Cuando Lucía (30) empezó a usar Tinder, en 2013, la aplicación acababa de llegar a Francia. Ella vivía en Burdeos y estudiaba su primer año de carrera: biología. Quería expandir su círculo. “Al principio había un tabú. Se pensaba que quien utilizaba Tinder estaba desesperada”. Pero a Lucía le encantaba. “La gente que estaba era la que no tenía vergüenza de nada y era muy divertido”, recuerda ahora. Algunos de los chicos que conoció entonces continúan hoy siendo “muy buenos amigos”, dice. La usaba para probar algo diferente, para quedar y ver qué pasaba. “Me lo pasé muy bien”, explica.
Desde entonces, ha tenido su perfil de Tinder más o menos activo a lo largo de los años, y ha probado otras aplicaciones, como Bumble o Hinge. Pero, a medida que se ha popularizado el uso de las apps, y se ha eliminado el estigma –ahora haber conocido a una pareja en una aplicación está a la orden del día–, Lucía detecta que ha cambiado la cultura de las apps, que las dinámicas son otras; menos laxas, más exigentes, con más expectativas. También tiene que ver, cree, el hecho de que ella ha ido cumpliendo años y las personas que encuentra ahí tienen a la vez más edad.
A la gente no le gusta en el fondo ni ser producto ni estar eligiendo a otros como productos, pero no encuentra otra forma de ligar...

Lucía lleva más de una década usando apps de citas. Asegura que las dinámicas han cambiado mucho
Más de una década después, tras haber conocido a muchas personas online –con algunas ha tenido relaciones de meses, con otras solo citas–, Lucía terminó abrazando la intermitencia. Cada tanto, se abre un perfil en una app, la usa, conecta con hombres, chatea, queda con ellos. La conversación no tarda en apagarse. A los días –a veces, en el mismo día–, desinstala la aplicación. Al tiempo, vuelve a descargarla y repite el proceso, cada vez más frustrante. Sobre todo en los últimos dos años. “No sé muy bien por qué. Creo que es una mezcla de factores: encontrar menos conexiones interesantes, no querer pasar tanto tiempo en la app y tener más consciencia de que mi tiempo libre es bastante sagrado ahora, y que prefiero hacer planes que me apetezcan más que estar hablando o quedando con desconocidos”. En parte, achaca su propia frustración al clima de hartazgo que se ha ido contagiando por las apps de citas. “Todo el mundo está frustrado”, señala, y al final, “aunque entres con ilusión a las apps, la ilusión se rompe enseguida”.
La caída del valor en el mercado de las apps de citas más usadas en España refleja este fenómeno de desgaste generalizado. Match Group –empresa matriz de Tinder, Hinge y OkCupid– y Bumble han perdido cerca de 40.000 millones de dólares en valor de mercado desde octubre de 2021. También hay alternativas, como Grindr, la más extendida entre el público LGTBIQ+, y más veterana que Tinder; Feeld (orientada a las relaciones sexuales), TurnUp (que impulsa conexiones través de los gustos musicales) o Lefty (pensada para personas de ideología de izquierdas). La mayoría de las personas entrevistadas para este reportaje han usado –en diferentes periodos o en simultáneo– varias de ellas.
Aunque en Tinder hablan abiertamente del fenómeno de fatiga y lo reconocen en sus informes de resultados, desde la empresa aseguran que su comunidad está “en constante evolución y sigue siendo muy activa, con un interés creciente por conexiones más auténticas y saludables”.
La Generación Z quiere algo más que gratificación instantánea: autenticidad, profundidad y relaciones que de verdad importen

Los jóvenes prefieren el contacto físico a la virtualidad para conocer gente
“El dating fatigue es una señal de que nuestra forma de ligar necesita evolucionar. Durante años, nos hemos movido por la gratificación instantánea y las conexiones superficiales”, explica Paul Brunson, Dating Expert de Tinder global. “Pero la Gen Z quiere algo más: autenticidad, profundidad y relaciones que de verdad importen”.
Lucía, nacida en 1995 y, por tanto, en el borde de lo que se considera esta generación, achaca parte de su propio cansancio con las apps de citas al contexto digital: “El móvil nos hace más superficiales. A la gente no le está gustando en el fondo ni ser producto ni estar eligiendo a otros como productos, pero no encuentra otra forma de ligar ahora mismo y por eso es frustrante”.
Ella no es la única que se ha encontrado atrapada en ese día de la marmota de las apps de citas. Irene (28) también lleva años en ellas, y no se va porque ligar en persona, dice, le cuesta más. Primero estuvo en Tinder y después pasó a Bumble, donde sólo las mujeres pueden iniciar la conversación tras hacer match (cuando ambas personas se “gustan” en la app, en base a lo que han visto en sus perfiles). Cuenta que estas apps le han permitido explorar su sexualidad, y probar prácticas sexuales de una manera más desinhibida, con menos pudor.
Además –y esta es una opinión común entre los usuarios de Tinder o Bumble–, las apps han favorecido conexiones con personas de entornos muy diferentes al suyo, y por tanto han hecho que salga de las burbujas habituales en las que se mueve.
Muchas personas sienten que ya no saben ligar cara a cara (...) la app les da la ilusión de que pueden elegir
Pero al mismo tiempo considera que en las aplicaciones le es más difícil lograr una conexión profunda. “No compartes ningún contexto con esa persona y yo creo que eso ya dificulta el engancharte. Cuando yo me vinculo de primeras con alguien a través de algo tan superficial como una pantalla, es muy fácil que eso se apague –literalmente– igual que la pantalla”, dice.
Esto, a su juicio, hace que cueste más mantener a alguien en la vida de uno, porque exige un esfuerzo añadido, y consigue que las interacciones por la app a veces se despersonalicen. Así, son comunes hábitos como el ghosting –desaparecer virtualmente para la otra persona, dejar de contestar sin dar ninguna explicación–, prácticas que Tinder desaconseja en su guía para “dominar el slow dating”.
“La mayoría de mis pacientes que usan apps de citas reconocen un patrón ambivalente: se sienten agotados por la superficialidad, la incertidumbre y el ghosting… pero les cuesta dejarlas”, explica a La Vanguardia la psicóloga sanitaria Elena Daprá, experta en Bienestar Psicológico y directora del centro que lleva su nombre. Por un lado, Daprá detecta que hay un miedo a quedarse fuera. El creer que “si no están ahí, se pierden algo”. Por otro, hay una falsa sensación de control: “la app les da la ilusión de que pueden elegir”. Y, en paralelo, la dificultad para conectar fuera de lo digital. “Muchas personas sienten que ya no saben ligar cara a cara”, dice Daprá.
Además de enfrentarse al ghosting, estar en estas apps también implica asumir la posibilidad del rechazo, a veces de maneras más tajantes o directas de lo que una suele esperar en relaciones que se construyen fuera del espacio virtual.
Estas apps sirven hoy como espejo de validación personal. Necesitamos saber lo que valemos y las usamos más por eso que para quedar con gente

Inma Benedito, periodista y autora de 'Too Match', un libro en el que narra sus experiencias en las apps de citas
Claudia (34) conoció a A. en Tinder. “Me pidió que fuese su novia a las dos semanas. Y yo le dije que sí”. A Claudia en ese momento le pareció pronto, pero A. le gustaba, pensó, y valía la pena intentarlo. “Pero a los dos meses ella me dijo “mira, te idealicé; en realidad no me gustas”. Aquello dañó mucho la autoestima de Claudia, que tardó tiempo en atreverse a tener citas, cuenta ahora.
Ella encontró en la aplicación una ansiedad que no le había generado conocer a gente en persona. Decir a alguien, directamente, “te idealicé, en realidad no me gustas” puede verse como un acto de valentía, y de honestidad. O puede leerse como una falta de cuidado, una reacción comparable a las que se ven en los chats, tras las pantallas, donde nadie más puede juzgar. Así lo entendió Claudia.
“Las pantallas despersonalizan. Cuando no vemos a la persona, cuando no tenemos contacto visual ni contexto emocional, es más fácil tratar a los demás como perfiles y no como seres humanos”, arguye Daprá.
Un escaparate sin fin
Deslizar a la izquierda o a la derecha, ver caras y cuerpos nuevos constantemente, biografías, vidas nuevas, como un scroll infinito que renueva su contenido, puede resultar adictivo. “Hay algo muy ludopático en ello”, confiesa Inma Benedito, periodista y autora de Too Match (PLAZA & JANÉS), un libro en el que relata sus experiencias en citas con chicas que había conocido en aplicaciones para ligar.
Pero esta forma de entender el ligar como pescar en un caladero inagotable se ha trasladado a la forma en que nos vinculamos fuera de las apps de citas, advierte Daprá. “Hoy, la inmediatez, la abundancia de opciones y la sensación de “mercado ilimitado” generan expectativas muy diferentes a las de hace una década”, explica. En su consulta, donde atiende pacientes en 12 países, observa que esto ocurre “de manera bastante similar” independientemente de la cultura: “el foco muchas veces se desplaza de construir un vínculo a probar múltiples opciones”.
Y esa abundancia de posibilidades, aunque puede dar sensación de control, “fomenta comparaciones constantes, miedo a perderse algo y dificultad para comprometerse, favoreciendo patrones de relaciones totalmente superficiales”, señala. “Muchas personas sienten que ‘siempre puede haber alguien mejor a un solo clic’, y eso influye directamente en la forma en que percibimos el amor, la exclusividad y la reciprocidad”.
Sumideros de tiempo

Las aplicaciones y portales para encontrar pareja tienen un tiempo de uso muy elevado entre sus usuarios
Este lugar de opciones infinitas se convirtió para Jaime (29) en un “sumidero de tiempo”. Sentía que pasaba mucho tiempo en la aplicación, y sin embargo no lograba tener matches. Él usaba Tinder. Primero, en 2019, cuando vivía en Inglaterra para estudiar su último año de Física. No le fue bien. Aunque en persona nunca le había costado conocer gente, y no se considera feo, no surgían las conexiones. Y cuando las había, la conversación que se iniciaba por chat tras el match no aguantaba hasta llegar a quedar con las chicas. A menudo, ellas ni contestaban.
Es un problema común en las apps de citas. Según los datos recabados por Hinge, el 44% de sus usuarios “cita la falta de respuesta como la principal causa de agotamiento”. En 2024, esta empresa lanzó los límites “Your Turn”, que fija un máximo de conversaciones que alguien puede tener abiertas sin responder. “Esta función busca que los usuarios se enfoquen más en la calidad que en la cantidad de matches, limitando los mensajes no contestados”, detallan.
Muchas chicas y –en menor medida– chicos confiesan sentir “pereza” o desmotivación a la hora de escribir a esas personas con las que hicieron match, aunque en el momento de “deslizar hacia la derecha” (eso es, dar su aprobación) al perfil hubieran visto algo que les gustara.
“Hoy en día estas apps sirven mucho como espejo de validación personal”, opina Benedito. “Necesitamos tener seguridad ontológica de quiénes somos, de lo que valemos, y a veces las usamos más por esto que para quedar con gente”. En su caso, la ruptura con una ex novia la llevó a abrirse un perfil en Tinder, donde encontró una fuente de alivio.
Pero ese espejo fácilmente puede volverse contra uno. Según Daprá –y confirman otros especialistas consultados– una de las causas más frecuentes de ansiedad en las apps es la exposición continua al juicio externo: “nuestro valor parece medirse en “likes” y matches”. “Cuando alguien no recibe respuesta o es “ghosted” después de un match, muchas veces interpreta que “no es suficiente”. Esto activa circuitos de inseguridad y puede dañar la autoestima”. La experta señala otro riesgo a nivel psicológico “del que no se habla”: “la cantidad de microduelos amorosos que hay que ir superando y que minan poco a poco la autoestima y abren heridas de rechazo y de abandono constantemente”.
Ligar con chicas es un fastidio. Hablas con un fantasma...

Una pareja de jóvenes en actitud cariñosa por el centro de Barcelona
En estos intercambios aún se ven claros los roles de género. Las mujeres adoptan una actitud por lo general más pasiva que los hombres, independientemente de si son heterosexuales o no. Lo pudo comprobar Claudia, entre otras. Si en un chat que se abre tras un match entre hombre y mujer suele ser él el que inicia la conversación –y ella contesta o no–, el Tinder de mujeres es un erial, según Claudia. Se da una dificultad añadida, entonces, porque hay que romper el hielo y ninguna lo hace. “Ligar con chicas es un fastidio. Hablas con un fantasma”, dice.
“Hay diferencias entre unas apps y otras –apunta Benedito–; Hinge presume de ser una app que quiere que verdaderamente conectes”. Su eslogan es “la app diseñada para ser borrada”. “Y es cierto que tiene algún mecanismo que empuja más en esa dirección. Por ejemplo, en Hinge tienes una serie de likes limitados al día, cosa que no ocurre –o no en la misma medida– en otras apps. Además, puedes interactuar directamente con la persona, antes de que surja el match, lo cual facilita que la conversación sea más orgánica, porque ya comienza en base a una primera interacción. En Tinder haces match y entonces hay que romper el hielo, es como si tuvieras que romper el hielo dos veces”.
La frustración para Jaime venía sobre todo por el rechazo, que además era un rechazo “silencioso”, dice Jaime. “No era que alguien te dijera “Mira, esto no me encaja, esto no me gusta, tal, lo siento mucho”; era simplemente dejarlo morir en el aire”. También le abrumaba la sensación de que tenía que dominar la aplicación para poder usarla bien, y que le funcionara. “Hay gente que lo hace, que se ha pasado Tinder”, cuenta. Pero, en su caso, le resultaba muy artificial diseñarse un perfil pensando casi en una estrategia de venta.
“Pensamos que estamos intentando ligar y en realidad lo que estamos haciendo es aprender a utilizar Tinder”, coincide Benedito. “Ligar en el siglo XXI no es ligar como se hacía hace 20 años, es saber utilizar Tinder”, sentencia.
Algo positivo, según ella, es que para las personas LGTBIQ+, y también para “heterocuriosos” o “heteroflexibles”, las aplicaciones de citas han supuesto una oportunidad. No sólo para las relaciones sexoafectivas o románticas, sino también para hacer amigos del colectivo.
Raya, la app para famosos y VIPS
“Te hacen vivir el deseo no a través de la experiencia, sino a través de la idea”
Víctor (35) usa Raya desde hace más de cinco años. Esta aplicación se conoce informalmente como el Tinder de los famosos. “Me daba un poco de miedo usar Tinder y que me reconocieran”. No todas las personas que usan Raya son fácilmente identificables por la calle. Pero sí son, según Víctor, “gente cool”. “Para entrar te tienen que invitar, y una vez te invitan desde Raya evalúan tus redes sociales, ven cómo de cool eres: de quién eres amigo, quién te sigue en Instagram, si te sigue alguien famoso. Pero tú no tienes que ser necesariamente una persona famosa”.
Víctor –su nombre real no es ese, pero prefiere no decirlo– es actor. Cuenta que a través de esta app, por la que paga una tarifa de veterano (5 euros al mes, pero ahora cuesta casi 20 euros al mes en su versión básica), ha conocido a gente por la que ha llegado a viajar sin haber visto en persona. Más de una vez ha cruzado el Atlántico para encontrarse con alguien con quien había conectado por Raya.
Pero, en este ambiente, que él equipara a un bar exclusivo –una sala VIP virtual–, admite que también se dan esas dinámicas que pueden generar ansiedad o pérdida de autoestima. O, simplemente, que crean unas expectativas imposibles de cumplir. Él habló con una persona que no conocía lo suficiente como para comprar un billete de avión, pasar más de 6 horas sobre las nubes y quedarse en casa de ella unos días. Ahora concluye: “Era la chica perfecta para mí, pero no había química sexual”.
Lo malo de estas aplicaciones, para él es que “te ponen en contacto con el deseo no desde un lugar humano, sino desde un lugar superficial”. “Te hacen vivir el deseo no a través de la experiencia, sino a través de la idea”, valora.
“Es fácil conseguir un match por las características objetivables que el algoritmo se esmera en acercar. Pero después, en la cita, no te gustó ese gesto con el que se acomoda el pelo, o ese pequeño ruidito que hace cuando habla, o esa manera de besar, o ese encuentro sexual en el cual no hubo encuentro, o el tono de su voz, o la risa, o la risa que no hay, o esa manera de no mirar, etc., y adiós para siempre. Muy lindo todo, pero no pasó nada”, escribe Alexandra Kohan, psicoanalista argentina y autora de ensayos como ‘Y sin embargo, el amor’ (Paidós).
“El deseo –dice Kohan– es bastante inoportuno, aguafiestas, molesto, pone palitos en la rueda que pretende seguir girando sin enterarse de nada, ese giro que siempre es un poco inercial. El deseo es el palito en la rueda del Ideal. Cuando se trata de Eros, no hay ni algoritmos, ni características objetivables, ni conveniencias, ni Ideal que cuente. La pregunta de por qué alguien no nos enganchó es tan imposible de responder como la pregunta de por qué alguien sí nos enganchó. Nunca se trata de algo decible, porque el deseo siempre es “deseo de nada nombrable”. Cuando está y también cuando no está”.
Finales felices
Antes de repasar los motivos de su frustración con las apps de citas, Lucía avanza que su historia “termina bien”. Conoció en Bumble hace meses a una persona con la que hoy tiene una relación formal, y se eliminó la aplicación.
Claudia fue paciente y esperó meses hasta tener una cita con su novia, a la que encontró en Tinder. Llevan juntas dos años y medio.
Jaime y Alba hicieron match en la pandemia y continuaron con una suerte de relación epistolar moderna, virtual. Era cuando tenían tiempo para dedicárselo a la app, a chatear, a construir ese vínculo con la otra persona. Jaime sabe que si no fuera por el confinamiento no habría conocido a Alba. Ella vivía en Galicia, y tenía habilitada la función Tinder Travel, que permite encontrar en la app a gente que no está en tu misma ciudad. Finalmente, se conocieron en persona y, por suerte, hubo química. Lo peor que podía pasar, según Jaime, es que no existiera esa química. Pero ya la amistad que tenían merecía la pena. Y, en sus palabras, era una buena excusa para dejar atrás la aplicación. Hoy viven juntos y llevan en una relación algo más de cuatro años.