Julián Casanova: “Franco se consideraba un monarca sin corona”
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El historiador reivindica una mirada crítica y desapasionada sobre el dictador, desde sus años africanistas hasta la larga sombra de una dictadura sostenida por el anticomunismo y la Guerra Fría
El historiador reivindica una mirada crítica y desapasionada sobre el dictador, desde sus años africanistas hasta la larga sombra de una dictadura sostenida por el anticomunismo y la Guerra Fría
La figura de Francisco Franco sigue generando debates encendidos casi medio siglo después de su muerte, pero para Julián Casanova el punto de partida debe ser siempre el oficio del historiador. El catedrático de Historia Contemporánea recuerda que escribir sobre el dictador exige “aproximarse al pasado con lecturas críticas, utilizando las fuentes y estando lo menos posible contaminado por el presente”, una responsabilidad profesional más que un mérito personal. Su biografía “Franco”, contemporánea, ha sido bien recibida precisamente por esa voluntad de contextualizar sin caer ni en el ensalzamiento ni en la condena sumaria.
Antes del golpe de Estado de 1936, Franco no era aún el caudillo sino uno de los grandes militares africanistas que se habían curtido en la guerra colonial en Marruecos. Casanova subraya que “pasó doce años en África” y que todos sus ascensos y méritos fueron de guerra en ese escenario, lo que le convirtió en un militar respetado cuando llegó la Segunda República. Nombrado director de la Academia Militar de Zaragoza, vivió como un agravio personal la decisión de Manuel Azaña de disolverla, y más tarde interpretó como un “destierro” su envío a Canarias tras perder la jefatura del Estado Mayor en 1936, otro resentimiento que se sumó a su mirada hostil hacia la República.
El historiador sitúa a Franco dentro de una generación de oficiales africanistas convencidos de que liberales, socialistas y comunistas estaban “estropenado” la patria y que España padecía una larga enfermedad que solo podía curarse con un “bisturí” militar. En el bando sublevado se aglutinaron carlistas, falangistas, monárquicos y sectores de la Iglesia, pero a partir de 1937, muy influido por la Alemania nazi y la Italia fascista, Franco impulsa un “partido único” —Falange Española Tradicionalista y de las JONS— que será el Movimiento durante toda la dictadura. Según Casanova, en esos años “Franco lo que está pensando es en una conquista del poder a través de una guerra civil”, y se ve ya como un monarca sin necesidad de restaurar la monarquía tradicional.
Esa autopercepción cristaliza tras la victoria: los monárquicos le presionan desde 1939, y con más intensidad desde 1945, para que nombre un rey, pero él ya se considera “un monarca sin corona” y su esposa, Carmen Polo, se comporta como “una gran reina sin corona”, aristocratizando su entorno y beneficiándose del patrimonio nacional. Casanova recuerda la famosa frase atribuida al general —“cuando acabe la guerra, yo me voy”— para subrayar el contraste con una dictadura que se volvió “permanente, perpetua, hasta el último suspiro”. La larguísima duración del régimen explica, a su juicio, “la sombra tan alargada” que todavía proyecta sobre la sociedad española.
La longevidad de la dictadura, apunta Casanova, no puede entenderse sin los equilibrios que Franco tejió con sus aliados y valedores internacionales. Hasta 1945, “los fascismos” son su referencia central, con Serrano Suñer como hombre fuerte hasta su caída en desgracia en 1942; después emerge la figura de Carrero Blanco, “personaje muy importante” que le susurra al oído durante décadas y fija tres claves: vender el anticomunismo para evitar el aislamiento total, aceptar que “Estados Unidos es nuestro salvador” a cambio de bases y soberanía, y mantener un orden férreo que impida a los vencidos “una grieta de aire fresco o de libertad” durante cuarenta años. Incluso cuando se plantea la sucesión, Casanova cree que habría sido “un atrevimiento muy grande” pensar en instaurar la monarquía con un hijo varón de Franco, y sostiene que el dictador y Carrero buscaron un rey que no se pareciera ni a Alfonso XIII ni a las monarquías liberales, un diseño que empezó a torcerse con la Transición y la llegada de la democracia.