El brote de sarampión en la comarca del Garraf ha hecho resurgir un tipo de desinformación sobre salud pública que con el final de la pandemia parecía que había quedado relegada solo a pequeños grupos de las redes sociales y sus perfiles: el movimiento antivacunas. Este tema, que había perdido peso en el fenómeno de la desinformación desde el final de la pandemia de la covid-19, ha vuelto a ponerse sobre la mesa, y las voces contrarias a la vacunación vuelven a hacerse oír difundiendo sus mensajes sin fundamento científico. Es ejemplo de ello la madre entrevistada por Ricard Ustrell el pasado 8 de octubre en Catalunya Ràdio, quien aseguró haber dejado de seguir las pautas de vacunación para ella y para su familia por los posibles efectos secundarios y la supuesta toxicidad de las vacunas.
Los profesionales de la salud pública advierten que el retorno de enfermedades como el sarampión evidencia la necesidad de mantener coberturas altas de vacunación. Pero las contracampañas que circulan llenas de información falsa, tan antiguas como las vacunas, la ponen en riesgo. Desde 2019, el rechazo a las vacunas se considera una de las principales amenazas a la salud mundial, según la OMS.
España y Portugal son los países de la UE con mayor nivel de confianza hacia las vacunas
El último estudio de la Comisión Europea sobre la confianza hacia la vacunación (2022) destaca que España y Portugal son los países de la UE con mayor nivel de confianza hacia las vacunas. Aun así, los datos de vacunación llevan años estancados. Por ejemplo, la cobertura vacunal contra el sarampión en España no supera el 94%, mientras que en Cataluña se sitúa alrededor del 93%, por debajo del umbral recomendado por la OMS para alcanzar la inmunidad de grupo, que es superior al 95%.
A pesar de que ningún medicamento está completamente exento de efectos adversos, las vacunas ofrecen una protección muy superior al riesgo que comporta la enfermedad. Tal como recuerda el Departament de Salut en su web, las vacunas “como cualquier medicamento, pueden producir efectos adversos”, pero “es más probable sufrir un trastorno grave por una enfermedad que se puede prevenir con la vacunación que por la propia vacuna”. Pere-Joan Cardona, jefe del Servicio de Microbiología del Hospital Germans Trias i Pujol, añade a Verificat que, “aunque la gran mayoría de nuestra sociedad está convencida de los beneficios de la vacunación”, siempre hay un grupo “residual” de personas que no cree en ella. “El porcentaje de gente no vacunada es el que provoca los brotes”, subraya.
En este sentido, la encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España (2024) de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) destaca cómo la mitad de las personas encuestadas se muestra de acuerdo con la afirmación de que “las compañías farmacéuticas ocultan los peligros de las vacunas”. Celia Díaz Catalán, investigadora para la UNED y autora de la encuesta, explica a Verificat que las vacunas generan desconfianza cuando aparecen brotes, ya que se convierten en un “buen argumento” para los colectivos antivacunas. Coincidiendo con el doctor Cardona, Díaz señala que estos brotes se producen, precisamente, porque una parte de la población no está vacunada. Ante esta situación, la socióloga defiende la necesidad de reforzar la pedagogía sobre la importancia de una cobertura vacunal adecuada y desmentir la desinformación.
El papel de la desinformación de las teorías conspiranoicas
Entre los motivos que explican la desconfianza de algunas personas hacia la salud pública y, en concreto, contra las vacunas, están las teorías conspiranoicas y la desinformación. De hecho, los brotes recientes de sarampión remiten a uno de los casos más conocidos de desinformación en salud pública y uno de los motores de este movimiento antivacunas: el artículo de The Lancet de 1998 que sugería una conexión entre la vacuna contra el sarampión y el autismo. No fue hasta 2010 que se descubrió que el estudio contenía datos manipulados y que uno de sus autores, Andrew Wakefield, estaba involucrado en un conflicto de intereses. Este artículo ha sido utilizado a lo largo de los años para argumentar en contra de las vacunas.
Esta estrategia de desinformación sobre las vacunas se propaga sobre todo a través de las redes sociales. La razón es que el movimiento antivacunas depende en gran medida de Internet y las plataformas. Según estudios recientes (2024), existe un vínculo claro entre el uso de Internet, las redes sociales y el rechazo a la vacunación.
En un contexto digital donde el algoritmo y el engagement premian aquellos contenidos que circulan con más rapidez, estudios de neurociencias muestran que los mensajes antivacunas generan respuestas emocionales más intensas, haciendo que sea más fácil su difusión, influyendo significativamente en la percepción pública y en la toma de decisiones de la ciudadanía relacionadas con la vacunación.
De hecho, en septiembre de 2020, en contexto pandémico y ante la proliferación de noticias falsas sobre la covid-19 y los ensayos de las vacunas para frenar la epidemia, diferentes organismos de la ONU firmaron una declaración conjunta para denunciar una sobreabundancia de información y los intentos intencionados de difundir desinformación. Es la llamada “infodemia”. Con la declaración, instaban a los Estados miembros a elaborar e implementar planes de acción para gestionar esta situación de desinformación, “promoviendo la difusión de información precisa, basada en la ciencia y la evidencia”.
Preguntar a los profesionales siempre que haya dudas
Los expertos en salud pública insisten en que, ante la desinformación, la mejor herramienta es consultar siempre a los profesionales sanitarios.
El doctor del Servicio de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Universitario Vall d’Hebron Xavier Martínez advierte que las redes sociales “son uno de los grandes retos actuales para la medicina pública”, ya que “tienen una trascendencia real en la salud” y pueden condicionar, por ejemplo, la decisión de no vacunarse.
Martínez subraya que los sanitarios tienen una tarea fundamental de información y de educación a la población, sobre todo para combatir la desinformación y reforzar la confianza en las vacunas. Por ello, recomienda que “en lugar de buscar respuestas en las redes, la ciudadanía se dirija a los profesionales de la salud para informarse”. “Nosotros estamos preparados para ofrecer información contrastada y que sean los pacientes los que tengan la decisión final”, concluye.
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