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“Su corazón se paró y ahora late en otro”

Donación 

Los padres de Ana, de 28 años, relatan la decisión de su hija de donar sus órganos tras morir por eutanasia

Ana Segundo, en una imagen facilitada por sus padres

CEDIDA

Claro que Puri y Salvador se desgarraron por completo cuando su hija Ana, de 28 años, les comunicó que ya no podía aguantar más el dolor, que cada día era un sufrimiento y que al día siguiente sería más, y al otro, y al otro, que no poder mover apenas una parte mínima de su cuerpo no era vida. Y por eso, quería solicitar la eutanasia.

Morir acompañada por ellos, con cariño, con tranquilidad, pero no en casa. Porque quería donar sus órganos, por lo que debía morir en el hospital Gregorio Marañón de Madrid, el centro en el que había pasado una parte de su vida entrando y saliendo. Ana nació con espina bífida, una enfermedad que nunca la dio tregua y terminó ocasionándole dolores horrorosos, hidrocefalia y daño neurológico, entre otros sufrimientos.

“Ningún padre está preparado para ver morir a un hijo, pero Ana lo tenía claro, tanto como donar”

“Ningún padre está preparado para perder a su hijo, pero es que Ana lo tenía muy claro. Sólo la preocupaba que nosotros sufriéramos. Pero estuvimos de acuerdo en que era su decisión, era su vida, era su cuerpo”, explican Puri y Salvador. Respeto y mucho amor. Ana, señalan, tuvo tiempo a lo largo de su vida en pensar en todo, incluso en la muerte y “a nosotros solo nos quedaba estar con ella”.

Sus testimonios se escucharon grabados en el XX encuentro entre profesionales de la comunicación y coordinadores de trasplantes celebrado en el El Escorial, donde se quiso dejar muy claro que la eutanasia no lleva aparejada, en ningún caso, la donación. Son decisiones independientes de cada persona. En el caso de Ana, donar era un escenario que siempre contempló. “A los 18 años se hizo donante de sangre y de órganos. Nosotros lo éramos y ella se crió con esta realidad”, narran.

Ana murió en el hospital Gregorio Marañón en el 2023, un tiempo después de que recibiera la autorización para la prestación de ayuda a morir. “Pidió que se retrasara un poco para que pudiéramos pasar la Navidad juntos”.

En ese tiempo, Ana se fue despidiendo de todos sus amigos, familiares y del grupo de teatro al que había pertenecido con su madre. Incluso de ese miembro de la familia que estaba esperando un trasplante de pulmón. “¡Qué pena que no te pueda dar un órgano (la donación siempre es anónima en España), pero allí dónde esté mediaré para que te llegue ese pulmón”, recuerdan sus padres. Al poco tiempo, ese familiar recibió un órgano y fue trasplantado.

A los dos meses, los padres de Ana recibieron una carta de la persona que recibió el corazón de su hija

A los dos meses, cuando Puri y Salvador penaban por la muerte de su hija, el coordinador de trasplante les entregó una carta de una persona que había recibido el corazón de su hija. El trasplantado no sabía nada de ella ni de los padres, ni que fue ella misma la que decidió la donación porque su muerte fue por eutanasia.

Sobre esa misiva del receptor del corazón de su hija, cuentan los padres de Ana: “Nos agradecía que hubiéramos donado los órganos de Ana (el trasplantado no sabía nada de ella ni de los padres, ni que fue ella misma la que decidió la donación porque su muerte fue por eutanasia), que iba a cuidar ese corazón con todo el cuidado del mundo, dándole todas las oportunidades que Ana no había tenido... Nos vino esa carta en el mejor momento, cuando estábamos hundidos. Nos confirmó lo que Ana quería: dar vida”.

Entre 2021-2024, ha habido 154 donantes tras la eutanasia, que han permitido 442 trasplantes. Ana es uno de ellos.