Una competición convierte Montmeló en la cuna de la ingeniería del motor

Formula Student Spain

El circuito de F-1 de Barcelona acoge a 1.300 universitarios de 15 países, futuras estrellas de la automoción

chica reparando un monoplaza

Una participante en la FSS 

Arnau Manzano

Un sueño modesto, que comenzó en el 2010, con solo tres equipos (dos en Catalunya y uno en Madrid), se ha convertido hoy en uno de los principales semilleros de ingenieros (¡e ingenieras!) de la automoción. Formula Student Spain, conocida en el mundillo por las siglas FSS, se ha convertido en una de las competiciones universitarias de ingeniería más ambiciosas. La edición de este año comenzó ayer y durará hasta el día 10.

Las pruebas se celebran en el circuito de Montmeló, donde 1.300 jóvenes de 60 equipos y 15 países pondrán a prueba los monoplazas que han diseñado y construido. La participación española será esta vez de récord, con 26 universidades de doce comunidades autónomas, lideradas por Catalunya (siete centros académicos) y Madrid (seis). “Ver cómo los estudiantes se superan cada año da sentido a todo”, dice Robert López.

“Cada euro invertido aquí revierte en la formación de futuros profesionales”

Este ingeniero industrial es el alma mater de FSS, cuya puesta en marcha lideró gracias a la Sociedad de Técnicos de Automoción, con su sede en Barcelona y de la que él es vicepresidente. La FSS se mira en el espejo de la Formula Student, que nació en EE.UU. y que se expandió inicialmente a Gran Bretaña, desde donde ha crecido por toda Europa como una mancha de aceite. España se incorporó hace 15 años.

Los últimos países en sumarse por ahora a esta “red internacional de competiciones universitarias” han sido Portugal, Suiza y Grecia. La cita española, una de las más exitosas, está marcada en rojo en el calendario de cuantos siguen este reto, que no implica únicamente diseñar un coche. Los organizadores aseguran que las futuras ingenieras e ingenieros “aprenden a justificar decisiones y a liderar equipos”.

Uno de los modelos de la competición

Uno de los modelos de la competición 

Kai Loidl

Y no solo eso, también resuelven problemas sobre la marcha y conviven en un paddock (un campus con tiendas de campaña), lo que convierte la experiencia “en un entrenamiento único para las técnicas y técnicos del mañana”. Un buen ejemplo es Natalie Bolon, que compitió en el 2014 y hoy trabaja para la Federación Internacional del Automóvil (FIA). O Carlos Sánchez, de la edición del 2012 y ahora ingeniero de Aston Martin.

El caso de Natalie refleja además la llegada imparable de las jóvenes al motor. Ellas y ellos se jugarán en los próximos días en el circuito de Montmeló un año de sacrificios, con infinidad de días trabajando fuera del horario lectivo, incluidos fines de semana y festivos. Horas y horas para hacer realidad su coche. O sus coches, porque hay cuatro categorías: eléctricos, de combustión, híbridos y autónomos (es decir, sin conductor).

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Robert López agrega que no se trata solo de pruebas más o menos espectaculares. O de una competición más, sino de “una inversión real en talento, innovación y futuro: cada euro invertido aquí revierte en formación, visibilidad y vínculo con la próxima generación de ingenieros”. Nada sería posible, agrega el vicepresidente de la Sociedad de Técnicos de Automoción, sin patrocinadores y voluntarios; muchos, antiguos participantes.

La celebración de uno de los equipos

La celebración de uno de los equipos 

E. Catalán

La competición se compone de siete pruebas en las que se valora todo, hasta la presentación del proyecto (que se realiza en inglés, la lingua franca de la automoción y también el idioma en el que los distintos equipos realizan la defensa técnica de su labor). Un jurado evalúa el diseño del monoplaza, su comportamiento y resistencia sobre la pista, así como el plan de negocio. “Cada decisión tiene consecuencias y cada fallo enseña algo”.

Antes de salir a pista para hacer pruebas en sesiones diurnas y nocturnas, todos los prototipos deben pasar exhaustivas verificaciones “para garantizar que cumplen las normas internacionales de seguridad e ingeniería”, asegura la FSS. Un jurado examina los coches (sistemas eléctricos, suspensión, dirección, frenos...) para detectar posibles riesgos estructurales. No es un trámite: es un control de calidad. Capítulo aparte merecen los coches autónomos, que deben completar un recorrido y eludir obstáculos guiados por sensores o cámaras. Y, por supuesto, “sin ningún tipo de intervención humana”.

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