El grueso de casos de Trastorno Conducta Alimentaria (TCA) se dan en chicas de entre 14 a 18 años de edad. Pero también los hay en menores 12 años, un debut precoz que vivió su máxima explosión tras la pandemia. “Es el dato epidemiológico más llamativo en los últimos años”, resume Andrea Muñoz, coordinadora de Hospitalización TCA en el Hospital Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid. Muñoz cuenta que entre 2014 y 2019 vieron incrementar por seis los ingreso en menores de 12 y “desde entonces se mantienen los datos”. En su unidad ahora mismo representan “un 20 o un 30 % de los casos”. En el hospital Sant Joan de Déu de Barcelona el porcentaje de pacientes prepuberales (igual o menores de 13 años) que atienden es un 20 % y también un 20 % de las ingresadas tienen 12 años o menos, señala el jefe de la Unidad, Eduard Serrano. En el Clínic han doblado los casos de pacientes de 11-12 años y han llegado a tener alguna de 10, aunque los menores de 11 años que atienden actualmente no llegan al 5 %, señala Teia Plana, coordinadora del equipo TCA. Desde la Associació contra l’Anorèxia i la Bulímia (ACAB) constatan que se ven “casos de mayor complejidad y que la franja de edad en la que debutan se ha abierto por debajo”, señala su directora, Sara Bujalance. El origen de la anorexia en edades tempranas es multicausal: el adelanto de la pubertad, la influencia de las redes sociales, pero también tener un pensamiento divergente, así como situaciones de bullying pueden estar detrás de muchos diagnósticos. Tampoco ayuda la importancia central que se le da a la alimentación saludable. Los expertos recuerdan que se trata de una enfermedad mental en la que es crucial el papel de las familias en el proceso de curación.
Carla (nombre ficticio para preservar su intimidad) empezó con un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) con 11 años como consecuencia de una amistad tóxica que le daba consejos para comer menos. Llegó a perder 18 kilos en seis meses. La misma edad tenía Bárbara cuando tuvo que ser ingresada en el hospital Niño Jesús de Madrid. El paso al instituto y un cambio de casa están detrás de su aparición. Un año después del diagnóstico, Bárbara está a punto de recibir el alta y Carla hace casi dos que ya no tiene seguimiento.
Factores genéticos y ambientales
Un debut precoz multicausal: del adelanto de la adolescencia al bullying
El adelanto del inicio de la pubertad es una de las causas más señaladas que parece explicar este debut precoz, porque esta época es uno de los factores de riesgo por todos los cambios físicos que comporta, apuntan los expertos. Pero se trata de una enfermedad multicausal en el que intervienen factores genéticos y ambientales. “Es un trastorno emocional”, apunta Teia Plana. Está de acuerdo Andrea Muñoz, que señala que “hay mayor rigidez cognitiva y variables biológicas de vulnerabilidad emocional”. También puede haber casos de bullying y “la repercusión es con la comida”, ejemplifica la responsable del Clínic. En muchos casos se trata de niños que tienen una elevada autoexigencia y que no siempre pueden expresar sus emociones. Aunque el TCA es un trastorno que afecta más a mujeres, en los casos precoces hay menos diferencias entre chicos y chicas que en la adolescencia y hay más varones proporcionalmente que en anorexia adolescente, apunta Muñoz. En esta enfermedad influye también el impacto de las redes sociales ya no solo por el consumo directo sino porque “el consumo social influye en el ideal del cuerpo”, destaca Muñoz. Y las redes sociales como altavoz de la presión estética preocupan mucho a las expertas consultadas. Bujalance lamenta que las propias familias están “contaminadas” de esta presión estética dándole “mucha importancia” al cuerpo y a la alimentación. “Además, si estás delante de la pantalla, dejas de hacer cosas”, explica la psiquiatra del Niño Jesús.
Bárbara y su madre acuden semanalmente al hospital Niño Jesús de Madrid para hacer seguimiento del caso
Aunque la edad de inicio en casos tempranos está en los 12-13 años, se dan casos “aislados” de 9 y 10 años, avisa Sara Bujalance. La experta explica que aunque imparten mayoritariamente talleres en la etapa secundaria ya les han empezado a pedir también para primaria. Pero los expertos recuerdan que el abordaje en prevención no se puede hacer de cualquier manera porque se corre el riesgo de “dar ideas”. También destacan la importancia de la formación en los equipos de pediatría para poder detectar señales de riesgo y derivar al Centre de Salut Mental Infantil i Juvenil (CSMIJ) cuanto antes si es necesario.
Hay mayor rigidez cognitiva y variables biológicas de vulnerabilidad emocional”
Cuanto más precoz es el inicio de la anorexia nerviosa “lo que nos encontramos son desarrollos más rápidos y con una gravedad sintomática a veces más aguda”, apunta la psiquiatra del Niño Jesús, Andrea Muñoz. Se trata de niñas y niños que “pueden debutar con un empeoramiento conductual bastante rápido y muchas veces llegan directamente a negativa de ingesta”, prosigue. A veces se niegan incluso a beber, algo que “incrementa” la posibilidad de ingreso hospitalario.
Eduard Serrano apunta que en el caso de inicio de TCA prepuberal no hay tanta insatisfacción corporal, sino que es más “una manera de expresar el malestar” que se manifiesta con rechazo al alimento. Como diferencia con un TCA a los 15 años, su inicio es más “abrupto” y también la pérdida de peso es más significativa. Además, señala que hay comorbilidad con trastornos de desarrollo y del espectro autista y rigidez cognitiva, señala.
Desencadenantes
El paso al instituto y una amistad tóxica
Una amiga “tóxica” de muchos años unido al paso del instituto fue el detonante para que Carla acabara con un diagnóstico de TCA cuando solo tenía 11 años. “Se le juntaron muchas cosas” cuenta su madre María (nombre ficticio) Era el año 2020. La amiga de Carla le escribía notas dando consejos de cómo evitar comer. “En seis meses perdió 18 kilos”, cuenta su madre, que relata que su hija se empezó a vestir con ropa ancha y a duchar sola, algo que retrasó la detección de la pérdida de peso por parte de la familia. Acabada la primaria, la mala suerte hizo que fueran al mismo instituto y allí la otra chica “con grandes habilidades sociales” y extremadamente delgada se hizo popular y empezó a “machacar” a Carla con el físico. “Le escribía recomendaciones en papel como que no comiera postre o bebiera agua con zumo de limón”, cuenta la madre, que explica que su hija pasó “de ser una niña alegre a entrar en una depresión”. En pleno julio vio que Carla no se quería quitar la ropa en la playa y supo entonces que algo no iba bien. “Me decía: me pasa algo, pero no lo sé explicar”. “Se tocaba las piernas y me decía que no le gustaba su cuerpo”, cuenta la madre. Perdió 18 kilos y se quedó en 39. Había dejado de comerse los bocadillos, y tiraba la comida por el WC.
“Se tocaba las piernas y me decía que no le gustaba su cuerpo”
Prácticamente no hablaba y tenía la mirada perdida. “En su cabeza solo había calorías”, describe la madre. Fueron al médico, pero María cuenta que la atención que les ofrecieron no era suficiente “en el CSMIJ la visitaban 45 minutos cada cinco semanas y seguía perdiendo peso, pero como no se lesionaba y solo tenía anemia decían que no podían hacer nada. No nos apoyaron”, lamenta. Desesperada, se puso en contacto con la ACAB y fue allí donde les dijeron que Carla tenía Anorexia nerviosa. “Fue como si hubieran lanzado una bomba en el salón de casa”, relata la madre. “Tuvimos que pagar para que la niña se curara”.
Bárbara, un mes ingresada
La familia de Bárbara también estaba dispuesta a hipotecarse para poder ayudar a su hija porque les dijeron que en un centro privado el ingreso eran 5.000 euros a la semana. Por suerte salió una plaza en el hospital Niño Jesús. Bárbara, la madre, recuerda la llegada a la Unidad en la que estuvo ingresada “como si entráramos en una película”. Permaneció internada con ella los cinco primeros días, aunque la niña estuvo internada un mes (es el tiempo medio en estos casos). El origen de todo estaba unos meses antes. “El paso al instituto le generaba una inquietud que no fui capaz de ver”, explica la madre. A ello se le unió un traslado de casa. “Su entorno se empezó a tambalear”, resume la progenitora, que cuenta que su hija es “una niña muy sensible”. La niña, que practicaba gimnasia deportiva, empezó a preguntar sobre si determinados alimentos eran sanos. “Me di cuenta de que se quitó el bocadillo de chocolate y se lo hacía de aguacate”, explica la madre, que reconoce que inicialmente no le dio importancia. “Llegó el verano y se fue reduciendo la comida. Comía sin hambre y un día se puso a llorar”, explica. A pesar de los indicios, Bárbara reconoce que al principio “no se me pasaba por la cabeza pensar que fuera anorexia”. Detectó que negociaba con la comida y el día que dijo “me he bajado los pantalones y me veo gorda” fue consciente que algo estaba pasando. Y en el hospital al que acudió por indicación de un amigo pediatra le confirmaron que su hija tenía anorexia y que necesitaba ingreso.
Ellas sufren más TCA que ellos
A veces cuesta ver que está pasando algo, por eso hay que estar atento a los signos de alerta, avisan los expertos. Serrano apunta como elementos a observar un cambio de peso brusco que no se explique por una enfermedad o problema médico. Y también puede haber un cambio de humor: “estar más triste, más aislado, poner excusas para no comer o negativa a comer”. Bujalance explica que aunque a veces un TCA se puede confundir “una vez que da la cara, es bastante evidente”. Hay que estar atento a las señales de alarma y ante la detección de pequeños síntomas “mantener la serenidad”, recomienda Andrea Muñoz. La psiquiatra considera importante tranquilizar a las familias señalando que aunque ha aumentado la frecuencia, es una enfermedad rara y “la mayoría de niños no la tienen”. Ante cualquier duda hay que consultar al pediatra
Consecuencias
Peligro de retraso en el desarrollo
Un diagnóstico de anorexia en edad temprana, que supone no comer lo que toca y que puede comportar desnutrición, afecta a nivel médico porque se estanca el desarrollo y la aparición de la menarquia se retrasa. “Hay que tener mucho cuidado con la afectación del desarrollo ponderopostural”, apunta Muñoz. Porque si hay dificultad de ganancia de peso eso va afectar no solamente a la altura sino también al desarrollo puberal. A Carla, por ejemplo, se le retiró la menstruación que hacía poco que tenía. “Se ha descrito que puede afectar a cómo se va formando la rigidez y la flexibilidad cognitiva”, señala Muñoz. Además, el hecho que el tratamiento a veces requiera hospitalización también tiene impacto a nivel socioemocional.
“Tres de cada cuatro debuts infantojuveniles hará una recuperación completa”
“Tres de cada cuatro debuts infantojuveniles hará una recuperación completa”, anima Teia Plana. Aunque avisa con los pacientes graves pueden requerir unos tres o cuatro años de tratamiento, que hay pacientes que hacen recaídas y algunos casos que se “cronifican”. “Pero lo que más pasa es que recuperen completamente”, recalca.
En función de la gravedad del caso, se aborda de una manera u otra. Si hay una pérdida de peso importante es “difícil” que no se tenga que hacer un ingreso, señala Bujalance. En la medida de la posible se intenta que el tratamiento con TCA en menores de 12 años sean intervenciones ambulatorias, pero no siempre es posible especialmente en los casos de más gravedad, que acostumbran a derivarse a unidades como la del Clínic, el Niño Jesús o Sant Joan de Déu. En el Niño Jesús, los casos de hasta 17 años ingresan acompañados de su padre o madre. Y en menores de 12 años el acompañamiento es “bastante prolongado”, señala Muñoz. Es importante incluir y capacitar a la familia en el tratamiento, insisten las expertas. En Sant Joan de Déu los casos más graves acostumbran a permanecer unas tres o cuatro semanas ingresados dependiendo del peso que tengan que recuperar. Después pasa a tratamiento domiciliario. No obstante, hay casos en los que se va directamente a hospitalización domiciliaria. También existe la opción del hospital de día y que las pacientes vayan allí a hacer las comidas.
La importancia sin obsesión de la alimentación saludable
En la prevención y también tratamiento del TCA las expertas señalan la importancia de fomentar las comidas en familia y la comunicación intrafamiliar que además, puede servir “para detectar síntomas”, apunta Muñoz. Por ejemplo, si está retirando comida, escurriendo grasas, cortando en trozos muy pequeños. Muñoz destaca que los tres primeros años de evolución en el tratamiento de trastornos de conducta alimentaria es “fundamental”. Es importante que el espacio de comida sea un momento de comunicación intrafamiliar, de conocimiento mutuo y para compartir. También trasladar una estima corporal positiva. Y hay que llevar una alimentación variada, pero sin poner el foco en todas las conversaciones, subrayan las fuentes consultadas. La preocupación por la alimentación saludable puede ser para Teia Plana “un arma de doble filo”. Por eso, reconociendo la importancia de comer bien, hablar tanto de ello puede resultar “contraproducente”. Desde el Clínic recuerdan que los alimentos menos frecuentes de la pirámide nutricional se pueden comer, aunque de manera menos frecuente. “Hay muchas conversaciones precoces en torno a todo esto y quizás estamos haciendo parte a los niños de temas de adultos”, señala Andrea Muñoz.
Una vez detectado, el TCA requiere a menudo de un cuidador a tiempo completo, una tarea que frecuentemente recae en las madres, que tienen la opción de acogerse al CUME. “Dejé de trabajar durante dos años para poder cuidarla y me convertí en policía y en su psicóloga”, cuenta María, la madre de Carla. Al principio solo podía comer con ella y no recibir la visita ni de los abuelos o los primos. “Darse cuenta que no podía comer con la familia le hizo ver que estaba muy mal”, explica. María convivió con muchos silencios de su hija y con la angustia de no querer salir a la calle para no ver la normalidad que no tenía en casa “a la que veía a niñas contentas me ponía a llorar”. “Acabé enferma y medicada”. “Me dijeron que si no quería hablar que le acariciara el pie, que eso ayudaba”, cuenta. Pero aquello también pasó y ahora es ella la que asesora a familias que pasan en estos momentos por el trance. También la madre de Bárbara ha sido la que ha estado acompañando 24 horas en el proceso. “Cuesta asimilar que es una enfermedad grave”, cuenta. El momento del ingreso también fue duro: “cedes la custodia a la Comunidad de Madrid hasta que se cura”, explica. Estuvo ingresada con su hija los cinco primeros días y luego podían verla 1,5 horas al día el resto de las 4 semanas que permaneció ingresada. Durante el proceso no pueden hacer deporte y Bárbara ha tenido que dejar la gimnasia deportiva de por vida. Y ha llevado todo el proceso “mejor de lo que me pensaba”. Después de unas semanas podía salir a la calle o ir a comer a casa, pero siempre con reposo controlado porque no pueden hacer ejercicio. Al instituto no faltó mucho más allá del ingreso y consiguió salvar el curso de forma favorable a pesar del “ruido mental que tenía”. “Ha tenido que madurar de golpe con lo que le ha pasado”. Y sus amigas han sido cómplices en el proceso. “Si un día tiraba el bocadillo, me avisaban”.
A Carla le dijeron que probarían una terapia semanal de una hora y que si en un mes no mejoraba debería irse a Barcelona (viven en otra ciudad de Catalunya) porque en el centro de referencia había una lista de espera de un año. “Le explicamos la situación y reaccionó”, cuenta su madre. Y tras la primera visita ya “respiraron”: “salimos con medicación para poder hacer terapia y con un montón de pautas como un plan alimenticio o la prohibición de hacer educación física”. La medicaron para la depresión porque “cogen tal desnutrición que el cerebro no les funciona bien”, explica María. Le costó “horrores” subir de peso y también abrirse, pero asegura que la ayuda de la terapeuta con la que se entendió le sirvió de mucho. También logró cambiar de instituto para alejarse de la influencia tóxica. Empezó a tener mejor relación con la comida, aunque le costó volver al dulce, que tenía pautado tomar entre tres y cuatro veces a la semana. Lo acotaron al domingo debido al esfuerzo que le suponía. Con 14 años ya en tercero de la ESO le dieron el alta “y a los 15 ya estaba recuperada”. Hace un año y medio que no tienen ningún tipo de seguimiento y hace una vida con total normalidad. “Está feliz de la vida y se está comiendo el mundo”, destaca la madre. Ahora estudia segundo de bachillerato y está “muy bien”. Tanto, que es capaz de identificar si una compañera de instituto está teniendo conductas de riesgo. Y quiere estudiar psicología y especializarse en TCA. Y los padres recuerdan las terapias que también han hecho en los pasillos con otros progenitores. Este pasado verano sentó muy bien a Bárbara. Hubo momentos en que no quería “ni un abrazo”, pero ahora todo va a mejor y su madre cuenta que ve la vida de otro color porque antes tenía una “nube negra”.

