a nivel estatal.
Me prometí a mí misma que jamás volvería a esconderme e iba a vivir tal y como soy”
“Exponernos públicamente en televisión, hablando de nuestras vidas privadas, tuvo un coste. Pero logramos pasar de manifestaciones con apenas 1.500 personas en los años 1993 y 1994 a llenar la Gran Vía con más de un millón de personas”, detalla Mili Hernández. Desde entonces, todas las manifestaciones han sido multitudinarias.
“Para nosotras fue fácil exponernos, teníamos una librería especializada y sabíamos que, desde el primer día, estaríamos en el punto de mira. Pero nunca tuvimos que escondernos, y me prometí a mí misma que jamás volvería a hacerlo e iba a vivir tal y como soy”, cuenta la activista, que vivió durante 12 años entre Londres y Nueva York. Así que decidieron “pelear” porque para ellas no era solo una cuestión de derechos legales, sino, sobre todo, una lucha por la visibilidad.

Jordi y Marc tenían 14 y 12 años, respectivamente, cuando se aprobó la ley del matrimonio igualitario.
A pesar de los derechos conquistados, “aún nos queda el gran reto de alcanzar la igualdad real en el día a día”, expresa Martínez. Una vida libre de agresiones y sin discriminación laboral ni social. Pero, con el panorama político actual, el profesor y activista lo ve complicado: “Los discursos de odio no están solo en los pasillos del instituto, sino que están presentes en el Congreso. Cuando quienes ocupan cargos institucionales lanzan estos mensajes sin consecuencias, la ciudadanía –y especialmente los más jóvenes– se ve legitimada para replicarlos”.
Con la experiencia que dan los años y una vida de militancia a sus espaldas, Mili y Mar se reafirman: “No tengáis miedo porque el miedo nos paraliza. No os dejéis coaccionar por los discursos de odio. Tenemos los mismos derechos que esas personas que solamente gritan”.
Sin su lucha, no habríamos podido casarnos. Todo lo que hicieron merece nuestro eterno agradecimiento”
Las generaciones más jóvenes, como Jordi y Marc, sienten admiración por “todo lo que lograron”, pese a las duras dificultades del franquismo y la transición. “Sin su lucha, no habríamos podido casarnos”, reconoce Jordi. “Todo lo que hicieron merece nuestro eterno agradecimiento”, coinciden ambos.