El 15 de octubre celebramos santa Teresa de Jesús, mujer de fuego y palabra, escritora universal que supo hablar de Dios con la misma profundidad con la que describía los caminos del corazón humano. Quién la lee, creyentes o no, descubre en sus páginas una fuerza literaria que atraviesa siglos y fronteras. Teresa no se limitó a fundar conventos; fundó, sobre todo, una manera de mirar la vida que sigue interpelando a cualquier persona que le busque sentido.
En un mundo que corre, que mide el tiempo en notificaciones y mensajes, Teresa nos invita a detenernos. Ella define la oración como “tratar de amistad con quien sabemos que nos ama”. Más que un ejercicio piadoso, es un encuentro, un diálogo que nace del deseo de ser escuchados y de aprender a escuchar. Para el creyente, este Tú es el mismo Dios; para quién duda o busca, puede ser la verdad, la belleza, el misterio de la existencia. Lo que importa es abrir un espacio donde la vida pueda hablar.
En un mundo que corre, que mide el tiempo en notificaciones y mensajes, Teresa de Jesús invita a detenernos
La tradición cristiana ha hecho de esta experiencia un lenguaje compartido: la liturgia, que es sobre todo celebración de una presencia que nos da su propia vida y sostiene nuestra existencia. En la eucaristía, en la oración de las horas, en el ritmo del año litúrgico, la Iglesia nos enseña a que no todo depende de nuestra agenda. Allí, el silencio y la palabra se entrelazan, la Escritura se convierte en alimento y la comunidad se hace hogar. Teresa, maestra de oración, bebió de esta fuente y la supo traducir en una amistad viva con Dios.
Quizá la palabra “oración” suena a tiempos antiguos, pero ¿no necesitamos hoy más que nunca un silencio habitado, un respiro que nos devuelva a lo esencial? La literatura, la música, la contemplación de la naturaleza... son puertas que nos acercan a esta experiencia. Teresa utilizó la palabra para que el espíritu respirara; sus libros — Camino de perfección , Libro de la vida , el Castillo interior o Las Moradas — siguen siendo escuela de interioridad y libertad.
En la eucaristía, en la liturgia de las horas, en el ritmo del año litúrgico, la Iglesia nos enseña que no todo depende de nuestra agenda
Redescubrir la plegaria no exige fórmulas complicadas. Rogar es encontrarse con la persona de Jesucristo, con su Palabra. Empieza con un gesto sencillo: apagar el ruido, sentarse, dejar que el corazón hable. Quizá allí, como le pasó a Teresa, se encienda una chispa de amistad que dé sentido a los días. En tiempos de prisas, esta invitación suena casi subversiva. Pero quizá es la revolución más necesaria: volver a la raíz de lo que somos, seres llamados a relacionarnos, a amar, a escuchar y a celebrar que la vida es un don. ¡Feliz día de santa Teresa de Jesús y buena plegaria!
Con el deseo de que nos podamos encontrar con Aquel que sabemos que nos ama.