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Ni 'histérica' ni anoréxica: la sentencia que alerta de sesgos en medicina por el ingreso a la fuerza de una mujer

Diagnóstico erróneo

 La catalana Alexandra Hernández acabó ingresada en un centro de TCA por una bajada de peso sin ser anoréxica; una juez le ha dado la razón

Alexandra Hernández pasó más de un mes ingresada en un centro de TCA a pesar de no tener anorexia

ANA JIMENEZ

Alexandra Hernández (Barcelona, 38 años) ha pasado buena parte de su vida con problemas médicos para los que no encontraba explicación. Y una bajada de peso alarmante hizo que un médico la ingresara en un centro especializado en Trastorno de Conducta Alimentaria (TCA) a pesar de que no tenía anorexia y los informes médicos apuntaban a un posible diagnóstico de SIBO (Sobrecrecimiento Bacteriano en el Intestino Delgado). Una sentencia- que ha sido recurrida- ha condenado al centro médico que la trató a indemnizarla con 70.000 euros por mala praxis en el diagnóstico y ha puesto de relieve por primera vez los sesgos de género a los que se enfrentan las mujeres.

“A menudo se nos tacha de “histéricas” cuando expresamos malestar físico o emocional. Sentí ese peso encima muchas veces”, cuenta la barcelonesa Alexandra Hernández. Tiene 38 años, pero lleva más de media vida conviviendo con multitud de síntomas para los que nadie tenía explicación. Un tiempo marcado por el miedo y también el cansancio. Aparecía sintomatología cambiante como moratones o vértigos, pero cuando intentó buscar qué le sucedía lamenta que muchos médicos le decían que todo estaba en su cabeza, explica para La Vanguardia.

Apartado de la sentencia que apunta los sesgos de género en medicina

Diseño web LV

En 2017 empezó un periplo de visitas médicas en busca de diagnóstico. Consultó en todo tipo de especialistas y en varios países sin demasiado éxito. En 2018 las secuelas se empezaron a notar físicamente y se adelgazó de una manera preocupante. “Llegué a pesar 34 kilos. Entiendo que pudiera parecer alarmante, pero lo que necesitaba era comprensión y apoyo, no un diagnóstico apresurado”, relata. Entonces estaba casada y su pareja vivía con la misma angustia su incierta situación. También tenía una larga lista de pruebas, elaboradas en hospitales de varios países, y algunas ya apuntaban al SIBO como posible diagnóstico -algo que incluye la sentencia condenatoria- pero ninguno de esos documentos evitó acabar ingresada en un centro de TCA en Barcelona. Asegura que la orden la dio tras un médico sin mirar los informes ni escucharla. Ni ella ni su familia sabían a dónde iba, afirma. Lo descubrió estando ya dentro.

El fallo judicial pone de relieve la banalización de los síntomas que a veces sufren las mujeres

Hubo momentos de gran humillación y de sentirme sin voz. Me ingresaron en un centro sin mi consentimiento, y aquella experiencia fue muy dura, tanto física como emocionalmente, relata esta mujer que asegura que el médico que ordenó el ingreso la llamó ‘listilla’ cuando ella le intentó explicar qué creía que le pasaba. Permaneció un mes en el centro en contra de su voluntad y la de su familia y escapó aprovechando una visita médica. Pero fue obligada a retornar por la vía judicial, como consta en la sentencia.

Tras un segundo ingreso, logró pedir el alta sin que esta vez un juzgado se lo impidiera. Y ahí empezó su proceso de sanación. Primero acudiendo al sistema público de salud mental. “Cuando al fin encontré un psiquiatra que me miró con humanidad y me dijo: “tú no eres anoréxica”, sentí un primer alivio. Alguien, por fin, me veía”.

“Hubiera preferido que un médico me dijera “no sé lo que tienes” antes que etiquetarme de algo que no era”

Alexandra Hernández

A la par que su reconstrucción emocional, siguió indagando sobre qué le pasaba. Hoy sabe que además de SIBO tienen Síndrome de activación mastocitaria (una enfermedad inmunológica), pero pasó una década hasta encontrar diagnóstico. En todo este camino la relación de pareja no sobrevivió, aunque siguen manteniendo la amistad. También sufrió durante mucho tiempo estrés postraumático.

“Hubiera preferido que un médico me dijera “no sé lo que tienes” antes que etiquetarme de algo que no era”, relata. “Me dolió profundamente, porque en aquel momento lo que más necesitaba era sentirme apoyada en el proceso”.

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Sabían que tenía SIBO y otros desequilibrios autoinmunes y genéticos, pero aun así redujeron todo a una etiqueta. Aquello me causo un dolor muy profundo. Por eso esta mujer se decidió a denunciar. Isabel Giménez, la jueza catalana conocida por adoptar perspectiva de género e infancia en sus sentencias, está detrás de esta resolución. La magistrada explica a La Vanguardia que en el ámbito de la medicina “las mujeres nos encontramos con una serie de sesgos comunes como son el infra diagnóstico y la banalización de los síntomas”. Algo que, atendiendo a la sentencia, sucedió con Alexandra. “Los estudios aseguran que recibimos más diagnósticos de ansiedad, depresión o somatización cuando deberían investigarse las causas físicas reales”, prosigue Giménez. Todo ello, lamenta la magistrada, “perpetuando la idea de que las mujeres somos exageradas, emocionales, histéricas o hipocondríacas”.

La barcelonesa Alexandra Hernández tardó tiempo en poder leer la sentencia

Ana Jiménez

La jueza, que reservó parte de su sentencia a explicar a Alexandra su decisión, también dedica parte del documento judicial a señalar los sesgos de género y la “banalización de los síntomas” a los que ellas se enfrentan.

“Los estudios aseguran que recibimos más diagnósticos de ansiedad, depresión o somatización cuando deberían investigarse las causas físicas reales”

Isabel JiménezJueza

“En 30 años no ha cambiado demasiado el sesgo de género en medicina que se aplica a las mujeres”, apunta María Teresa Ruiz Cantero, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Alicante especializada en prevención y salud pública con perspectiva de género. A Ruíz Cantero le cambió su vida académica tras la publicación en 1991 de un artículo en la prestigiosa The New England Journal of Medicine que apunta que en casos de infarto agudo de miocardio había más esfuerzo diagnóstico y terapéutico en hombres que en mujeres. Este artículo animó a la investigadora a indagar en profundidad en los sesgos de género. La experta apunta que en la universidad de Medicina de Harvard ya se está enseñando el fenómeno llamado metacognición que es “enseñar a los estudiantes a pensar qué están pensando”. “¿Cuándo llega una mujer con dolor de espalda, está pensando que tiene ansiedad? ¿Podría ser otra patología más grave?”.

“En 30 años no ha cambiado demasiado el sesgo de género en medicina que se aplica a las mujeres”

María Teresa Ruiz CanteroCatedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Alicante especializada en prevención y salud pública con perspectiva de género

“Noté que muchas mujeres me escucharon y me creyeron, mientras que algunos hombres, incluso con buena intención, tendían a pensar que todo estaba “en mi cabeza””, cuenta la paciente. “Eso me hizo reflexionar sobre cómo todavía nos cuesta validar la experiencia del cuerpo femenino”, reflexiona Alexandra.

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Jorge Fuset, uno de los abogados que ha llevado el caso y cuyo gabinete está especializado en negligencias médicas, valora la “sensibilidad” de la juez. Porque lamenta que “a veces el corporativismo médico llega incluso a la judicatura”. “Pudimos demostrar que hubo un error de diagnóstico que conllevó una serie de limitaciones”, defiende el abogado. Fuset reconoce que “es el típico caso de que alguien con un prejuicio no hace las pruebas necesarias” y lamenta que “se produce un diagnóstico erróneo que conlleva problemas como la privación de derechos fundamentales” porque la llegaron a internar. El letrado también señala la afectación a nivel psicológico para la paciente de toda la situación vivida que también recoge en la sentencia.

“Es el típico caso de que alguien con un prejuicio no hace las pruebas necesarias”

Jorge FusetAbogado de Alexandra Hernández

Alexandra tardó mucho en leer la sentencia, en la que además la jueza se reservó un apartado a explicar a la paciente su decisión. Y aún hoy le cuesta contener la emoción. “La meditación me salvó. Me ayudó a sostener el dolor sin huir, a comprender que el cuerpo y la mente pueden sanar si aprendemos a escucharlos con compasión”, concluye. Hoy puedo hacer una vida casi normal. “Vivo con una enfermedad autoinmune, pero también con una mirada más consciente, más serena. He aprendido que incluso el sufrimiento puede ser un camino hacia la verdad”, concluye.