El cambio climático puede propagar la malaria

Salud

La enfermedad incrementa su incidencia y sus víctimas al mismo ritmo que crece el calentamiento global

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La malaria se transmite por la picadura de mosquitos 

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El sur de África experimenta un repunte de la malaria. Países como Botsuana, Suazilandia, Namibia y Zimbabue sufren brotes de esa enfermedad, que provoca fiebre y escalofríos y mata a unas 600.000 personas al año en todo el mundo. Zimbabue se ha visto especialmente afectado. Hasta julio, se han notificado casi cuatro veces más casos y más de seis veces más muertes que en el mismo período de 2024.

Este repunte puede ser un indicador de lo que se avecina. Se estima que el calentamiento global obstaculizará la lucha contra la malaria, y que la mayor parte de los daños se concentrará en África. En 2050, 1.300 millones de africanos vivirán en zonas donde, debido al cambio climático, la enfermedad será más difícil de erradicar que en la actualidad, según las previsiones de la ONG Malaria Atlas Project (MAP). MAP calcula que, a menos que mejoren los esfuerzos por controlarla, los cambios en los patrones climáticos causarán 550.000 muertes adicionales debidos a la malaria entre 2030 y 2049.

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El panorama no es sencillo. Un clima más cálido puede alargar las temporadas de malaria y acelerar el ciclo de vida de los mosquitos. Las lluvias más intensas pueden hacer que los ríos se desborden y se favorezca con ello la proliferación. El cambio climático redistribuirá la carga de la malaria al desplazarla a regiones donde la población posee una menor resistencia natural. El aspecto positivo es que algunas zonas, como ciertas partes del Sahel, se volverán demasiado cálidas para los mosquitos. De todos modos, esos lugares están muy poco poblados.

Una de las razones del reciente repunte en Zimbabue ha sido el uso desigual de mosquiteros. Y el aumento del calor puede hacer que la gente sea aun más reacia a utilizarlos. “Imagina que eres una mujer embarazada que duerme en una choza calurosa”, dice Alastair Robb, de la Organización Mundial de la Salud. “Te han recomendado que uses un mosquitero tratado con insecticida. Pero, de entrada, resulta incómodo y, además, hace más calor. Mucha gente dejará de usarlo.”

La mayor amenaza proviene de las condiciones creadas por desastres naturales, más frecuentes por los cambios en el clima

Quizás la mayor amenaza provenga de los desastres naturales, más frecuentes e intensos debido al cambio climático. Tomemos como ejemplo las inundaciones que azotaron Mozambique en diciembre de 2024. Unas 70.000 viviendas quedaron destruidas, y unas 500.000 personas se vieron afectadas. Cuando las aguas se retiran, se forman charcos y pozas de aguas estancadas, lugares ideales para que los mosquitos se reproduzcan.

Luego, cuando maduran, las larvas encuentran víctimas que, por un lado, ya no se refugian en casas protegidas con insecticidas porque las viviendas han sido arrasadas y que, por otro, no pueden acudir a una clínica cuando enferman porque las carreteras están inundadas. MAP prevé que el 90% de las muertes adicionales por malaria debidas al cambio climático se producirá a causa de fenómenos meteorológicos extremos; principalmente, porque las inundaciones privan a las personas de refugio y acceso a medicamentos. Teniendo en cuenta el calentamiento gradual y los desastres naturales, sólo se espera que un país africano, Níger, experimente menos muertes por malaria en 2050 como consecuencia del cambio climático.

El 4 de noviembre de 2024 en Gedaref, Sudán, un trabajador sanitario se prepara para vacunar a Adan Mohammed, de 6 meses, el primer niño que recibe la vacuna contra la malaria en Sudán

Primeras vacunaciones de malaria en Sudán 

© UNICEF/UNI674632/Elfatih

Los países se afanan por adaptarse. Sudáfrica tiene actualmente mucha menos malaria que Mozambique, gracias a un clima más fresco y seco, pero también gracias a décadas de lucha bien organizada contra los mosquitos. En 2023, Mozambique tuvo unos 9 millones de casos y Sudáfrica sólo 5.000. Sin embargo, el cambio climático podría hacer que algunas zonas de Sudáfrica sean más cálidas y más húmedas y que tengan más insectos. Además, como los salarios son relativamente altos, el país atrae a trabajadores de países vecinos con más malaria, como Mozambique. Esos inmigrantes pueden traer consigo el parásito.

Por esa razón, en la ciudad fronteriza de Manguzi, todos los autocares procedentes de Mozambique son abordados por personas que ofrecen análisis de sangre. Sonrientes jóvenes de ambos sexos ofrecen pruebas gratuitas de malaria. Todos los viajeros que dan positivo reciben medicamentos gratuitos contra la enfermedad. De modo fundamental, nadie pregunta por el visado. Incluso los infectados pueden continuar el viaje, llevando en el bolsillo pastillas que dificultan la transmisión del parásito. Eso es mucho más eficaz que intentar poner en cuarentena a las personas. Sudáfrica tiene casi 5.000 kilómetros de fronteras terrestres que los inmigrantes pueden cruzar con facilidad sin ser vistos.

Los avances en la vacuna son claves para frenar la incidencia de la enfermedad

Otra posible defensa se basa en la esterilización de los mosquitos macho. Un laboratorio de Johannesburgo los irradia con rayos gamma para que su esperma sea infértil y luego los libera en el campo. Cuando se aparean, las hembras ponen huevos que nunca eclosionan, explica Power Tshikae, entomólogo de Zululandia, una provincia sudafricana fronteriza con Mozambique. Su equipo coloca vasijas de barro cerca de los corrales del ganado, donde suelen acudir los mosquitos, y controla a cuántos atraen. El objetivo es mantener el número bajo, incluso si el cambio climático convierte la zona en más propicia para los mosquitos. (Solo las hembras pican y transmiten la enfermedad.)

La vacunación es otro enfoque prometedor en los países donde la malaria está muy arraigada y es probable que empeore. Existen dos nuevas vacunas disponibles, ambas previenen aproximadamente la mitad de los casos en niños menores de cinco años. Las pruebas piloto realizadas en Ghana, Kenia y Malaui han mostrado una reducción del 13% en la mortalidad infantil general. En la actualidad, los niños reciben la vacuna en más de 20 países.

También será esencial una mejor preparación para las condiciones climáticas extremas. En las zonas propensas a las inundaciones, es necesario distribuir más ampliamente las reservas de medicamentos y los mosquiteros antes de que se produzca una catástrofe, para que los poblados no se queden sin suministros aunque se vean inundados. Se están realizando esfuerzos a escala mundial para que los medicamentos sean más estables al calor y no se deterioren antes de su uso.

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Otro reto es reunir datos sobre el clima y la malaria de modo que los responsables políticos puedan ver cómo se influyen mutuamente. El programa TDR, respaldado por las Naciones Unidas, colabora con los Ministerios de Sanidad de Senegal y Nigeria para trazar un mapa de la variación de los brotes en función del clima. La integración de los datos climáticos en los modelos de la malaria debería hacerlos más precisos, lo que permitirá una mejor preparación de los países frente a los brotes.

La malaria no solo mata. También empobrece. Los trabajadores con fiebre son menos productivos. Los niños enfermos aprenden menos en la escuela. Y, cuando hay que llevar a un niño a la clínica, es la madre quien deja de hacer lo que esté haciendo “el 99,9 % de las veces”, afirma el doctor Michael Adekunle Charles, del movimiento Roll Back Malaria. Según un estudio reciente, una disminución del 10% en la incidencia de la malaria se asocia con un aumento de los ingresos per cápita de casi un 0,3%. “Si logramos reducir la carga de la malaria, al final habrá más dinero disponible para destinarlo al desarrollo”, afirma Charles.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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