En plena noche, las luces rojas que emanan de la calle Conde de Romanones pueden dar lugar a malentendidos. Más que un hostal, el número 7 de esta céntrica vía madrileña parece un s ex shop, un bar de alterne o un motel. “Muchos hombres vienen preguntando cuánto cuesta la hora”, confía la recepcionista. Pero el establecimiento no está destinado a alojar encuentros de esa categoría, sino para acoger a turistas y, en la práctica, también a algunos residentes de Madrid. Con su nombre, decoración y una sala de cine incluida en las áreas comunes, el lugar rinde homenaje al séptimo arte. Las paredes de los pasillos sujetan pósters de películas, del techo cuelgan fluorescentes de colores cruzados como espadas láser y cada habitación hace referencia a una cinta de ciencia ficción, filmes como 2001, Alien, Star Wars o Blade Runner.
Las habitaciones, con decenas de cápsulas agrupadas en dos filas —una arriba y otra abajo— y escaleras para trepar hacia ellas, servirían de escenario para películas futuristas de mundos distópicos o viajes al espacio. Dormir en una suerte de cajón de plástico que no llega a medir dos metros cuadrados es, para algunos de los huéspedes, el principal atractivo de esta experiencia, que muchos repetirían. Para otros, su elección tiene más que ver con la necesidad, en la pertinaz crisis de vivienda que sufre la capital. Entre algunos clientes regulares de este hostal, un chico está terminando sus estudios en Madrid. Viene cada viernes, se aloja aquí y se le hace un precio especial, cuentan los trabajadores, que ven entre los viajeros “todo tipo de perfiles”, muchos de América Latina, pero también de Corea, Estados Unidos, China, Australia… Llegan turistas de todo el mundo y, admiten, también algunos estudiantes.
¿Una experiencia “única e inolvidable” o un efecto lúgubre de la crisis de la vivienda?
El espacio del habitáculo es de apenas dos metros
Art Seven se anuncia en su web como “un alojamiento a precio de hostel proyectado como un realizador de experiencias únicas e inolvidables, siempre en la intimidad y confort que ofrece una cápsula frente a la simple e impersonal litera”.
El fenómeno de los hostales cápsula es reciente en España. Hay establecimientos de este tipo al menos en Madrid, Barcelona, Bilbao, Málaga y Valencia. El concepto se ha importado desde Japón pero las empresas que los operan son, por lo general, españolas. En Madrid la plataforma Booking oferta tres opciones con cápsulas futuristas: Flor, Oxygen y Art Seven. Todos ellos brotaron después de la pandemia, y uno nuevo planea abrir próximamente en el barrio de Malasaña. Se asocian, por un lado, al turismo rápido y “low cost”. Por otro, a la necesidad habitacional dado el encarecimiento de los alquileres y la competencia con los apartamentos turísticos, que en Madrid en su mayoría son ilegales. El precio de alquilar una vivienda en la capital sigue disparado y batiendo récords. En febrero de 2025, salía un 13,4 % más caro que el año anterior, según un informe del portal Idealista difundido en marzo.
Los hostales cápsula saltaron al debate público tras las denuncias públicas contra varios de ellos por operar sin licencia: uno en Carabanchel —que el gobierno de José Luis Martínez Almeida ya tiene previsto cerrar— y otro en Arganzuela, que Más Madrid denunció por no contar con los permisos necesarios para la actividad hotelera, algo que confirmó también el Ayuntamiento de Madrid.
Como formación, Más Madrid ha rechazado públicamente el caso concreto de los hostales cápsula que no tienen licencia, pero su diputado Pablo Padilla critica, en general, el concepto, que es parecido al de los llamados “edificios colmena”. Afea que estos hostales, que ofrecen sus pequeños espacios con camas encajonadas como reclamo futurista y, en algunos casos, como solución para estudiantes sin piso, “intentan maximizar el beneficio económico empresarial aprovechándose de la necesidad de alojamiento”.
Las cápsulas no son tan privadas como uno se imagina. Se escucha y se mueve todo. En realidad son literas con paredes de plástico
Para muchos de los visitantes consultados en Art Seven, el bajo coste ha sido el motivo central para alojarse en una cápsula, compartiendo habitación con diez o veinte desconocidos. En hostales parecidos, como Oxygen o Flor Hostel Capsules, pasar una noche de verano en una cama individual cerrada —en esas mismas condiciones— está entre los 120 y los 150 euros.
Sofía y Alexia, de 20 y 19 años, viajaron desde Valencia a Madrid para asistir a la premiere de la serie ‘Mariliendre’. A ellas la noche en Art Seven Hostel les costó cerca de 40 euros, aunque otros huéspedes del mismo establecimiento se han gastado casi el doble. Ese fue un factor decisivo, junto con la ubicación, a escasos minutos a pie de la Plaza Mayor. Además, les apetecía “vivir la experiencia”.
Las cápsulas en Art Seven pueden ser individuales o dobles. Todas ellas cuentan con espejos, neones y botones para cambiar el color y la intensidad de las luces y para regular también el aire acondicionado. La ventilación y temperatura dentro de la cabina son, con el ruido, las críticas más comunes entre sus usuarios. Con Madrid cocinándose a más de 30 ºC de día y noches tropicales a finales de la primavera, el aire acondicionado es el gran enemigo del silencio tanto dentro como fuera de las cápsulas. Si se apaga o se baja para minimizar el sonido, el calor se hace insoportable. Si se abre la cápsula, entra el olor y el ruido de los vecinos. El hostal publicita las cápsulas en su web como “una evolución de las típicas literas, ya que nos ofrecen una mayor comodidad y privacidad al poder descansar ajeno a lo que ocurra en la habitación”.
Kate, una estadounidense de 23 años que viaja desde Oregon, dormirá en este hostal al menos cinco noches. Ella destaca, por encima de todo, la privacidad. “Viajo sola, y me parecía un lugar más seguro para estar y dejar mis cosas”, argumenta.
Pero esa sensación de aislamiento a veces juega malas pasadas. Sobre todo, a los huéspedes de las cápsulas inferiores o contiguas. “Las cápsulas no son tan privadas como uno se imagina. Se escucha y se mueve todo. En realidad son literas con paredes de plástico”, comenta un usuario en Booking.
Algunas parejas ven las luces rojas y algunos creen que vienen a un motel...
Luces fluorescentes, pasillos estrechos y posters de cine en las paredes
Desde la recepción dicen haber tenido que llamar la atención a parejas que, en ocasiones, han hecho mover toda la estructura de cápsulas, que están conectadas entre sí. “Es normal, suele pasar y yo entiendo que pase”, explica la trabajadora, que a menudo tiene que recordar a los clientes que no son los únicos alojados en la habitación. “Ven las luces rojas y algunos creen que vienen a un motel”, añade.
Por otro lado, una cápsula de 0,96 metros de ancho, 1,94 metros de largo y 1,04 metros de alto puede no ser la elección ideal para alguien que sufra claustrofobia. Una vez cerrada, para abrir la puerta desde dentro hay que pulsar un botón. En los comentarios de las plataformas de reserva, algunos usuarios de estos hostales cuentan haber “entrado en pánico” tras no identificar fácilmente el botón de apertura.
Los trabajadores de Art Seven, sin embargo, dicen que nunca han tenido que liberar a nadie que se haya quedado encerrado. En todo caso, las cápsulas son de plástico, aclara uno de ellos, así que no sería difícil intervenir si algo así ocurriera.
“Las camas son de papel. El colchón es muy delgado, no llega ni a cuatro dedos de alto. Y las paredes son de plástico así que, si te toca abajo, vas a oír los crujidos del plástico de los vecinos. Meterse dentro es una odisea, se podría abrir como un maletero y así entrarías mejor. Son muy bajitas, no aptas para personas y de altura media (1,70 m). Consejo si vas porque no te queda otra: deja la toalla dentro. Te la roban como los champús y zapatillas, así que con mil ojos. Si no, tienes que pagar dos euros por la toalla. Y pilla una cama doble; si no es imposible caber ahí sola”, escribe Marta, una huésped que se ha alojado cuatro noches en este hostal.
Pese a las quejas por el ruido, la falta de ventilación y el calor, muchos de los clientes lo elogian y recomiendan y, en Booking, tanto Oxygen como Art Seven tienen una nota de 7,8. El espacio, reconocen algunos, es pequeño, pero, al final, “se trata de experimentar cosas nuevas”.
