La cruzada del polémico astrónomo Avi Loeb para encontrar tecnología interestelar

El famoso catedrático de Harvard empuja los límites de la ciencia y lidera el proyecto Galileo que escruta fenómenos celestes anómalos como Oumuamua, IM1 o 3I/Atlas

Astronomía

Ilustración de 3I/Atlas

Ilustración de 3I/Atlas

Pablo González Pellicer
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Avi Loeb, el polémico cazador de tecnología interestelar

El famoso astrónomo de Harvard empuja los límites de la ciencia y lidera el proyecto Galileo que escruta fenómenos celestes anómalos como Oumuamua, IM1 o 3I/Atlas

Desde lo alto de un observatorio en la Universidad de Harvard (Massachusetts, EE. UU.) una red de cámaras y sensores rastrea el cielo las 24 horas del día en busca de anomalías y patrones. El responsable de esa singular instalación es Avi Loeb (1962), catedrático de Astronomía de la misma universidad y director del Proyecto Galileo, una cruzada científica que ha decidido tratar lo “anómalo” con el mismo rigor que cualquier otro fenómeno celeste.

Loeb se ha convertido en un analista de lo desconocido, alguien dispuesto a seguir cualquier indicio hasta sus últimas consecuencias para responder una pregunta tan vieja como la propia humanidad… ¿estamos solos en el universo?

El programa Galileo consiste en una red de observatorios de código abierto que rastrea el cielo de forma continua con cámaras de alta resolución, telescopios y sensores coordinados, y publica metodologías y resultados para someterlos al escrutinio de cualquiera.

Retrato vertical
El catedrático de Harvard Avi Loeb (en una imagen de 2021) se ha convertido en un especialista de lo desconocido

La metodología de este proyecto se apoya en la recopilación de datos sobre eventos celestes y en caso de encontrar alguno que no encaje, medirlo mejor, con más instrumentos, datos abiertos y análisis replicables. Lejos del tópico del “outsider”, Loeb es físico de formación y doctor en astrofísica, ha sido responsable de centros de referencia y es el director de la Iniciativa Black Hole en Harvard. Su premisa es clara: distinguir con protocolos y trazabilidad lo convencional (aviones, drones, globos, meteoros) de lo verdaderamente anómalo.

Todo comenzó un 19 de octubre de 2017, cuando un telescopio en Maui (Hawaii) registró la entrada en nuestro sistema solar de un objeto procedente de otra región de la galaxia al que los astrónomos bautizaron Oumuamua (“explorador” o “mensajero” en hawaiano) ya que era el primer cuerpo interestelar del que se tenía constancia, el único viajero conocido que había atravesado la enorme distancia desde otro sistema estelar hasta el nuestro.

Observatorio de Maui (Hawai)
El observatorio de la isla de Maui, en Hawaii, donde fue detectado el viajero interestelar bautizado como Oumuamua Credito: Istock

Su procedencia era solo una parte del enigma. Oumuamua no cuadraba con ninguna categoría astronómica establecida. Si era un asteroide, resultaba extraordinariamente inusual. Las estimaciones apuntaban a que tenía al menos la longitud de un campo de fútbol, su forma exacta era dudosa, aunque parecía muy alargada y delgada, similar a un cigarro. Ningún objeto conocido del sistema solar exhibe proporciones tan extremas, remarcaron los científicos que lo descubrieron.

Cuanto más lo examinaban, más desconcertante se volvía Oumuamua. El estudio de su trayectoria mostró que, en las semanas anteriores a ser detectado, ganó velocidad al acercarse al Sol con una aceleración que no se explicaba solo por la gravedad. Ese empuje extra sería normal en un cometa pues el calentamiento solar templa sus hielos y el gas expulsado actúa como propulsor.

Avi Loeb siguió durante meses las noticias sobre Oumuamua hasta que una mañana de otoño de 2018 se le ocurrió una teoría para que aquel objeto acelerase como lo hizo: debía existir algún empuje extra. ¿Y si lo proporcionaba la luz del Sol?

En un artículo que firmó junto a un posdoctorando plantearon la posibilidad de que Oumuamua fuera una vela ligera. Las velas solares, propuestas desde hace tiempo para viajar por el espacio (con una demostración exitosa de la agencia espacial japonesa en 2010), consisten en una lámina metálica ultrafina que aprovecha la presión de la luz como una vela náutica que se sirve del viento, impulsando así una nave.

Vela solar IKAROS
Vela solar del proyecto Ikarus. Credito: Jaxa

Esa hipótesis podría explicar parte de su comportamiento anómalo, pero, de ser correcta, implicaría que no se trata de un objeto natural, sino de un artefacto de origen extraterrestre. Al poco de su publicación las cámaras no tardaron en presentarse a su puerta y la figura de Avi Loeb había saltado a los medios de todo el mundo.

IM1

En paralelo, otra historia se cruzó en su agenda. En 2014, un destello atravesó el cielo sobre Papúa Nueva Guinea al que nadie le prestó demasiada atención hasta que, años más tarde, Amir Siraj, un joven de Harvard que trabajaba con Avi Loeb, localizó el registro en una base de datos gubernamental: el objeto había explotado a gran velocidad con una órbita inusual, sugiriendo un origen interestelar.

El problema era que los satélites que lo detectaron eran clasificados. En 2022, tras insistencia de Loeb, el Comando Espacial de EE. UU. confirmó con “99,999 % de certeza” su naturaleza interestelar y publicó su curva de luz. Loeb interpretó que la explosión se produjo demasiado cerca de la superficie, lo que implicaría un material inusualmente duro, quizás una aleación fabricada (acero inoxidable, por ejemplo). ¿y si no fue una roca, sino una sonda? ¿y si quedaban restos?

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Si algo sobrevivió a la caída, debía reposar en el fondo del océano, al norte de Papúa Nueva Guinea. Allí, entre sedimentos y aguas oscuras, podían estar dispersas miles de diminutas esférulas metálicas, como arena brillante. La tarea de recuperarlas parecía imposible, pero había antecedentes: en 2018, un equipo había logrado recuperar esférulas frente a la costa de Washington usando vehículos submarinos y un “rastrillo magnético”.

El sueño de Loeb comenzó a tomar forma cuando Charles Hoskinson, matemático enriquecido gracias a las criptomonedas, escuchó la historia en un pódcast. Fascinado, ofreció 1,5 millones de dólares para financiar la expedición. Para organizarla, recurrieron a EYOS Expeditions, la misma compañía que había llevado a James Cameron hasta la Fosa de las Marianas, el lugar más profundo del planeta.

El área de rastreo abarcaba unos 80 kilómetros cuadrados, un territorio inmenso que debían recorrer con un trineo magnético del tamaño de un coche pequeño. Loeb logró calcular y reducir el área de búsqueda.

Los primeros días resultaron desalentadores, pero, finalmente, tras examinar más restos bajo el microscopio, se descubrió una primera y diminuta perla metálica, y poco a poco la colección creció, hasta alcanzar medio centenar de esférulas.

Loeb comenzó a conceder entrevistas con gran entusiasmo y a realizar publicaciones celebrando lo que consideraba un triunfo y lanzando pullas a sus detractores (que no eran pocos). Avi Loeb aseguró que era “la primera vez que los humanos sostienen material perteneciente a un gran objeto que vino de fuera del sistema solar”.

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El equipo de la primera expedición oceánica al sitio donde cayó el IM1 buscaba esférulas metálicas. Credito: Avi Loeb Medium

En Medium publicó un balance del viaje y abrió la puerta a nuevas expediciones. Si IM1 era en verdad una pieza de tecnología extraterrestre, quizá aquellas esférulas eran fragmentos fundidos de su superficie. Y si lograban seguir ese rastro metálico en el lecho marino, tal vez aún los condujera hasta restos intactos.

La obsesión de Avi Loeb con lo anómalo parecía, a ojos de muchos colegas, la de un científico extraviado, casi una versión real de Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase moldeando una montaña de puré, pero ahora en versión de esférulas metálicas.

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Clasificación en cuatro grupos principales según morfología de las esféerulas recuperadas. Credito: Hyung

Por si era poco, a este escenario de teorías poco convencionales se sumaba en diciembre de 2017 una publicación de The New York Times, que destapaba la existencia de un programa militar dedicado a los UAP (Siglas en ingés de fenomenos aéreos sin identificar). ¿Acaso el proyecto Galileo tenía una réplica estatal dirigida desde el mismísimo Pentágono?

Aquella noticia incluía el relato de dos pilotos navales que en 2004 vieron frente a San Diego un objeto ovalado suspendido sobre el océano antes de desaparecer sin dejar rastro. No fue un hecho aislado. En 2019, el teniente Ryan Graves habló de encuentros continuos con aeronaves imposibles frente a la costa este. El interés creció hasta el punto de que el senador Marco Rubio exigió un informe oficial en la ley de inteligencia de 2021.

Finalmente la NASA lanzó un informe público en septiembre de 2023 al respecto, que concluyó que no se encontró evidencia de que aquellos fenomenos tuvieran un origen extraterrestres.

3I/ATLAS

El nuevo capítulo en torno a Avi Loeb se abre el 1 de julio de 2025, cuando se anuncia la detección de un tercer objeto interestelar, bautizado como 3I/ATLAS. El hallazgo se produjo en Chile, gracias a uno de los telescopios de la red ATLAS (un sistema financiado por la NASA para rastrear asteroides que pudieran ser peligrosos), al identificar un cuerpo con órbita excéntrica.

Pronto, más de un centenar de telescopios alrededor del planeta confirmaron que no se trataba de un asteroide corriente, sino de un cometa de origen extrasolar. El Centro de Planetas Menores lo registró oficialmente como 3I/ATLAS, el tercer visitante identificado tras ʻOumuamua (2017) y Borisov (2019).

Trayectoria de 3I/ATLAS
Trayectoria de 3I/ATLAS a 25 de septiembre de 2025 . Credito: Space Initiatives

Las primeras mediciones revelaron que viaja entre 209.000 y 221.000 km/h siguiendo una órbita hiperbólica y que no implica amenaza alguna para la Tierra. En diciembre alcanzará su punto más cercano a nuestro planeta, situado entre 240 y 257 millones de kilómetros.

Observaciones del James Webb, el Hubble y telescopios terrestres han confirmado la presencia de agua, cianuro y monóxido de carbono, rasgos inequívocos de actividad cometaria. Para la mayoría de la comunidad astronómica, 3I/ATLAS sigue siendo un cometa interestelar singular, pero natural.

Pero Avi loeb, tenaz en su cruzada, afirma que existen singularidades que deben ser estudiadas más a fondo, no porque sostenga que sea artificial, sino porque reúne características que no encajan en la de un cometa y merece ser observado con mayor precisión.

3I/ATLAS observado por Hubble/Webb
Imagen del Telescopio Espacial Hubble del objeto interestelar 3I/ATLAS, 21 de julio de 2025. Credito: Jewitt et al. 2025

Loeb destaca que la luz que refleja 3I/ATLAS no encaja con lo que se conoce de otros cometas o asteroides: su forma de polarizar la luz es extraña y no coincide con los patrones habituales.

Otro rasgo curioso es la nube de gas y polvo que lo rodea (la coma), que está compuesta sobre todo por dióxido de carbono, lo que también lo hace diferente. A esto se suma su recorrido por el espacio:, viaja en dirección contraria a la de la mayoría de cuerpos del sistema solar, aunque de forma muy alineada con el plano en el que giran los planetas, algo que estadísticamente resulta raro.

A ese conjunto de rarezas Loeb añade una aún más rocambolesca y es que I3 Atlas provendría de la misma región celeste que la de la histórica señal Wow! de 1977, una breve y potente emisión de radio captada por un radiotelescopio en Ohio que algunos interpretaron entonces como una posible transmisión de origen extraterrestre.

Trayectoria de 3I/ATLAS
Impresión digital original de la señal "¡Guau!". Credito: Wikipedia

Los astrónomos sostienen que las supuestas anomalías pueden explicarse sin recurrir a causas artificiales: la alineación orbital se debe a simples coincidencias estadísticas, la composición rica en CO₂, a un tipo de cometa natural pero poco común.

A pesar de todo, llevado por sus teorías, Avi Loeb se ha atrevido a especular con un escenario tan improbable como inquietante. Si 3I/ATLAS fuera en realidad un objeto tecnológico enviado a explorar nuestro sistema solar, podría producir lo que él llama un “evento cisne negro”. En esa hipótesis, al alejarse del Sol, el objeto podría girar de forma repentina y, sin previo aviso, adoptar un rumbo artificial, revelando un comportamiento que sorprendería a toda la humanidad y pondría a prueba a una sociedad poco preparada para afrontar un acontecimiento de semejante magnitud.

En esa línea, Loeb ha enviado una carta a la ONU para solicitar la creación de un comité que evalúe la naturaleza de los objetos interestelares en el futuro.

3I/Atlas observado desde el orbitador ExoMars. Credito: ESA

Consciente de las críticas que suscitan sus planteamientos, Loeb ha matizado en sus últimas declaraciones a la NBC que la probabilidad de que 3I/ATLAS tenga un origen tecnológico no supera, en su estimación actual, el 30% o 40%.

Mantiene la hipótesis abierta como ejercicio científico, no como afirmación. Su posición, insiste, no es la de un creyente, sino la de un investigador que considera legítimo explorar escenarios de baja probabilidad cuando los datos presentan inconsistencias.

Si en ese proceso apareciera un indicio tecnológico, sería fruto de una estrategia observacional adecuada; y si no lo hay, el balance también será positivo: obtendremos una comprensión más sólida del tráfico natural de objetos interestelares.

La trayectoria de Loeb no es la de un buscador de enigmas por fe, sino la de un académico que ha decidido explorar las grietas del método donde el debate parecía prohibido.

Avi Loeb
El astrofísico Loeb insiste en que se deben explorar escenarios de baja probabilidad si los datos presentan inconsistencias. Credito: Chris Michel

ʻOumuamua abrió la pregunta y con Galileo ha diseñado la infraestructura; IM1 supuso la primera búsqueda de pruebas y 3I/ATLAS ha reavivado la discusión sobre si debemos hacernos ciertas preguntas a pesar de los riesgos y consecuencias que pueden conllevar.

En última instancia, la figura de Avi Loeb obliga a reflexionar sobre los márgenes del pensamiento científico: ¿hasta dónde conviene tensionar el método con hipótesis poco ortodoxas? ¿y cuáles deben ser los límites éticos y prácticos para evitar caer en la especulación sin base?

Su apuesta demuestra que las preguntas incómodas podrían enriquecer la ciencia, siempre que vengan acompañadas de disciplina empírica y voluntad de someterse al contraste de la evidencia. Pero las afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias como afirmaba Carl Sagan y por el momento nada de lo observado aventura que vayamos a ser testigos de ningún encuentro propio del imaginario de Steven Spielberg.

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