Andrew J. Cherlin (Hartford, Connecticut, 1948) es un referente internacional en sociología de la familia y lleva décadas estudiando la evolución de los matrimonios, de las convivencias fuera de él, de los divorcios... y también la huella que la inestabilidad familiar sostenida en el tiempo deja en los niños. La semana pasada cautivó a los asistentes al Congreso internacional sobre el divorcio organizado por el Centro de Estudios Demográficos de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) con una conferencia titulada ¿Por qué las tasas de divorcio descienden entre los jóvenes y suben entre los mayores en las sociedades occidentales?
Explicó que, en Estados Unidos, un tercio de las personas que se divorcian tiene más de 50 años. “Lo denominamos grey divorce (divorcio gris) por el color del cabello de quien lo protagoniza, y es un fenómeno que resulta desconcertante, porque esas parejas mayores llevan casadas muchos años y uno piensa ¿por qué ahora? Y es una tendencia que también va al alza en España y en el resto de Europa”, comenta al arrancar la entrevista que mantuvo ayer en Barcelona con La Vanguardia.
¿Cuál cree usted que es la razón?
Andrew J. Cherlin posa en el hotel de Barcelona donde se realizó la entrevista
Bueno, es que la vida de las personas mayores ha cambiado mucho en las últimas décadas. Están más sanas, viven más tiempo y buscan disfrutar de la vida. Hace dos décadas lo único que querían era sobrevivir. Ahora viven más años y pueden sentir que les queda una aventura más por vivir, un nuevo proyecto que desean realizar... Y a veces su cónyuge no está interesado, lo que crea una divergencia y lleva a la ruptura a los 50 o los 60.
¿Qué implicaciones tienen esos divorcios en una sociedad cada vez más longeva?
Veremos más personas mayores viviendo solas. Cuando tengan problemas de salud, no tendrán un cónyuge que les ayude. Es posible que dependan más de sus hijos, y quién sabe si esos hijos les proporcionarán los cuidados adecuados. También es posible que veamos más segundos matrimonios entre mayores, lo que traerá a las familias una nueva pareja, cambios que nunca habíamos visto.
Paradójicamente, usted explica que los jóvenes se divorcian menos ¿Por qué?
Se casan a edades más avanzadas que en el pasado. Es habitual casarse a los treinta y tantos años y, para entonces, las personas tienen una idea clara de lo que quieren en la vida y quizá puedan elegir una pareja más adecuada. Pero, además, los jóvenes han visto a la generación de sus padres, los baby boomers, divorciarse mucho, y es posible que deseen evitar el divorcio por esa razón.
Los jóvenes han visto a la generación de sus padres divorciarse mucho y es posible que deseen evitarlo
Por otra parte, tanto en España como en el norte de Europa, cada vez más jóvenes cohabitan con su pareja antes de casarse, y vivir con alguien es una forma de determinar si te gustaría pasar tu vida con esa persona. Por lo tanto, eso puede reducir el número de divorcios, ya que hay muchas parejas que se separan antes de llegar al matrimonio.
En sus trabajos y conferencias sobre la evolución de las familias habla de la existencia de una brecha matrimonial ¿En qué consiste?
En Estados Unidos es casi como si tuviéramos dos sistemas familiares. Uno es para los graduados universitarios, que siguen casándose y teniendo hijos dentro del matrimonio. Y el otro es para las personas sin estudios universitarios que, cada vez más, viven con parejas pero no se casan y tienen hijos fuera del matrimonio.
¿A qué obedece esa dualidad?
Las personas con título universitario son los ganadores de la economía global de hoy día, son quienes aún pueden conseguir buenos empleos. Las personas sin educación universitaria son las perdedoras: han visto cómo sus empleos en fábricas se trasladaban al extranjero, les resulta más difícil ganarse bien la vida y con esas dificultades socioeconómicas creen que no pueden casarse.
En España, la brecha se atribuye al denominado “déficit masculino”, a que hay muchos menos hombres que mujeres con estudios superiores...
Sí, en Estados Unidos también tenemos ese déficit masculino. El 57 % de todos los títulos universitarios se otorgan a mujeres, y estas están entrando en el mercado laboral y obteniendo buenos resultados. Mientras, los puestos de trabajo que solían ocupar los hombres, lo que llamamos trabajos manuales, están desapareciendo. Y a ello se suma que tenemos un problema de masculinidad, que algunos hombres se muestran reacios a aceptar los trabajos que se crean porque no los consideran apropiados para un varón, como ser enfermero o cuidador infantil. Por tanto, los hombres no aceptan los trabajos que están disponibles, y los trabajos que les gustaría aceptar desaparecen.
Y a esa brecha se añade que las mujeres tienen un buen nivel educativo y consiguen buenos empleos, mientras que los hombres carecen de formación, tienen menos confianza en poder tener una vida exitosa y, en consecuencia, no resultan atractivos para el mercado matrimonial.
¿Qué quiere decir?
Que las mujeres, por temor a que ellos fracasen, no quieren casarse.
La precariedad hace que la vida de los jóvenes sea desalentadora y no quieren casarse por si no tienen un matrimonio exitoso
Entonces, la polaridad del mercado laboral está afectando a la formación de familias
La precariedad del mercado laboral hace que la vida de los jóvenes, especialmente de los hombres, sea inestable, impredecible e incluso desalentadora. Y los jóvenes desanimados no quieren casarse porque no saben si podrán tener un matrimonio exitoso. En el pasado, todo el mundo se casaba pero, hoy en día, el matrimonio es opcional y los únicos que se casan son aquellos que están seguros de que pueden tener una relación satisfactoria a largo plazo
¿El matrimonio es una institución en crisis?
En Estados Unidos, el matrimonio está en crisis para las personas sin estudios universitarios, las personas que no pueden conseguir los buenos empleos que solían tener antes de que las fábricas se trasladaran. Pero no está en crisis para las personas con estudios universitarios que siguen teniendo éxito y confían en que pueden tener un matrimonio feliz.
El matrimonio está en crisis para las personas sin estudios universitarios
Lo que lleva tiempo en crisis en España y otros muchos países es la natalidad. ¿Faltan ayudas públicas o tiene que ver con esos cambios en el sistema matrimonial?
Solía pensar que las políticas públicas podían aumentar la tasa de natalidad, pero ahora no lo creo así. Estados Unidos tiene un sistema de apoyo muy pobre para las familias y el cuidado infantil. Suecia tiene muchas más ayudas. Pero la tasa de natalidad es la misma en ambos. Así que algo está pasando con la fecundidad que ni siquiera las políticas públicas pueden cambiar. Creo que ha habido un cambio de valores sobre los hijos, ya que los adultos jóvenes piensan que tener uno es suficiente o que incluso no tenerlos está bien. Además, muchos pueden sentir que no es correcto traer un hijo al mundo dada la difícil situación actual.
Tras tantos años analizando las familias y los divorcios, ¿ha identificado las claves de la estabilidad matrimonial?
La clave está tanto en el empleo como en los valores. Las parejas jóvenes necesitan tener un empleo estable y digno para poder casarse. Pero también necesitamos que la gente valore más el matrimonio y la maternidad de lo que lo hace ahora. No podemos resolver el problema de la natalidad hasta que se valore mucho más el tener más de un hijo y se considere que los hijos tienen valor y también pueden contribuir a tener una vida más plena.

