Los últimos años en la vida de María Jesús Puerta (Barcelona, 1968) no han sido fáciles. Hace siete, le detectaron un cáncer de mama, del que afortunadamente se está recuperando (a finales de año le podrían dar el alta). “Los tratamientos son muy largos y es agotador”, explica a La Vanguardia. Pero supo tirar hacia delante. Y no solo eso. Incluso se puso retos en el camino. Ingeniera de minas de formación y profesión, decidió a finales del año pasado presentarse a un reto de la NASA –de nombre, Lunar Recycle Challenge- que cuenta con una dotación económica de tres millones de dólares. Preocupada como está la agencia espacial estadounidense con los residuos que el hombre abandona en el espacio, el desafío consistía en reciclar la mayor cantidad posible de 4.500 kilos de desechos ubicados en la Luna. Pues bien, María Jesús, sola, desde su casa y con su viejo portátil, “que saca humo”, consiguió que su proyecto fuera uno de los seis ganadores de entre los 1.200 que se presentaron procedentes de 80 países distintos.
Lo más curioso de todo es el motivo por el que se presentó al reto. No fue por el dinero (del que no podrá disfrutar por las mismas bases del concurso). Ni tan siquiera buscaba reconocimiento. Lo hizo para demostrar a sus hijos (18 años el chico; 16 la chica) que cuando uno se propone algo, puede conseguirlo. “Mi ilusión era solo que me admitieran el proyecto. Ese era mi premio. Que mis hijos dijeran: ‘¡Mira a mamá, con su edad y con la que está cayendo, lo ha conseguido!”.
Mi ilusión era solo que me admitieran el proyecto, ese era mi premio”
Explica que su obsesión principal era que no le tumbaran el proyecto “por no cumplir con las bases o no dar la talla”. Poco a poco, con trabajo y tiempo, fue armándolo. Hasta que lo presentó. “La NASA me iba enviando correos durante el proceso. La sorpresa fue cuando dos semanas antes de la entrega de los premios, me empezaron a pedir más datos, como un seguro de responsabilidad civil”.
La misma noche en que anunciaron los ganadores, le enviaron un nuevo correo pidiéndole si se podía conectar a la señal que la NASA estaba emitiendo en directo. “Yo estaba en casa cocinando una tortilla de patatas. Una mujer empezó a anunciar proyectos ganadores hasta que escuché las palabras clave: Esperanza [así se llama su proyecto], Tarragona [donde reside], Spain.
Hablé con los de NASA por si podían hacer una excepción y de esta manera acceder a la dotación económica, pero me dijeron que no”
No pensaba ni mucho menos en el premio”, asegura. Tanto es así, que ni había consultado las bases antes de concursar. De haberlo hecho, se habría dado cuenta de que los participantes que no residen en Estados Unidos no pueden tener acceso, de ganar, a la dotación económica.
“Mentiría si dijera que pensaba ganar”, asevera. “Mi idea era solo presentarme a la primera fase, ahí acababa mi reto”. No obstante, lo cortés no quita lo valiente. “Hablé con los de NASA por si podían hacer una excepción y de esta manera acceder a la dotación económica, pero me dijeron que no, que las normas son las normas”.

María Jesús está muy agradecida a la NASA
Ahora que ha pasado a la segunda fase, asegura que quiere continuar. Desconoce cuál será la envergadura de esta nueva fase -las bases aparecerán a finales de este mes y el trabajo consiste en construir un prototipo-, pero tiene la esperanza de que sea asumible para ella. “Supongo que necesitaré financiación, al menos para cambiar el ordenador [risas]”, arguye. “El resto de concursantes tendrá una buena dotación para hacer el prototipo y no tirar de fondos propios. Yo tengo ese hándicap, a ver cómo lo puedo suplir. Aunque sea de plastilina [más risas], lo presentaré”
Con su proyecto, de nombre Esperanza, consiguió reciclar casi la totalidad de los 4.500 kilos de residuos, dejándolos en tan solo 50. “Creé subproductos, incluso hice hormigón lunar. Y todo basado mucho, salvando las distancias, en la economía circular que tenemos aquí en la Tierra. Aproveché las propiedades de los propios minerales que hay en la Luna”.
Creé subproductos, incluso hice hormigón lunar”
Más allá de las horas de trabajo invertidas –“dediqué mucho tiempo”, defiende-, piensa que la clave estuvo en el hecho de trabajar con datos reales. “Me conecté a la NASA y me los bajé. Soy un poco friki y toda la simulación es bastante real. La agencia estadounidense lidera el programa internacional Artemis para volver a la Luna y le preocupa bastante la cuestión de los residuos”.
Lamenta que “ningún organismo público de aquí ni ninguna institución” se han puesto en contacto con ella tras ganar el premio. “Supongo que debe de haber españoles que han ganado concursos de la NASA, aunque no sé si personas con mi perfil: mujer, 56 años, inmersa en un proceso de salud determinado, con un portátil desde casa…”.
Ningún organismo público de aquí ni ninguna institución se han puesto en contacto conmigo”
No es la primera Esperanza que diseña. Hubo una anterior. “Yo fui afortunada porque me detectaron el cáncer de mama de manera precoz. Tuve la suerte de tener un ángel de la guarda como doctora. Intuyó algo en las pruebas (que daban negativo) que no acababa de cuadrarle y las hizo repetir. Y detectó el cáncer. Si lo hubieran detectado un año más tarde, el devenir de la enfermedad habría sido totalmente distinto”.
A raíz de lo acontecido y en agradecimiento a la doctora -y después de hacer un máster en inteligencia artificial (IA)-, pensó que podía ayudar de alguna manera. Y empezó a crear un modelo de IA que detectara el cáncer de mama de manera precoz. “Me conecté con universidades de EE.UU. y pedí datos de oncólogos que tenían etiquetadas de manera binaria (con ceros y unos: cero, cáncer; uno, ausencia de cáncer) imágenes de biopsias que eran cancerosas y otras que no”.
Dos Esperanzas: una en la Luna; la otra en la Tierra
Se puso a trabajar durante semanas y obtuvo un índice de fiabilidad del 92%. “No es lo máximo en detección de cáncer de mama por IA, pero es mucho. Y lo más importante: lo hice con un ordenador de andar por casa. La idea es que en lugares donde no haya demasiados medios, el doctor, mientras le hace las pruebas a la paciente, las pase también por la IA (se puede utilizar desde un teléfono móvil o un ordenador), y si esta dice lo mismo que él, perfecto. Si no, repetimos la prueba”.
Subraya que se puede mejorar el sistema. “Los datos que recogí están muy localizados: de un periodo concreto (2013), de Estados Unidos, y como todo en estadística, necesito más datos”.
Y concluye: “Tengo dos Esperanzas, la de la Tierra y la de la Luna. Con la primera no pretendo comercializar nada, sino abrir una vía para que un laboratorio o un hospital quieran seguir esta línea. Es como una semilla en el camino”.