“Nuestra relación está rota, pero seguimos viviendo juntos”: convivir sin amor en la madurez, por necesidad, comodidad o inercia
Longevity
Las ‘parejas instrumentales’ sénior son cada vez más habituales en las consultas de los terapeutas de pareja: la convivencia se mantiene, aunque no haya vínculo afectivo, por motivos económicos o de comodidad
Parejas instrumentales en la edad senior, una situación cada vez más habitual
“Ningún banco me concede una hipoteca a mi edad”, asegura Virginia, empresaria bilbaína de 65 años, que convive con su expareja pese a que el matrimonio se rompió definitivamente hace más de 15 años. “Ser copropietaria de un piso familiar me inhabilita para recibir ayudas o subvenciones destinadas a paliar la crisis de la vivienda”. El piso en el centro de Bilbao al que hace referencia es el que comparte en titularidad y espacio “con el menor contacto y de la forma más cordial posible” con su exmarido, también de 65 años y jubilado.
Cuando la ruptura de la pareja coincide con una situación económica ajustada y una crisis de la vivienda como la actual, que impide que los jóvenes se emancipen y sigan dependiendo de sus padres, los efectos se agravan exponencialmente para quienes rondan o superan la edad de jubilación.
Ningún banco me concede una hipoteca a mi edad
No es de extrañar que la opción de adoptar una “convivencia de techo, pero no de lecho”, es decir, separarse emocional e incluso legalmente, pero continuar residiendo juntos en el domicilio familiar sin compartir cama, esté en aumento. Así lo afirma la psicóloga especializada en relaciones de pareja, Lara Ferreiro. Tanto es así que ya se ha acuñado un término en la jerga psicológica para definir este tipo de relación: las parejas instrumentales.
“Cada vez se ve más en consulta el fenómeno de las parejas instrumentales, sobre todo en personas mayores”, asegura Ferreiro a Guyana Guardian. “Buscan pautas para aceptar y adaptarse a esta nueva forma de convivencia”. Las razones para optar por esta situación son diversas, según la psicóloga: desde motivos económicos (el más común) hasta el bienestar de los hijos, pasando por la pereza o el rechazo a cambiar de nivel de vida a una edad avanzada, o incluso el apego al domicilio familiar y al barrio en el que residen.
Cada vez se ve más en consulta el fenómeno de las parejas instrumentales, sobre todo en personas mayores
Para algunos, la ruptura del vínculo de pareja no implica el fin de la convivencia matrimonial, como en el caso de Virginia, debido a la combinación de varios factores. “Cuando decidimos separarnos, nuestros hijos aún eran menores y era muy complicado conseguir otra vivienda. Hacíamos vidas separadas, pero seguimos viviendo en el mismo piso, entre otras razones para que mi ex no perdiera el contacto diario con sus hijos y para evitar que su familia se enterara de nuestra separación”, recuerda la bilbaína.
Fueron años de convivencia difícil, según Virginia, donde los roces y desacuerdos típicos de la convivencia se sumaban a los agravios y confusiones derivados de compartir gastos, dormitorio y cama, pese a no considerarse pareja. “Discutíamos constantemente por todo: si uno gastaba más que el otro, si no quería pagar a la asistenta, si no limpiaba cuando le tocaba, etc.”
“No se puede lograr una ruptura total mientras se siga compartiendo el mismo dormitorio”, asegura la experta en relaciones de pareja. “La cama no es solo un lugar para dormir; también es un símbolo de intimidad compartida. Es muy difícil, si no imposible, disociarse de la pareja y atravesar el duelo necesario para procesar la ruptura mientras se comparte la cama. El peaje emocional que pagan las parejas que no pueden permitirse una separación física es muy alto”.
Este peaje es especialmente notorio en las parejas instrumentales mayores con hijos adultos viviendo en casa. La edad media de emancipación en España es cada vez más alta. De acuerdo con Eurostat, se sitúa en 30 años y 4 meses. Para quienes no tienen posibilidad de disponer de un espacio propio, Ferreiro recomienda seguir una idea que ha escuchado en consulta: recurrir a almohadones para dividir la cama y marcar cierta separación.
Seguimos legalmente casados, aunque la pareja está rota. Ambos hemos rehecho nuestras vidas con otras personas, pero por razones económicas y familiares, decidimos seguir viviendo juntos
Para Álvaro, arquitecto aragonés de 60 años, los coletazos de la crisis económica de la primera década del siglo, sumados a una infidelidad de su parte, convirtieron su matrimonio en una pareja instrumental hace siete años. “Mi exmujer y yo sufrimos mucho el impacto de la crisis económica. Ella perdió su empleo y, en 2014, el banco se quedó con el piso conyugal en dación de pago. Tuvimos que irnos a vivir a casa de mi madre”, explica el arquitecto.
A partir de entonces, el matrimonio quedó muy dañado y terminó rompiéndose definitivamente cuatro años después, cuando su mujer descubrió su infidelidad. Pese a la ruptura, la familia sigue conviviendo bajo el mismo techo. “Seguimos legalmente casados, aunque la pareja está rota. Ambos hemos rehecho nuestras vidas con otras personas, pero por razones económicas y familiares, decidimos seguir juntos para que nuestros hijos no sufrieran”.
Algunas parejas, aún separados, no pueden permitirse económicamente dejar de convivir.
El arquitecto admite que la viabilidad de esta situación se debe en gran parte al esfuerzo de su exmujer por adaptarse. “Al principio acudimos a terapia, no para salvar el matrimonio, sino para aprender a convivir en esta nueva situación”. Entre las estrategias adoptadas está el uso de aplicaciones tecnológicas para dividir los gastos familiares y evitar discusiones económicas, así como mantener un trato cordial en las zonas comunes.
En el caso de la expareja de Bilbao, el proceso de aceptación llegó cuando su hija se trasladó a Madrid a estudiar. “Al quedar su habitación libre, pude dejar de compartir dormitorio con mi ex. Pero también se confirmó que era imposible buscar otra vivienda. Como mi empresa iba bien, podía mantener a mi hija fuera de casa, pero la economía no alcanzaba para todo. Así que me quedé”.
Tengo otra pareja, pero nos encontramos fuera de casa. Es como convivir con un compañero de piso al que ves poco
Dado que esta solución era temporal, Virginia optó por un arreglo permanente: dividió la sala en dos y creó su propio espacio. “Cada uno hace su vida. Tengo otra pareja, pero nos encontramos fuera de casa. Es como convivir con un compañero de piso al que ves poco”.
Pese a haber encontrado una solución funcional, Virginia confiesa que le gustaría lograr independencia total sin abandonar su barrio. Sin embargo, el mercado inmobiliario no juega a su favor: “el precio del metro cuadrado en apartamentos pequeños es más alto que en pisos grandes, y los costes de transacción son muy elevados”, explica el experto inmobiliario José Ángel Goyeneche.
Ante esta realidad, Virginia baraja la posibilidad de dividir por completo el piso una vez que su hijo mayor se independice, logrando así su total independencia sin renunciar a su entorno.