Nuestro destino se asemeja cada vez más al de los yanomami

Baúl de bulos

La Atomic Energy Commision llegó a la selva venezolana con ganas de demostrar la veracidad de sus desquiciadas teorías basadas en la eugenesia

Nuestro destino se asemeja cada vez más al de los yanomami

Nuestro destino se asemeja cada vez más al de los yanomami

Martin Tognola

Con el paso de los años, hemos ido descubriendo que algunas de las fotografías más icónicas del siglo XX o bien eran montajes o su autoría algo más que discutible. Empezando por la de Robert Capa de un miliciano anarquista español abatido en plena batalla; la de los marines estadounidenses izando su bandera en Iwo Jima; o la de la niña vietnamita desnuda que huye despavorida de un ataque con napalm.

Al igual que nuestra memoria personal no es de fiar, la de la historia lo es menos, y ya no digamos en campos académicos tan discutidos y discutibles como es el caso de la antropología, en el que abundan teorías y escasean pruebas fidedignas. Tanto es así que ha habido casos de antropólogos que han intentado moldear a su antojo con erróneas y rebuscadas teorías, a tribus aisladas del resto de la humanidad y supuestamente primitivas, así condenándolas a una agónica muerte.

Es el caso de los yanomani, una tribu que habita tierras amazónicas entre Venezuela y Brasil; gente que vivía en harmonía con su entorno formando parte del ecosistema y ajena a la avaricia y el gen destructivo del mundo moderno, hasta que llegasen los antropólogos con sus desquiciadas teorías sobre ellos. Y lo que les pasó a consecuencia de ello es execrable, desolador.

Lo denuncia Patrick Tierney en El saqueo de El Dorado (Grijalbo, 2002), y la horrífica historia que cuenta va de virus y vacunas, tema que ahora cada vez más nos involucra a nosotros en nuestras junglas urbanas particulares.

Incluso antes de que su libro llegara a las librerías, la American Anthropological Association (AAA), y no pocos distinguidos antropólogos estadounidenses, pusieron el grito en el cielo, sin haberlo leído. Presentían, acojonados, que la denuncia de Tierney iba también por ellos y que podía amenazar su cómoda, privilegiada, plácida y bien remunerada existencia académica.

La misión de la Atomic Energy Commision era determinar los efectos de radiación en las víctimas humanas

Resumiendo mucho, revela Tierney que, después de la devastación de Hiroshima, se formó la Atomic Energy Commision, cuya misión consistía en determinar los efectos de radiación en las víctimas humanas, y que, en los años sesenta, algunos de sus miembros ampliaron su investigación a incluir a los yanomami.

Llegaron a la selva venezolana con ganas de demostrar la veracidad de sus desquiciadas teorías basadas en la eugenesia, una locura que ahora, por desgracia universal, vuelve a ganar adeptos. En fin, es muy probable que provocaron una letal epidemia de sarampión entre los moradores de la selva, pero en vez de combatirla, se limitaron a observar sus efectos y a experimentar con una posible vacuna, usando esta gente de cobayas.

Pero hay más. A fin de conseguir impactantes imágenes que demostrasen que se trataba de una tribu violenta y asesina -nada más lejos de la verdad-, provocaban batallas entre pueblos que no eran más que una patraña. Entre bambalinas, aguardaban políticos, gigantescas multinacionales farmacéuticas y buscadores de oro ávidos por invadir ese ya herido a muerte El Dorado.

La IA funciona cual hacha de acero introducida en una tribu que desconoce el metal

En vista de los virus cada vez más frecuentes que padecemos, amén del novedoso, inesperado y muy aprovechado poder de los mandatarios a encerrarnos durante meses en casa, o movilizar a la población, por no hablar de las fortunas en juego, no resulta demasiado aventurero concluir que los nuevos yanomanis somos nosotros.

Pero, de nuevo, hay más. La IA funciona cual hacha de acero introducida en una tribu que desconoce el metal. A partir de entonces, no hay vuelta atrás. Y va camino de convertirnos -ya lo está haciendo- en los nuevos “primitivos” a explotar o eliminar, en unos patéticos catetos que, a los amos del invento, con sus retorcidas teorías darwinianas o eugenésicas, no les merecen más que desprecio.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...