Nadia Murad (Kocho, Irak, 1993) ha perdido la cuenta de las veces que ha verbalizado su historia ante instituciones, líderes mundiales y periodistas. La activista iraquí y premio Nobel de la Paz, en 2018, es mucho más que un relato, y así lo reivindica. Es la voz de una sobreviviente de genocidio y de violencia sexual del Estado Islámico, que ha vuelto a alzarla porque “hay millones que ya no pueden”, porque fueron asesinadas o continúan desaparecidas.
En muchas partes del mundo, las mujeres que han sufrido violencia sexual siguen siendo silenciadas por el peso del estigma y la vergüenza. “Muchas aún no pueden compartir sus historias porque la sociedad las culpa”, expresa Murad. La defensora de los derechos humanos anima a cambiar “esas normas”: “Muchas mujeres quieren incluso testificar en un tribunal, pero existen riesgos y consecuencias, especialmente en países donde el conflicto aún continúa”, advierte.
En 2014
Más de 6.700 yazidíes fueron secuestradas y violadas
Murad pertenece al pueblo yazidí, una minoría religiosa de origen kurdo asentada en Sinyar, al norte de Irak. En 2014, la joven soñaba con abrir su propio centro de estética para que las mujeres de su comunidad tuvieran reductos de socialización. Estaba a punto de terminar el instituto, pero sabía que su formación acabaría allí: fue la única de 11 hermanos que tuvo acceso a la educación. En su entorno, no conocía a ninguna mujer que hubiera ido a la universidad. Sus referentes eran las mujeres de su pueblo, que se dedicaban a la agricultura durante el día y prolongaban su jornada cuidando de sus familias desde casa.
Sus sueños se vieron truncados aquel verano, cuando el Estado Islámico cometió un genocidio –todavía no reconocido por el gobierno español– contra las localidades yazidíes con el objetivo de llevar a cabo una limpieza étnica. Su madre y seis de sus hermanos fueron asesinados.
Nadia Murad, sobreviviente del genocidio yazidí y activista de derechos humanos, recibió el Premio Nobel de la Paz en 2018.
Ella, junto a sus hermanas y sobrinas, fue secuestrada y vendida como esclava sexual. Tan solo tenía 21 años. Como ella, unas 6.700 mujeres y niñas yazidíes fueron usadas como armas de guerra. Más de la mitad fueron rescatadas o lograron escapar, como Nadia, y otras se quitaron la vida. La violencia sexual no cesa cuando terminan los conflictos, pues todavía hoy 2.700 mujeres aproximadamente siguen cautivas o desaparecidas.
“Mi madre era demasiado mayor para ser esclava sexual y la asesinaron. Algunos de nuestros agresores eran vecinos que se unieron al ISIS, pero también había europeos que viajaron para unirse a este genocidio”, dice la activista en un encuentro reciente con medios, en Madrid, antes del ciclo de conferencias Mujeres contra la impunidad, organizado por La Casa Encendida y la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG).
Quería hablar por todas las niñas violadas, por los niños llevados a campos de adoctrinamiento y por todos los inocentes asesinados
Muchos militantes se unieron al Estado Islámico atraídos por la posibilidad de explotar sexualmente el cuerpo de estas mujeres. “Al principio, no querían que quedaran embarazadas y les daban pastillas anticonceptivas. Si una mujer se quedaba embarazada, ya no podían venderla”. Cuando comenzaron a perder terreno en Irak y Siria, su estrategia cambió: “Empezaron a embarazar deliberadamente a las mujeres, convencidos de que así su legado sobreviviría. Esta violencia dejó una marca permanente en todas ellas”.
La Nobel creó hace unos años el Código Murad, una guía accesible para ayudar a mejorar las investigaciones de casos de violencia sexual en conflictos bélicos y, a su vez, garantice la protección de las supervivientes y sus necesidades.
“Incluso después de haber logrado escapar, tuve que cargar con el estigma. Pero sentí que tenía la responsabilidad de contar lo que me ocurrió. Porque nunca fue mi historia. Quería hablar por todas las niñas violadas, por los niños llevados a campos de adoctrinamiento, por las madres que no pudieron despedirse de sus hijos y por todos los inocentes asesinados (más de 5.000)”, dice una de las mujeres más amenazadas por la organización terrorista.
A pesar de todo, “sobrevivir al genocidio es solo el principio”. Más de una década después, sigue luchando para superar el trauma. Aunque hay mujeres que buscan justicia en los tribunales, muchas otras no han podido compartir su historia. Murad es la única miembro de su familia que ha contado lo que le ha ocurrido.
La activista iraquí y Premio Nobel de la Paz Nadia Murad, en el marco de Mujeres contra la impunidad, organizado por La Casa Encendida y la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG)
De hecho, miles de mujeres que fueron violadas y vejadas se esconden en los campos de refugiados del norte de Siria y sobreviven como pueden junto a sus hijos, fruto de esas violaciones. Por motivos religiosos, estos niños no pueden ser inscritos como yazidíes e inevitablemente quedan relegados a vivir en los márgenes. “Toda una generación está creciendo en campos”, lamenta la activista.
Mientras, solo 11 miembros del Estado Islámico han sido juzgados por sus crímenes. La activista expresa la necesidad de que los responsables “rindan cuentas” y, a su vez, hace un llamado a los líderes mundiales para que protejan a las “comunidades vulnerables, especialmente a mujeres y niños”.
Más de 100.000 personas han regresado a la región, pero no tienen nada
No obstante, sobre si la justicia internacional está preparada para investigar casos como los de su comunidad, Murad asegura que “ahora mismo no hay voluntad política”. “Les debemos mucho a las mujeres, porque les hemos fallado en todo. La comunidad internacional vio señales claras de que la violación se estaba utilizando como arma de guerra, pero no hizo nada”.
Murad insiste también en que, para que exista una verdadera reparación, es necesario identificar los cuerpos enterrados en fosas comunes, y darles sepultura “con dignidad”.
“Más de 100.000 personas han regresado a la región, pero no tienen nada. La comunidad internacional prácticamente abandonó la reconstrucción de Sinyar y de su gente. Regresaron porque estaban decididas a reconstruir sus vidas y enviar un mensaje claro al ISIS: que no lograron erradicarnos de nuestra propia tierra”, expresa.
La premio Nobel de la Paz creó hace unos años el Código Murad, una guía accesible para ayudar a mejorar las investigaciones de casos de violencia sexual en conflictos bélicos.
Desde su propia fundación, Nadia's Initiative, trabaja en la reconstrucción de comunidades, la defensa de las sobrevivientes de violencia sexual y, especialmente, en el desarrollo de Sinyar, para atender las necesidades de los yazidíes que han regresado, con el objetivo de que “no solo puedan sobrevivir, sino también prosperar”.
También lamenta lo que está ocurriendo en Oriente Medio o en Ucrania y señala que ni Gaza ni Libia ni Sudán están “demasiado lejos” porque lo que sucede allí también tiene un “impacto” en nuestras vidas.

