Tras dar la vuelta al ruedo dos orejas en mano, solo y lento, Morante se encaminó al centro del ruedo de Las Ventas y allí, entre la conmoción y el asombro de todos, se quitó el añadido modo de coleta y se despidió del toreo.
A partir de ahí, la corrida que debía ser la retirada -ésta sí anunciada- de Fernando Robleño ya fue otra. Porque ya nada será igual.
Pero antes y después hubo cosas que contar. Ahí van.
Repuestos, o no, de las emociones matinales, volvíamos a Las Ventas, otra vez con el “no hay billetes”, ahora para despedir a un torero madrileño de ejemplar trayectoria profesional, siempre ante ganaderías de esas que “piden el carné”.
Con él, Morante, ahora con traje de luces (Chenel y oro el terno, nuevo guiño a Antoñete) en lugar de campero y Sergio Rodríguez, que confirmaba alternativa. Los toros, de Garcigrande.
Morante de la Puebla, tras sufrir una cogida en su último toro, al que mató y cortó dos orejas
El primero de la tarde fue para Sergio Rodríguez, que confirmaba alternativa, que manejó el capote con variedad y soltura.
Efectuada la ceremonia, Morante padrino y Robleño testigo, el torero abulense abrió faena con gusto en muletazos por bajo para luego torear en redondo corriendo la mano aunque el toro no acababa de rematar la embestida, que fue mejor por el pitón izquierdo. Estocada no muy allá pero efectiva y ovación final.
Y otra ovación se llevó de salida el pedazo toro primero de Morante que toreó a la verónica con arrebato, como lo fue la media. Los olés, pues eso, arrebataos también. Y así siguieron en las mecidas, lentas y ajustadísimas verónicas del quite.
Semigenuflexo en los doblones de inicio y momento de apuro en un recorte antes del toreo en redondo que el toro boicoteó al negarse a seguir la muleta. Así que tocaba abreviar y Morante se fue a por la espada, que manejó sin acierto.
Fernando Robleño da un pase a su segundo astado, el último de su carrera
Poco que contar en los primeros tercios de la lidia del tercero, al que Robleño puso en suerte desde muy largo en el caballo. Brindis al público y redondos deslucidos por la poca entrega del Garcigrande, que tampoco mejoró en los naturales. Así las cosas la faena nunca tomó vuelo, pese al esfuerzo del torero, que se atascó con la espada, su cruz tantas tardes.
Todos los ojos, todas las esperanzas para remontar la tarde, puestas en el segundo de Morante, que de rodillas en el tercio le hizo un recorte y tras dos excelsas chicuelinas resultó volteado con violencia. Llevado en volandas por las cuadrillas, no llegó a pasar a la enfermería y mientras intentaba reponerse metido en el callejón salieron los picadores... y él también, blanca la tez.
Sin probaturas se puso a torear en redondo con soberbia majeza y en una de esas sufrió una colada sin consecuencias. Por el pitón izquierdo no hubo opciones y de regreso a la diestra máximo compromiso, ajuste y temple.
Estocada hasta la bola, dos orejas y puerta grande para un torero monumental.
Morante de la Puebla, en el momento de cortarse la coleta en el centro del ruedo venteño
Era el quinto el último de Robleño y lo toreó sensacionalmente , con un reposo y gusto que pocas veces pudo en su larga trayectoria dado el material que a menudo tenía delante. Se gustó en los cites, en los muletazos largos y ligados y consiguió que, por momentos, el gentío olvidara la conmoción morantiana. Que no era poca cosa.
Resonaban esos olés de Madrid, la espada entró a la segunda y la oreja fue el premio. Como la ovación de adiós de toda la plaza cuando sus hijos, tijera en mano, le cortaron la coleta.
Papeleta para Sergio Rodriguez sobreponerse a tanta carga emocional llegados al sexto. Y sorprendió que su brindis no fuera para sus dos compañeros. En fin...
La faena transcurrió lánguida, con más intenciones que resultados pero, lo dicho, todo estaba bajo el poderoso influjo de Morante, de difícil lidia emocional.
Acabó la corrida, se echó el gentío, jóvenes en su mayoría, al ruedo y a hombros y entre gritos sincopados con el nombre del torero se llevaron a hombros a Morante, un tumulto pocas veces visto.
Pero más allá de euforias y desfases, queda la huella indeleble de un torero de época, se llama José Antonio Morante Camacho y nació en La Puebla del Río.
¡Viva Morante!
