Cuando la convivencia mata una relación: ¿Vivir juntos malogra una relación de pareja o amistad?

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Algunos psicólogos y sociólogos advierten que el auge del individualismo hace que quienes establecen relaciones de convivencia tengan menos herramientas para sortear las dificultades que se presentan

La convivencia en pareja a veces puede ser difícil

Una buena relación de pareja o amistad es un buen indicador para que la convivencia funcione, pero no siempre resulta suficiente

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“Al principio pueden parecer tonterías o algo hasta gracioso. Pero con el tiempo, esos pequeños reproches del tipo ‘Has manchado el espejo del baño con pasta de dientes’ o ‘Te dejaste las llaves por fuera’, te empiezan a incomodar”, explica Diego, de 40 años, a La Vanguardia. En diciembre del año pasado, junto a su ahora expareja decidieron ponerle punto final a una relación de cinco años. Llevaban conviviendo desde 2019, pandemia mediante.

La convivencia suele plantearse como un hito inevitable para cualquier pareja estable. Un paso necesario para consolidar un presente y un futuro compartido. Una señal de que aquello “va en serio”. Pero, ¿puede significar también el principio del fin para esa relación? “Sin duda”, dice Diego, aunque aclara que él no es “un detractor” de la convivencia ni le daría miedo volver a probar vivir con otra pareja. “No creo que haya que romantizarla ni tampoco pensar que necesariamente va a ir mal. Pero sí creo que, desde un principio, tiene que haber mucha comunicación, dejar las reglas claras, dividir bien las tareas, para que no se generen resentimientos. Tener dos baños separados también ayudaría mucho”, apunta.

Hoy veo que limpiar es un acto de amor, de pensar en el otro, aunque te cueste hacerlo (...) No puedes decir ‘Yo soy así’ y no hacer nada para cambiarlo

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Un hombre haciendo tareas del hogar 

Mané Espinosa / Propias

Para él, la limpieza siempre fue un desafío y prefería ocuparse de otras tareas domésticas, como cocinar o hacer la colada. “Puedo convivir con la cama deshecha. Pero no es lo mismo vivir solo que compartir con otra persona. Lo que para mí no es un problema, para la otra persona puede que sí lo sea”, explica. Él siente que su experiencia le ha dejado muchas enseñanzas. “Me doy cuenta de que tengo que ser más cuidadoso con los reclamos que me hagan del otro lado, porque son cosas que con el tiempo molestan cada vez más. No puedo decir ‘Yo soy así’ y no hacer nada para cambiarlo”, indica y añade: “Hoy también veo que limpiar es un acto de amor, de pensar en el otro, aunque te cueste hacerlo”.

La cotidianidad compartida también trajo aparejado el desinterés sexual. “En nuestro caso, influyó que ella trabajara todos los días desde casa, en bata y pijama”, apunta Diego y añade: “El hecho de tener rutinas completamente distintas, yo trabajando fuera, con una vida muy activa y en contacto con mucha gente, y ella en casa de lunes a viernes, hizo que estuviéramos muy desencontrados en todo sentido. Cuando llegaba el fin de semana, ella quería salir y yo lo único que quería era estar en casa y descansar”.

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Para Marcos (este no es su nombre real), argentino de 33 años, la convivencia marcó un antes y un después en una relación de amistad. “Éramos amigos de toda la vida, desde los trece años, como hermanos. Yo estaba viviendo un sueño aquí en España y le dije que viniera él también”, indica y agrega: “Con el tiempo, empecé a notar actitudes muy feas de su parte. Criticaba mi nuevo círculo de amistades, mi pareja, mi estilo de vida. En la convivencia también empezaron a haber muchos roces. Él era muy difícil para convivir, no colaboraba mucho con la limpieza y, por nuestras personalidades, chocábamos mucho”.

Cuando venció el contrato del piso que compartían, llegó el momento de plantearse si buscar otro piso juntos era lo mejor. “Yo sentía que la mejor decisión era no convivir más con él. No fue fácil. Yo era su único amigo aquí. Compartíamos absolutamente todo. Decírselo fue una de las cosas más estresantes que viví. Me intentó convencer pero ya tenía decisión tomada. Cuando fui a vivir a otro sitio sentí un aire nuevo, un alivio”, dice Marcos. Durante el siguiente año y medio él y su amigo estuvieron distanciados. “Se generó una grieta”, indica y explica que hace poco retomaron el contacto.

Se idealiza eso de irte a vivir con tu mejor amigo o amiga. Acabas detectando con qué gente podrías vivir y con cuál no, sin romantizar

Marisa36

“Creo que se idealiza esto de irte a vivir con tu mejor amigo o amiga”, dice Marisa, de 36 años. A sus 21 años, se fue a vivir con dos amigos, con los que compartió el mismo piso durante cinco años. “Al principio, hacíamos todo juntos. Pero luego, uno de ellos ya se hizo su propio grupo de amigos fuera. Le decíamos ‘Estás desaparecido, usas la casa de hotel’, pero lo respetábamos”, dice ella. Aunque intentaron incorporar un cuarto inquilino, nunca tuvieron suerte y no consiguieron que otra persona encajara con su dinámica.

“Estoy segura de que la convivencia debe haber acabado con muchas amistades. Yo tengo una amistad con la que me llevo muy bien pero a la vez es muy intensa, me agota. Imagínate vivir en el mismo lugar. Acabas detectando con qué gente podrías vivir y con cuál no, sin romantizar”, indica Marisa.

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Para ella, vivir en pareja tampoco es algo sencillo. “La primera vez que viví en pareja, me costó muchísimo adaptarme. Yo había vivido primero en un hogar disfuncional, donde iba muy a mi rollo. Luego con amigos, donde compartíamos cosas pero cada uno tenía sus horarios y sus espacios”, explica Marisa y añade: “Te hace ilusión ir al IKEA y comprar cosas juntos pero luego quieres poner las cosas como tú quieres y no puedes. Eso también genera conflicto. Yo siempre he sido de que me gustaran mis cosas a mi manera, mis espacios. La convivencia implica ceder una parte, adaptarte”. La convivencia con su actual pareja, de hace más de dos años, ha sido mucho más fácil desde un principio: “vivimos en una casa más grande, donde cada uno puede tener sus espacios”.

Para Enric Soler, psicólogo relacional y profesor de Psicología de la UOC, la convivencia no necesariamente perjudica una relación de pareja o de amistad. “La convivencia puede ser algo muy nutritivo y gratificante a escala emocional, aunque también es cierto que socialmente estamos en un momento en el que el individualismo está borrando del diccionario palabras como concordia, equidad, debate, consenso, respeto al prójimo. El deterioro de estos valores hace que las relaciones de convivencia dispongan de menos herramientas para sortear las dificultades que puedan presentar”, indica.

Estamos en un momento en el que el individualismo borra del diccionario palabras como concordia, equidad, debate, consenso, respeto al prójimo...

Enric SolerPsicólogo
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Una buena relación es un buen indicador para que la convivencia funcione, pero no es suficiente, dicen los expertos

Anna Belil | Diseño LVD

Para que tenga sentido sostenerla, la convivencia no debería sentirse como un desafío, una penitencia o algo a “sobrevivir”, dice el experto. Es importante que, antes de decidir convivir con alguien, nos preguntemos a nosotros mismos acerca de las motivaciones que nos llevan a hacerlo y el tipo de vínculo que nos une a esa persona.

“Frecuentemente dos personas empiezan una buena relación de pareja si existe una complementariedad entre ellas. En principio suena bien, pero no es suficiente. Esa complementariedad no debe ser rígida. Debe ser flexible, de forma que la relación se balancee armónicamente en el transcurso del tiempo, dando lugar a una equidad que proporciona una posición confortable para ambas partes”, apunta Soler y añade que también es importante que haya un “apego seguro” entre ambas partes, que es lo que posibilita una relación estable, duradera, sin dependencia emocional ni asimetría relacional.

Asimismo -indica el experto- la convivencia tampoco tiene por qué ser algo obligado para una pareja ni tampoco a todas las que elijan convivir les servirán las mismas reglas o fórmulas. “Cada pareja es única, y debe saber encontrar el punto justo para lograr ser un “nosotros” sin que eso implique dejar de ser un “yo”. Hay infinitas variables que pueden ayudar a encontrar ese punto de equilibrio y las parejas buscan opciones innovadoras para ganar estabilidad. Nos encontramos en un momento sociohistórico en que las personas se atreven a explorar otros modelos de relación de pareja. No es casualidad que un 8% de las relaciones en España sean parejas denominadas “LAT” (del inglés, living apart together). La no convivencia les aporta una autonomía y aire fresco, y este tipo de parejas logran más durabilidad”, asegura.

“Una buena relación es un buen indicador para que la convivencia funcione, pero no es suficiente”, asegura la psicóloga del centro Dentros de Barcelona, Carolina Palau y explica qué otros factores son fundamentales, como la comunicación, “no dar las cosas por sabidas ni pensar que la otra persona tiene que adivinar lo que me pasa”, la empatía, “tener la capacidad de ponerme en el lugar de la otra persona sin renunciar a lo que nosotros también necesitamos”, poder mantener los espacios individuales y la autonomía, y tener capacidad de adaptación para ajustar y corregir cosas.

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La experta indica que “Cuando hay una convivencia, se comparten muchas cosas. La casa, las tareas del hogar, la organización económica, los espacios, horarios, responsabilidades. Es lógico que puedan generarse conflictos y tensiones en el día a día. Podemos tener visiones distintas, ritmos, estados de ánimo y necesidades de apego diferentes. No es extraño que dos personas choquen, lo importante es que podamos sentarnos y ,desde el respeto, llegar a acuerdos”.

La intimidad y la sintonía seguramente será lo que más nos toque cuidar al empezar a convivir con una pareja -apunta Palau-, ya que “la convivencia y la falta de novedad nos puede desgastar, pero también puede ser una oportunidad para crecer juntos y explorar cosas nuevas”. Para evitar que la rutina se convierta en un problema, “es importante trabajar el tiempo de calidad, los planes y espacios de ocio compartido. Si damos por hecho que ya voy a ver el otro en casa y no nutrimos a la relación con otro tipo de actividades un poco más divertidas y relajantes, nos puede desgastar mucho”.

Otro de los grandes puntos de conflicto suele ser la planificación y distribución de las tareas del hogar. “Es importante dividir y equilibrar para que esa distribución no sea desigual e injusta, porque eso puede convertirse en una fuente de tensión extrema”, apunta Palau.

La psicóloga indica que “aunque plantea desafíos y debemos implementar estrategias de adaptación, la convivencia de larga duración no necesariamente tiene que arruinar una relación. De hecho, siempre manteniendo expectativas realistas, puede ser algo muy agradable y un motivo de mucho bienestar individual”. Se trata de lograr “un equilibrio complejo”, señala. Algo que puede ayudar a alcanzarlo -dice Palau- es crear un espacio para hablar y despejar los conflictos o tensiones, tal vez “un café por semana”, para tomar el pulso de cómo está esa relación y verbalizar nuestras necesidades fuera del ajetreo del día a día. 

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