¿Cómo negociar la llegada a casa de mis hijos adolescentes en verano?

Psiquiatra especialista en Salud Mental  Perinatal

Llega el verano, con sus días largos, sin rutinas escolares y un nuevo reto para muchas familias con hijos adolescentes: los límites de horario. “A mis amigas les dejan llegar a las dos de la mañana” es una frase que se repite en muchas casas, y con ella, la duda de hasta qué punto ceder o mantener límites firmes.

La adolescencia es una etapa vital de transformación. El cerebro de un adolescente todavía está en desarrollo, especialmente en áreas clave como la corteza prefrontal, encargada de la planificación, la regulación emocional y la toma de decisiones. Esta inmadurez hace que necesiten límites claros y coherentes. Lejos de ser una forma de control, los límites ayudan al adolescente a construir su identidad, a aprender a tolerar la frustración, a respetar las normas y a forjar un cerebro adulto con capacidad de gestionar emociones y conductas de forma sana y responsable.

En este proceso de madurez, el adolescente se expresa con los recursos que tiene a su alcance: rebeldía, confrontación, impulsividad… Reacciones que, aunque incómodas, forman parte de un desarrollo que necesita figuras de referencia estables que le ayuden a autorregularse. Por eso, los límites no son un capricho, sino una necesidad; los padres no solo deben ser un apoyo emocional, sino quienes garanticen esos límites que les protegen.

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Hijos adolescentes en casa 

Mané Espinosa / Propias

Sin embargo, este estilo educativo se encuentra comprometido actualmente. Nuestra sociedad a menudo confunde el respeto por la autonomía con el no poner normas, ofreciendo a los adolescentes una libertad para la que aún no están preparados. A esto se le suma el miedo de muchos padres a excederse en el autoritarismo, a que sus hijos se sientan diferentes o excluidos y, además, puede añadirse la dificultad para tolerar el malestar que genera el enfado de sus menores.

Vivimos en una sociedad basada en normas y el aprender a respetarlas es esencial para la convivencia. Por eso, desde pequeños, los niños necesitan límites que les ayuden a diferenciar lo que está bien de lo que no, a tolerar la frustración y a aceptar el “no”. Sin ese aprendizaje, crecen creyendo que todo vale y que basta con desear algo para tenerlo.

Esto no solo dificulta su desarrollo emocional, sino también sus relaciones interpersonales. Desde salud mental, cada vez vemos más adolescentes con conductas desreguladas, baja tolerancia al malestar y crisis explosivas ante la mínima frustración. En muchos casos, terminan en Urgencias o incluso ingresados en Unidades de Hospitalización, no por una enfermedad mental de base, sino por una falta de límites sostenidos en el tiempo que degeneran en alteraciones de la conducta.

El arte de educar

Por otro lado… ¿Quién no recuerda los límites que nos pusieron nuestros padres? ¿Quién no recuerda las discusiones, las negociaciones, las comparaciones con los demás…? Sin embargo, ¡qué importantes fueron para ayudar a construirnos! Probablemente, no siempre nos gustó la forma en que nos los impusieron, quizá demasiado autoritaria o, al contrario, demasiado laxa. Y es que el educar es un arte que carece de fórmulas exactas. Es importante mantener aquello que intuimos que nos hizo bien, y tratar de mejorar lo que pudo hacernos daño. No se trata de ser padres perfectos, sino padres que quieren a sus hijos y que anhelan lo mejor para ellos.

Tan perjudicial puede ser una crianza autoritaria, fría y sin espacio para la expresión y validación emocional, como una educación sin límites. En ambos casos se pierde la oportunidad de ofrecer a los hijos un entorno que les permita crecer de forma segura, desarrollar su autoestima y prepararse para una vida adulta donde los límites (laborales, afectivos y sociales) no desaparecen, sino que se transforman.

Por último, aquí dejo algunos consejos prácticos que pueden ayudar negociar la hora de llegada:

- Escucha sus argumentos: permitir que tu hijo exponga su punto de vista favorece el diálogo y la construcción de acuerdos. Es importante que la escucha sea activa, evitando la condescendencia.

- Adapta el horario al contexto: no es lo mismo una reunión tranquila con sus amigos que una fiesta hasta altas horas de la madrugada. Valora el tipo de plan, la edad, con que compañías va y cómo vuelve a casa.

- Define un marco claro y coherente: puedes pactar horarios más flexibles para fines de semana o eventos puntuales, pero establece normas claras y consecuencias si no se cumplen.

- Refuerza la confianza, pero mantén el rol parental: la negociación no implica ceder siempre. La decisión final es de los adultos, y el adolescente no tiene por qué estar de acuerdo. La frustración es parte del proceso educativo.

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Y recuerda… establecer normas claras, coherentes y adaptadas a la edad no solo protege, sino que transmite seguridad. Poner horarios no es reprimir, es acompañar en el proceso de madurez. “Confío en ti, pero aún necesitas una guía”. Y eso, lejos de alejar, fortalece el vínculo paterno-filial.

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