Ha llegado el momento de plantearse si es cierta la famosa frase de que todos en Menorca viven como reyes gracias al turismo, de que los beneficios compensan las molestias, o si reciben la parte que les corresponde del dinero que se mueve.

Vista de la playa de Sa Mesquida, Menorca, a primera hora del viernes 15 de agosto.
El monocultivo turístico ha inundado hasta tal punto el territorio que a una le cuesta reconocerse en su propio ambiente. Paseas por las mismas calles de siempre pero se oye hablar poco en menorquín. Sí lo habla la cajera de un banco de Sant Lluís, que cuenta cómo los franceses pujan al alza por las casas en venta. Un vecino, que acaba de depositar un dineral en su cuenta, se decantó por compradores extranjeros porque le ofrecían de saque 150.000 euros más que uno de la isla. “Demasiado tentador”, se lamenta la cajera.
El turismo ya no es una panacea: aparecen las primeras heridas en el tejido social local
Te levantas de la cama y apareces en un lugar en el que te sientes algo extraña. Planeas medio en secreto lugares “donde todavía se puede ir”. Más bien, donde huir de las neuras de Instagram. Cambian tus vecinos, las playas desaparecen para convertirse en una inmensa cama balinesa, te cobran 2,60 euros por un café para llevar en un bar de tu ciudad, de la noche a la mañana se imponen restricciones de agua del grifo, las carreteras se saturan, crujen las costuras del entorno natural...
Menorca, curtida en colonizadores, empieza a tener la piel sensible. Se ha notado este julio. Frente a la euforia de las macrocifras, los pequeños empresarios se quejan. No les salen las cuentas a final de mes. Habrá mucho turista pero solo afloja la cartera en los supermercados de las grandes cadenas, que están llenísimos. Mientras, la anhelada transición del volumen a la calidad no acaba de llegar, ni tampoco la desestacionalización.
Así aparecen las primeras heridas en el tejido social local. Los precios se disparan. Los comercios locales se sustituyen por tiendas y restaurantes para turistas (algunos ya solo abren en verano). Se despersonaliza el espacio público. La identidad se diluye. El bienestar se resiente. Y lo peor es que la vivienda se vuelve inalcanzable para los isleños, los salarios siguen bajos y cada vez hay más trabajadores temporales viviendo en caravanas.
La vivienda es inalcanzable para los isleños, los salarios siguen bajos y cada vez hay más trabajadores temporales viviendo en caravanas
El economista menorquín Guillem López Casasnovas se ha puesto a estudiar la cosa y su conclusión es que la isla no puede seguir así. El modelo se agota. ¿Qué propone? Un impuesto turístico más alto, estacional según mes y temporada. De lo que se recaude, dice, se puede crear un subsidio público con el que subvencionar desde la vivienda juvenil hasta el transporte aéreo y rodado colectivo. Son ideas.
López Casasnovas también reivindica que el Estado ayude a Baleares por la cuenta que le trae, que su aportación a la caja común es abultada. Da rabia que en el debate de la financiación autonómica la comunidad balear sea la gran olvidada.