¿Por qué algunas personas se resisten a evacuar sus casas?

España arde

¿La vida vale más que una casa? Ese es el argumento que una vecina, Cristina, le da al padre, reticente a evacuar su casa. Quizás, para él, los pilares de su vida son, justamente, su casa. Cada incendio grave nos deja testimonios similares: vecinos que, a pesar del peligro evidente y de las indicaciones de las autoridades, se niegan a abandonarla. Ese rechazo muestra el peso afectivo que tiene la casa, sobre todo para quienes la han habitado durante toda una vida

La significación psicológica de ese gesto de dejar atrás la casa va más allá de la pérdida de un bien material, siempre resarcible. Perderla, como explican muchos de los afectados, es perder la vida que tenían, su pequeño terreno, sus vecinos, sus medios de vida y los recuerdos que acumulaban a lo largo de varias generaciones.

Vista tras el paso del fuego, a 14 de agosto de 2025, en Ayoo, Zamora, Castilla y León (España). El director técnico del incendio de Molezuelas (Zamora), Manuel Moreno, ha valorado la evolución del fuego durante la pasada noche, especialmente en la zona limítrofe de la provincia de León, donde las condiciones han sido favorables gracias al trabajo de los medios de extinción y la mejora de la meteorología, con un aumento de la humedad y temperaturas más bajas que en jornadas anteriores. Preocupa la previsión de rachas de viento de hasta 40 kilómetros por hora y dirección cambiante, con intensidades algo menores que en jornadas anteriores.

Una casa arrasada por el fuego en Ayoo, Zamora 

Paloma V. Escarpa / Ep

La casa tiene, en primer lugar y para todos, una dimensión de refugio primario frente a las amenazas externas. Lo fue para los primeros pobladores de la tierra (cuevas) y lo sigue siendo hoy. La inviolabilidad jurídica de la casa le da un aura de lugar seguro y protector. Cuando se pierde, el sujeto queda desamparado, a la intemperie física y psíquicamente.

Por otra parte, cumple una función psíquica clave por lo que respecta al sentimiento de pertenencia al clan familiar que proporciona, y que define nuestro lugar en las generaciones. Todavía, en el mundo rural, es habitual escuchar la pregunta “¿tú, de qué casa eres?” para situar a alguien en esa serie familiar. Perderla es también perder algo de esa línea simbólica que nos da un nombre. Calcinar el pasado es otra forma del desamparo.

Si les roban en sus viviendas, muchas personas se sienten violadas”

José R. UbietoPsicoanalista

Por último, pero no por ello menos importante, la casa es una proyección personal, encierra aquello más íntimo (imágenes, recuerdos, objetos, secretos) y por eso cuando alguien entra a robar, más allá de los daños y pérdidas, muchas personas tienen el sentimiento de haber sufrido una violación de esa intimidad. Encontrar los cajones y armarios abiertos, saber que un extraño se paseó por la casa resulta a veces más doloroso que lo robado. Como me explicaba una señora, que perdió la casa en el socavón del barrio del Carmel, lo más triste fue perder la visión que tenía, desde la ventana de su comedor, del patio escolar donde cada mañana veía a sus nietos. Era su rincón personal, que la conectaba con su propia infancia.

La incertidumbre de los evacuados, sin saber cuándo terminará la pesadilla, pone de relieve la angustia extrema del que imagina perder todo aquello que fue su vida, sabedor de lo irreversible de esa pérdida. Se resisten, fundamentalmente, a que las cenizas -si la casa llega a calcinarse- sean el resto inasumible de toda una vida. Es por eso que las secuelas del día después son graves e incluyen diversos síntomas: depresión, ansiedad, temores difusos, inhibición, recuerdos intrusivos ante cualquier ruido o humo, tensiones familiares, dolores físicos en la cabeza, el pecho o el estómago. Lo borrado del mapa siempre deja un agujero difícil de cubrir.

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