Hace diez años, la sangrienta masacre en la sala Bataclan de París sacudió a Europa y puso al Estado Islámico (EI) en el centro del escenario global como una amenaza terrorista sin precedentes. Según explicaba Xavier Torrens, profesor de Ciencias Políticas y director del máster de dirección estratégica de seguridad de la Universitat de Barcelona, la selección de un objetivo como Bataclan no fue casual: “Una sala de conciertos llena de jóvenes es como un lugar de pecado donde se corrompen las almas de esos jóvenes”, en ojos de un fanático. El islamismo radical, basado en prejuicios como el racismo anticontinental y la judiofobia, utilizó ese ataque para colapsar la seguridad y sembrar el miedo.
Aunque el “califato” territorial del Estado Islámico ha caído, la amenaza persiste, especialmente en el ámbito digital. Torrens señala que hoy en día “no hace falta que la conexión sea tan territorial o presencial, actúan con redes sociales” y que esa evolución ha provocado un aumento de jóvenes radicalizados en Europa dispuestos a cometer atentados. La naturaleza de esos ataques también ha cambiado, siendo más comunes incidentes con armas blancas o vehículos, terrenos donde “no hace falta armas potentes, militares o paramilitares”.
Además, el yihadismo sigue encontrando refugios en zonas geográficas como África o Afganistán. “Tienen sedes en varios lugares y cometen atentados especialmente contra poblaciones cristianas en África”, señala Torrens, destacando que, pese a la presión internacional, estas regiones permanecen zonas calientes de radicalización y violencia extremista. En este sentido, las coaliciones internacionales han logrado “frenar muchos atentados antes de que sucedan”, pero el riesgo no desaparece.
Torrens también explica la selección de ciudades globales como París, Barcelona o Londres como objetivos preferentes del terrorismo: “Son ciudades que, cuando sufren un atentado, tienen una repercusión mediática muy fuerte”. En el caso de Francia, a esta variable se suma la presencia de la mayor comunidad musulmana del continente, un factor que estadísticamente incrementa el número de radicalizaciones, aunque la inmensa mayoría de musulmanes son ciudadanos pacíficos y normales.
Para cerrar, el experto advierte que la lucha contra el Estado Islámico es constante y cambiante: “El terrorismo yihadista es una pesadilla que sigue viva en la era digital, dispersa pero conectada, cada vez más difícil de controlar”. Su diagnóstico subraya la necesidad de vigilancia continua y adaptación de las fuerzas de seguridad a un enemigo mutante que utiliza las redes sociales para reclutar y coordinar ataques en todas partes del mundo.