A lo largo de nuestra vida nos enfrentamos a problemas y situaciones que, en ciertos momentos, pueden parecer abrumadoras o difíciles de gestionar. Sin embargo, muchas veces, al poner estas situaciones en perspectiva y en un contexto más amplio, logramos relativizarlas. Pero, ¿qué sucede cuando, al relativizar el problema, también relativizamos las emociones y sentimientos que emergen en respuesta a él?
Relativizar nos ayuda a hacer más pequeña la situación o el problema para que sea más fácil de afrontarlo. Pero, si recurrimos a menudo a este recurso, corremos el riesgo de quitarle demasiada importancia a aquello que vivimos y a cómo nos sentimos emocionalmente.
La trampa del “No es para tanto” / “No llores” / “No te pongas así por esa tontería”

La empatía nos permite comprender y validar las emociones ajenas
A veces, nos cuesta ver más allá del problema o de la situación del momento. Sin embargo, al relativizar podemos ampliar nuestra mirada, poniendo el problema en perspectiva y reajustar el orden de importancia de lo que estamos viviendo. Tomar consciencia, por ejemplo, de otras situaciones complejas que hemos superado, puede ayudarnos a afrontar las actuales con mayor ligereza.
No obstante, en ocasiones, no solo relativizamos el problema, sino también las emociones y sentimientos, ya sean los que experimentamos en respuesta a él o los que están relacionados con otras situaciones. Esto puede hacer que les restemos demasiada importancia y, como resultado, nos invalidemos emocionalmente.
Al invalidar, consideramos que lo que sentimos, ya sea en nosotros o en los demás, no es correcto, adecuado o válido. No aceptamos esos sentimientos y emociones, y, en consecuencia, intentamos minimizarlos o hacer que desaparezcan. Frases como “No es para tanto”, “Eres una exagerada”, “No llores” o “No te pongas así por esa tontería” son ejemplos de mensajes que pueden llegar a invalidar lo que emerge en un momento determinado. Aunque la intención detrás de estos comentarios sea la de ayudar a que la persona no lo pase mal o evitar que algo le afecte demasiado, lo que realmente conseguimos es que deje de sentir lo que está sintiendo. Dicho de otra manera, no le estamos dando permiso para sentirse como se siente.
Las emociones no son un problema, tampoco las malas
Algunos motivos que pueden llevarnos a invalidar son no saber sostener emocionalmente y la incomodidad que nos generan determinados sentimientos y emociones, ya sean propias o de los demás. A menudo, cuando alguien está triste, intentamos que deje de estarlo y, como si la emoción fuera un problema, tratamos de solucionarla utilizando, por ejemplo, frases como las anteriores.
Si crecimos en un entorno familiar donde nuestras emociones eran frecuentemente invalidadas, es posible que hayamos interiorizado esta forma de gestionar lo que sentimos. Recuerdo el caso de una paciente a la que acompañé en terapia, quien me contaba que, cuando era niña y se sentía preocupada o triste por algún conflicto con sus amigas, en su casa solían decirle: ”Hay cosas más importantes por las que preocuparse“.
La mirada de la persona adulta no era la misma que la de la niña. Y lo que para la adulta puede parecer insignificante, para la niña puede ser vivido con mucha intensidad emocional. Probablemente, la intención de ese mensaje era relativizar la situación para que a la niña no le afectara tanto; sin embargo, lo que también se conseguía era que sus sentimientos no tuvieran permiso para ser expresados o, si lo hacía, se viera obligada a reprimirlos.
Es importante tener en cuenta que no solo son los demás los que nos invalidan, sino que también tendemos a invalidarnos nosotros mismos. A menudo, somos los primeros en relativizar nuestras emociones, minimizando lo que sentimos para que parezca menos significativo o más fácil de manejar. Esto puede estar relacionado con el hecho de que, durante la infancia o adolescencia, recibimos mensajes que, sin ser conscientes de ello, nos invalidaban, y que, al haberlos interiorizados, ahora somos nosotros mismos quienes nos los repetimos.
La validación, en cambio, implica escucha, aceptación y comprensión, reconociendo que esa emoción o sentimiento es válido y que tiene sentido en ese momento. Permite a la persona sentirse vista y acompañada emocionalmente. Ejemplos de validación son mensajes como: ”Llora tanto como necesites“, ”Es natural sentirse así“, ”Me doy cuenta de cuánto te ha afectado esa situación" o “Comprendo que te sientas tan triste”.
Validarse emocionalmente es un acto de estima, tanto hacia uno mismo como hacia los demás. Cuando nos validamos, nos damos permiso para sentir, sin juzgarlo ni reprimirlo; le damos espacio para que pueda ser expresado. Esta herramienta no solo es fundamental para nuestro bienestar emocional, sino que también fortalece nuestras relaciones con los demás, ya que cuando validamos a los otros, les mostramos que sus sentimientos son importantes.