El riesgo de idolatrar la tecnología

Vivimos en una época que infravalora las humanidades e idolatra la tecnología.Pero las humanidades enseñan a mirarnos en el espejo y a hacernos preguntas, por incómodas que sean. Nos dan herramientas para pensar críticamente, para avanzar con menos miedo en un mundo que nos empuja a la superficialidad, nos devora y nos deshumaniza. Una educación que desprecia las humanidades desprecia, en el fondo, la propia sociedad.

Lamentablemente, las redes sociales y la inteligencia artificial (IA) están transformando negativamente nuestra vida social. Nos relacionamos a través de pantallas y algoritmos que erosionan poco a poco la riqueza emocional de los vínculos humanos. Nuestras relaciones sociales son, después del agua, la comida y el refugio, el factor que más influye en nuestra salud y felicidad. Pero en lugar de proteger nuestros lazos sociales, los estamos debilitando con soluciones cada vez más frías, más automatizadas. ¿Qué consecuencias tendrá para nuestra especie?

Las redes sociales y la IA están afectando negativamente a las relaciones humanas

Cada vez hay más ejemplos de cómo la IA, mal empleada, sustituye el contacto humano. Uno especialmente irritante es la proliferación de asistentes virtuales en la atención al cliente por parte de empresas y en los servicios a la ciudadanía por parte de las administraciones públicas. Más alarmante es el uso de chatbots con apariencia de psicoterapeutas. No solo pueden agravar los problemas de salud mental de sus usuarios, sino que, además, muchas personas entregan información altamente sensible a empresas privadas sin saber qué uso se hará de sus datos. Otro ejemplo es el uso creciente de IA para sustituir a cuidadores humanos. Se pretende que las máquinas hagan lo que en realidad exige empatía, presencia, humanidad. Cuidar no es solo limpiar, vestir, cambiar sábanas y administrar medicamentos. Es ofrecer compañía, afecto, atención, crear vínculos, sincronizar emociones. Eso no lo puede replicar una máquina.

La investigadora en robótica social del CSIC Carme Torras nos recuerda que la IA nunca alcanzará los complejos niveles de atención empática brindados por un prójimo, y que a lo sumo debería ser un complemento, en lugar de una substitución, de los cuidadores humanos. Y, sin embargo, ya hay gobiernos, como el del Reino Unido, que están invirtiendo miles de millones en IA para automatizar el cuidado de personas mayores. Es un desprecio hacia los más vulnerables, una forma sutil pero brutal de deshumanización. ¿Qué viene después? ¿Niñeras robot?

No se trata de rechazar la tecnología, sino de exigir que la innovación no sacrifique aquello que nos hace humanos. Sin embargo, esta discusión apenas se plantea. Abundan los discursos rimbombantes sobre IA, cargados de afirmaciones vagas o deliberadamente oscuras. Hay demasiada gente fascinada por la IA que no comprende realmente lo que implica. Y no necesariamente porque desconozcan la tecnología; en muchos casos, se trata de brillantes ingenieros. El problema es que son pésimos humanistas. Han confundido la complejidad con la conciencia, el lenguaje con el pensamiento, el cálculo con la comprensión.

La tecnología avanza más rápido que nuestra biología, y eso genera un desfase inquietante. Deberíamos recurrir a nuestra sabiduría para establecer límites y decidir qué tipo de mundo queremos construir. Somos muy hábiles inventando nuevas herramientas, pero cada vez más incapaces de usarlas con sensatez.

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