“Mi triunfo no fue para la NASA: fue para que mis hijos creyeran en lo imposible”

María Jesús Puerta, ingeniera de caminos y de minas, no presentó su proyecto contra la basura lunar por prestigio o dinero, sino para dejar a sus hijos un ejemplo inolvidable de coraje y amor propio

“Mi triunfo no fue para la NASA: fue para que mis hijos creyeran en lo imposible”
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María Jesús Puerta, ingeniera de caminos y de minas, no presentó su proyecto contra la basura lunar por prestigio o dinero, sino para dejar a sus hijos un ejemplo inolvidable de coraje y amor propio 

Había algo que ardía por dentro de María Jesús Puerta mientras leía las bases del reto planteado por la NASA. “El único propósito era intentar demostrar a mis hijos y a mí misma… que, aunque vengo de una enfermedad, de un cáncer en pleno tratamiento, podía alcanzar el objetivo de presentar el proyecto y que lo admitieran. Ese era mi triunfo. Todo lo demás ha sido un sueño”. Para cualquier aspirante, la gloria sería conquistar la NASA. Pero para ella, la verdadera hazaña estaba en enseñarle a sus hijos que el miedo y el dolor pueden ser abrazados, transformados en esperanza.

Llamó a su proyecto “Esperanza”, porque era la palabra que latía con más fuerza en casa. “No entraba en mis planes ganar nada material. Solo quería saber que el proyecto fuera admitido; demostrarme y demostrarles que con propósito se puede”. Así, le dedicó horas robadas al sueño y la energía que a veces no tenía, analizando los residuos que quedarían en la Luna tras cada misión Artemis, revisando miles de datos de las legendarias misiones Apolo, buscando patrones, siempre mirando el futuro desde el prisma íntimo de quien sabe que cada día cuenta.

Pensar en 4,500kg de residuos es pensar, para otros, en cifras y logísticas. Para María Jesús, era imaginar el peso de no dejar huella innecesaria ni en la Tierra ni más allá. “No tiene sentido que esa basura la bajemos aquí… porque contravalentaríamos el planeta y, además, el coste económico sería altísimo”. Mezcló resiliencia personal y profesional para crear un plan digno de una ingeniera de minas que se reinventa hasta en el adversidad: “Me bajé todos los datos, los analicé con inteligencia artificial… Una vez conozco qué materiales hay allí, sencillo, un poco basado en la economía circular que tenemos en la Tierra, intento darle un uso a cada residuo mezclado con los minerales lunares”.

Pero la verdadera fuerza de este viaje no está en la tabla de innovaciones ni en la admiración de la NASA. Es el mensaje que queda y resiste: “Quería demostrarles que con propósito podía alcanzar el objetivo”. Hoy sus hijos la ven y, sin palabras, aprenden de ella mucho más que fórmulas ni premios: la esperanza se siembra día tras día, incluso en los lugares más inhóspitos, y florece cuando alguien decide que un sueño propio puede cambiar el mundo, aunque sea un trocito pequeño del universo1.

María Jesús Puerta convirtió su batalla íntima en una epopeya familiar. Por eso, su nombre queda grabado no sólo entre astros y residuos espaciales, sino en la memoria de quienes la aman y, gracias a su ejemplo, ya no ven imposible la palabra “esperanza”.

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