Más de la cuarta parte de la población española sufre dolor crónico, según los datos del 'Barómetro del dolor crónico en España 2022’. En otras palabras, una de cada cuatro personas sufre un problema que puede tener un impacto significativo en su calidad de vida. Un tema complejo que, según el fisioterapeuta Álvaro Pinteño, va más allá del origen físico, de ahí que en su reciente libro publicado, “¡J*der, cómo duele!” (Arpa) ponga la mirada en los aspectos psicológicos, culturales y neurológicos del dolor.
Pinteño, especializado en lesiones deportivas y dolor crónico, asegura que todos tenemos creencias erróneas sobre el dolor. “No se trata de cambiar esas creencias, sino la manera de afrontar ese problema para que no interfiera en la calidad de vida”, reflexiona el autor que se ha convertido en un divulgador activo sobre este tema en redes sociales, donde cuenta con más de 100 mil seguidores. “¡J*der, cómo duele!” es un libro que propone ejercicios para cambiar la forma de percibir y vivir el dolor y a saber pedir ayuda.
Hemos perdido la dosis sanas de dolor (...) Antes no había tantos avances y aprendíamos que algunos problemas de la vida suponían sufrimiento
Muchas de las personas que sufren dolor crónico se ven obligadas a tomar medicamentos para paliar su sufrimiento
¿De verdad duele tanto o somos un poco quejicas?
Hay dolores que no se los desearía ni a mi peor enemigo. Hay experiencias que duelen muchísimo. Sin embargo, una de las paradojas que tiene el dolor es que hemos perdido esas dosis sanas de dolor, muchas veces padecemos el síndrome de la princesa y el guisante: ese exceso de narcisismo, del yo, yo, yo, por qué a mí. Aunque también nos encontramos con casos en los que se acepta un dolor en vano, porque afrontarlo requeriría mayor sacrificio y esfuerzo que sufrirlo.
¿Actualmente somos menos propensos a aguantar el dolor?
Muchas veces se nos olvida que la persona no es un ente separado del entorno que le rodea, sino que compone un sistema que es persona-entorno. Hoy en día vivimos en un sistema donde se mercantiliza la salud y donde estamos mucho más expuestos a los sobrediagnósticos, al sobreintervencionismo, la sobremedicación…. Queremos sentir alivio cuanto antes, que nos quite el sufrimiento y el dolor que se está padeciendo para seguir produciendo. Quizás antes, al no estar expuestos a tantos avances, aprendíamos que determinados problemas de la vida se acompañan con sufrimiento. Simplemente no había nada que hacer.
¿Qué es el dolor exactamente?
En 1968, la mejor definición del dolor fue propuesta por Margo McCaffery, pionera en el campo de la enfermería para el manejo del dolor. Decía que el dolor es todo aquello que experimenta y expresa una persona sobre lo que está sintiendo. No lo que nosotros muchas veces tratamos de decirle al paciente sobre lo que debería de estar padeciendo porque es lo que nos dicen los estudios, las investigaciones y demás. Pero no es tan sencillo. Porque muchas veces caemos en el autoengaño.
¿El dolor se encuentra en el cerebro?
Hoy en día, gracias a los avances, sabemos que el cerebro es un órgano que tiene un gran papel sobre la experiencia del dolor, pero que no se aloja ahí. Sabemos que el dolor es una experiencia que emerge de la persona. Pero que también depende muchísimo del entorno y de la forma de ser y estar en el mundo. Influyen la propia cultura, las creencias y el aprendizaje que ha tenido en su familia desde muy pequeño.
¿Y cómo funciona ese mecanismo?
Vamos a pensar en una lesión aguda, un corte en un dedo, por ejemplo. Esa información va a ser codificada por una serie de receptores que van a llevarla a la médula espinal y de ahí va a ir el cerebro, donde se va a procesar, por así decirlo. Es un laberinto, una serie de redes neuronales, donde tienen muchísimo que ver la atención, las emociones, las creencias, las experiencias previas...etc. Todo ese conglomerado se procesa y en función de la situación que se vive y de la relevancia de ese momento, experimentaremos dolor o no, o un tipo de dolor u otro.
Vivimos en un sistema donde se mercantiliza la salud, estamos mucho más expuestos al sobrediagnóstico (...) Queremos sentir alivio cuanto antes
¿Para afrontar el dolor influye cómo lo sentimos?
Esto es curioso porque percepción y acción no se pueden separar. Y a la hora de afrontar algo, esa percepción está muy influenciada por los aprendizajes, las experiencias previas, sobre todo las negativas. Estamos más influenciados por aquello que creemos que va a suceder que lo que verdaderamente está sucediendo en nuestro organismo.
¿Lo percibimos de diferentes maneras?
Sí, hay diferencias en cuanto al género, por ejemplo. Hombres y mujeres no lo perciben de la misma forma. Hay diferencias neurofisiológicas y también existen los egos de género, donde una misma persona acude por un mismo dolor a urgencias y en función de si es hombre o mujer va a recibir analgésicos antes o no.
Los hombres soportan el dolor de un modo distinto a las mujeres
La creencia popular de que los hombres soportan menos el dolor que las mujeres, ¿es cierta de alguna manera?
Sí y no. Me explico: hay un estudio que comento en mi libro que destaca que los hombres son más dependientes del contexto. Las mujeres son más estables. Se vio en ese estudio que cuando el hombre experimentaba un dolor experimental, si lo hacía en presencia de su mujer, tendía a quejarse antes. Sin embargo, si lo hacía en presencia de otra mujer o de otro hombre, tendía a tolerarlo más. La mujer, independientemente de quien le hiciera la prueba, tenía una capacidad de tolerar el dolor mucho más estable.
¿El miedo al dolor puede ser más incapacitante que el dolor en sí mismo?
En algún contexto y en alguna experiencia de vida, sí. Algo que me encuentro muy a menudo en las consultas es que la gran mayoría de dolores suelen ser bastante tolerables, pero lo que le discapacita más es el miedo a la magnitud del problema. Y casi siempre viene acompañado por factores psicosociales, por problemas en el trabajo, en familia, problemas económicos... Todo eso está presente en ese momento, sobre todo en pacientes con dolor crónico.
¿Qué podemos hacer si tenemos dolor?
Lo primero, aceptar que el dolor puede aparecer y que eso no implica que sea grave. La gran mayoría de experiencias de dolor que vamos a experimentar no suelen ser graves y en el transcurso de 48-72 horas de esa primera fase inflamatoria va a ceder por sí solo. Eso es lo primero que hay que tener claro.
¿Y lo segundo?
Intentar que el dolor interfiera lo menos posible en la vida diaria porque casi siempre dejamos de hacer las cosas que más disfrutamos. Muchas veces los pacientes se automedican y eso no siempre es bueno. Por ejemplo, en lugar de tomar un analgésico vemos que con caminar simplemente seis minutos ya podemos tener un efecto hipoalgésico y eso aumentará la confianza y seguridad de nuestro cuerpo para convencerse de que puede seguir moviéndose y haciendo cosas pese al dolor.
En cualquier patología, el ejercicio es un gran aliado, pero siempre individualizado a la persona: muévete como puedas, pero muévete
Quedarse quieto no es la mejor solución…
En la mayoría de casos, no. Y en algunos basta con una mejor gestión de los estresores del día a día, porque el trabajo, el cuidado de los hijos, la falta de sueño, la mala alimentación… son estresores del cuerpo que solemos ignorar y entonces menos no es más sino que mejor es mejor. También muchos pacientes son adictos al ejercicio y al deporte, y en esos casos sí se necesitaría menos. Pero en la gran mayoría de los casos, sí necesitaríamos movernos un poco más. Sería más ese muévete como puedas, pero muévete.
Hablas del ejercicio como una fórmula de ayuda. ¿Cuándo es recomendable?
No conozco una contraindicación. Además, cada vez los datos son más aplastantes. En cualquier patología, el ejercicio es un gran aliado, pero siempre individualizado a la persona, patología o comorbilidades que pueda tener asociada.
¿El masaje es eficaz?
Sí, el masaje es eficaz pero quizás hacemos un sobreuso de esta técnica como si fuese una panacea milagrosa. El masaje va a ser eficaz en el corto plazo, no tanto por la explicaciones que se nos han dado como quitar nudos, contracturas y todo esto, sino por la interacción del sistema nervioso. De la misma forma que cuando sufrimos que nos den la mano o un buen abrazo nos calma, después de un día estresante, tumbarse boca abajo durante una hora, no pensar en nuestros problemas y que nos den un masaje de espalda ¡pues cómo no nos va aliviar! Pero no va a hacer que el problema en sí desaparezca. Al final también hay que evaluar qué está mal en esa relación de la persona con el entorno, cuáles son sus estresores, de qué manera podemos gestionarlos.
¿Cuáles son los malos hábitos más frecuentes con los que te encuentras?
Buscar demasiada información en internet que confirme nuestros peores augurios, autodiagnosticarnos, automedicarnos, excesos de reposo. Y todo eso muchas veces se enmascara en autoengaño, en pedir ayuda por problemas que muchas veces intuimos que pueden estar presentes en nuestra vida, pero los disfrazamos con otras cosas, como que el problema principal es el dolor, cuando el dolor muchas veces es la consecuencia.



