Abel Ramos, de 35 años, y Jaime Aparicio, de 37, eran amigos. No conocían de nada a Mircea Spiridon. Quizá tampoco habían oído hablar de Edmund Burke (1729-1797). Pero, a pesar de que vivió en una época en la que ellos aún no habían nacido, este filósofo, escritor y político irlandés sí los conocía a los tres. En realidad, estaba hablando de personas como ellos cuando dijo: “Para que el mal triunfe solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”. Abel, Jaime y Mircea, las tres víctimas mortales de los incendios que asolan España, eran hombres buenos.
Los tres eran voluntarios y fallecieron intentando ayudar a los demás. El primero en caer, en plena ola xenófoba, fue el rumano Mircea Spiridon, mecánico de 50 años, padre de dos hijos y vecino de la localidad madrileña de Tres Cantos. El pasado lunes, cuando regresaba a su casa después de la jornada de trabajo, vio que las llamas que se acercaban a su municipio ya estaban muy cerca de una hípica. Le encantaban los animales, pero no trabajaba en aquel centro ecuestre ni tenía relación con los dueños.

Los incendios
Había que salvar a los caballos y él estaba cerca, así que decidió echar una mano. Llamó por penúltima vez a su mujer y le anunció sus intenciones. Menos de una hora después habló con ella por última vez en su vida. En realidad, marcaron el número las personas que le rescataron y que tuvieron que acercarle el aparato a la cara para que pudiera despedirse de ella. Le dijo que la quería mucho y que intentaría “resistir”, aunque lo veía muy difícil. Tenía quemado casi el 98% del cuerpo. No lo resistió.
Los perfilesAsí eran, así vivieron
1El mecánico valiente. Mircea Spiridon era un hombre valiente. Hay que serlo para abandonar su país en el 2007, con 32 años, y buscar un futuro mejor lejos de casa. Empezó trabajando como mecánico en Barcelona y posteriormente en Madrid, donde se acabó afincando, junto a su mujer y sus dos hijos, Mario y Gabriel. Su esposa ha explicado a los compatriotas que la arropan estos días cuáles fueron sus últimas palabras: “Te quiero mucho”.
2Amigos inseparables. Abel Ramos y Jaime Aparicio (de quien no tenemos foto) parecían hermanos. Si uno se ofrecía a luchar contra las llamas, también lo hacía el otro. “Vamos a la carretera”, dijeron cuando abandonaron el centro de mando y se dirigieron a la zona donde la lengua de fuego los acorraló. Querían desbrozar el lugar para impedir que el incendio siguiera avanzando. Murieron como vivieron: ayudando a sus vecinos, a su pueblo.
La comunidad rumana de Tres Cantos inició una campaña para recaudar fondos con los que poder repatriar el cuerpo a Tulcea, a orillas del Danubio, su localidad natal. En apenas unas horas se consiguieron 20.000 euros. Un hilo invisible une a Mircea, la primera víctima mortal de los incendios, con las dos otras dos víctimas mortales: los amigos Abel Ramos y Jaime Aparicio. Los tres podrían haberse puesto a salvo o haber seguido su camino (en el caso de Mircea) sin que nadie les hubiera podido reprochar nada. Pero, como decía Burke, eran incapaces de quedarse de brazos cruzados y no hacer nada.

La tormenta de fuego en Castilla y León
Abel era natural de Quintana y Congosto, un pueblo de León de apenas 200 habitantes, donde todos se conocen. A él, desde luego, lo conocía todo el mundo porque siempre estaba dispuesto a ayudar a cualquiera. Tenía una pequeña empresa de construcción y ponía sus máquinas a disposición de la comisión de festejos siempre que se las pedían. Por eso, cuando los fuegos de Castilla y León amenazaban los paisajes de su infancia no dudó en acudir al puesto de mando con su desbrozadora y sus manos, lo único que tenía. Él y su amigo Jaime empezaron a limpiar los márgenes de una carretera en Nogarejas.
El fuego ha quebrado tu vida ejerciendo de voluntario para evitar males mayores”
Intentaban que la lengua de fuego no pudiera saltar el asfalto y llegar hasta el pueblo. Las últimas personas que los vieron explican que permanecían ajenos a todo. El fuego, el humo y el calor sofocante no les arredraron. Pero fueron víctimas de la llamada maldición de la triple 30, es decir, hacía más de 30 grados de temperatura, las rachas de viento superaban los 30 kilómetros por hora y la humedad relativa era inferior al 30%.
Las llamas los rodearon, sin permitirles escapar. Abel fue el primero en fallecer. Este jueves se comunicaba el fallecimiento de Jaime, que también fue rescatado con heridas muy graves y quemaduras en más del 80% de su cuerpo. Él, que también era un apasionado de las motos (como Abel, con un cargo directivo en un club motero local) estaba ingresado en el hospital Río Hortega de Valladolid, procedente del hospital universitario de León. Con ellos ya son dos las víctimas mortales del fuego en los incendios de Zamora y León. Tres, con el fallecido de Madrid. Tres personas buenas menos en el mundo.