¿Qué hay detrás del movimiento anti-protección solar?

El ‘cáncer’ de la desinformación

Pese a la evidencia científica que avala su eficacia, en redes sociales crece un movimiento en contra de los protectores solares, un tipo de negacionismo científico que incrementa el peligro de padecer cáncer de piel

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Una chica toma el sol sobre un pareo en la hierba del Parc de la Ciutadella de Barcelona 

Xavier Cervera / Colaboradores

Campan a sus anchas en TikTok e Instagram, arremetiendo contra un producto cada vez más indispensable: las cremas de protección solar. Son influencers, adalides de ‘lo natural’ quienes, a través de videos caseros, sostienen que las cremas solares no son necesarias o llevan “químicos” malignos, que provocan cáncer. Instan a dejar de usarlas y freírse bajo el sol, aunque también sugieren fabricarlas en casa o comprar los ungüentos que ellos promocionan.

El negacionismo ha llegado a la protección solar. Un campo donde la evidencia científica es abrumadora: la radiación ultravioleta, provocada por los rayos del sol, daña la piel. Un daño, como señalan desde la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV): “Que se va acumulando a lo largo de la vida, por eso es importante proteger la piel frente al sol”. Sin embargo, esta realidad se niega en la red, donde se dice que los fotoprotectores no son necesarios e, incluso, dañinos.

Se oyen tantas sandeces por las redes sociales que, aunque sean afirmaciones sin fundamento, hay que contrarrestarlas

José AguileraFotobiólogo, investigador y profesor de Dermatología

Uno de los argumentos esgrimidos es que nuestros ancestros no se protegían del sol. Un razonamiento poco sólido e incorrecto: la relación sol-daño cutáneo ya la intuían los antiguos egipcios, que se protegían del astro al que veneraban con telas de algodón y potajes a base de “salvado de arroz, jazmín y altramuces”, como detalla un artículo sobre la historia de la protección solar, publicado por el Baylor University Medical Center, de Dallas. En el mismo, se explica que los antiguos griegos utilizaban aceite de oliva para mitigar los efectos del sol (aunque su factor de protección solar, como señalan los autores, es muy bajo).

Los primeros fotoprotectores no se fabricaron hasta finales del siglo XIX. En parte, fueron la consecuencia de un estudio clave, publicado en 1889 por el profesor sueco Erik Johan Widmark, que demostraba que la radiación ultravioleta causaba eritema (inflamación) y quemaduras en la piel. Dos años después, el dermatólogo alemán Friedrich Hammer creó un preparado a base de quinina para proteger del sol. En 1896, otro alemán, el doctor Paul Unna, demostró la asociación entre la exposición solar y el cáncer de piel y acuñó un término Seemans Hautkarzinom o “carcinoma del marinero”, antes de inventar un protector solar, a base de castañas, que no tuvo demasiado éxito.

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Hasta ese entonces, el sol era algo que las élites evitaban y que los trabajadores no tenían más remedio que soportar. Sin embargo, en 1920, las cosas cambiaron: Coco Chanel puso de moda el bronceado, que se convirtió en signo de estatus y de salud. En paralelo, la ciencia reafirmaba la relación directa entre los rayos ultravioleta con el cáncer de piel.

Empezaron a desarrollarse productos más efectivos. En 1935, el químico Eugene Schueler, fundador de L’Oréal, lanzó Ambre Solaire, una crema que prometía: “Un bronceado cinco veces más rápido, sin quemaduras”. En 1946, tras quemarse escalando el monte Piz Buin, en Suiza, otro químico, Franz Geiter, creó el primer protector solar moderno. Lo bautizó con el nombre de la montaña. A Geiter se le atribuye la invención del “SPF”: el ranking que mide el factor de protección solar.

En España se diagnostican cada año más de 78.000 nuevos pacientes con cáncer de piel

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Ambas marcas aún existen y, en sintonía con la industria farmacéutica y cosmética actual, sus productos se centran en la protección y el cuidado de la piel y no en acelerar el bronceado. La sociedad es cada vez más consciente de los peligros de la exposición solar. No en vano, como señalan desde la AEDV, en España se diagnostican cada año más de 78.000 nuevos pacientes con cáncer de piel. Desde este organismo se da otro dato alarmante: en el 2040, el melanoma (el cáncer de piel más agresivo y con peor pronóstico), se convertirá en el segundo tumor en incidencia global.

Pero, pese a estos contundentes datos, hoy existe un movimiento en contra de la protección solar. Un negacionismo que han detectado en la AEDV: “Hasta el punto que tenemos un grupo para combatirlo, porque se oyen tantas sandeces por las redes sociales —donde cualquiera toma la batuta por tener likes— que, aunque sean afirmaciones sin fundamento, hay que contrarrestarlas”.

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Quien explica esto es el doctor José Aguilera, fotobiólogo, investigador y profesor de Dermatología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga. La fotoboiología es la ciencia que estudia los efectos de la luz en los seres vivos y, dentro de este campo, el doctor Aguilera es uno de los mayores especialistas en la relación sol-piel de este país. A este experto le escandalizan tanto esos turistas ingleses (“quemados, achicharrados”) que observó hace poco en un vuelo Málaga-Londres, como las falsedades que se vierten en redes contra la protección solar.

A lo largo de la entrevista las desmonta, una a una: los fotoprotectores, afirma: “Son plenamente seguros”. ¿Que tienen “químicos”? “Por supuesto, todo es química: un cosmético, el aceite, el agua… Todos son sustancias químicas; carbono, hidrógeno…”, responde. Y, aunque hay químicos que no son saludables, las entidades regulatorias que aprueban los productos de protección solar velan porque eso no ocurra: “¿Tú sabes cuánto tiempo se tarda en poner un filtro solar en el mercado? ¡Muchísimo! El rigor es absoluto”, dice.

En un estudio con niños analizamos los niveles de vitamina D de los que se ponían fotoprotector y los que no. ¿Quién tenía más vitamina D? ¡Los que utilizaban!

José AguileraFotobiólogo, investigador y profesor de Dermatología

Respecto a otra falsedad: que el utilizar crema solar bloquea la producción de vitamina D, este experto aclara que, para empezar: “Se necesita muy poco nivel de luz para sintetizar la vitamina D”. Pero, además, añade: “Hicimos un estudio con niños, en Huesca y en Madrid, donde analizamos los niveles de vitamina D de los que se ponían fotoprotector y los que no. Y ¿Quién tenía más vitamina D? ¡Los que utilizaban!”.

Sin olvidar, añade el doctor Aguilera: “Que mientras que no existe referencia bibliográfica de ningún caso de una alteración endocrina o de un tipo de cáncer por el uso de fotoprotectores tópicos, sí que hay solida evidencia científica de la cantidad cánceres de piel que se han prevenido por el buen uso de la protección solar, incluidas las cremas. ¡Se han prevenido millones de casos!”.

Protegerse del sol, insiste, salva vidas: “Hay que utilizar el sol de forma inteligente: disfrutarlo y llevarse todos sus beneficios, pero hay que ser consciente”. Recomienda evitar las horas de sol más intenso, protegerse siempre con ropa, gorros y crema fotoprotectora (aplicarla, incluso, en los lóbulos de las orejas). Sin olvidar buscar la sombra y evitar, en definitiva, la exposición ante un elemento que, sin prevención, daña. Incluso, mata. “Sería, como utilizar bien un coche: que es un magnifico medio de transporte, siempre y cuando se observen las normas de conducción y velocidad”, compara.

Hay que utilizar el sol de forma inteligente: disfrutarlo y llevarse todos sus beneficios, pero hay que ser consciente

José AguileraFotobiólogo, investigador y profesor de Dermatología

Pero, ¿qué pasaría si en redes sociales aparecieran personajes abogando por conducir a doscientos por hora y sin cinturón? Es una buena comparativa con los mensajes de este negacionismo anti-protección solar, que forma parte de un discurso más amplio, en contra de la ciencia. Un discurso que está llegando a puestos de mucho poder: el secretario de Salud de EEUU, Robert Kennedy (antivacunas, ultrabronceado y seguidor de las pseudociencias), también ha puesto a los protectores solares en el punto de mira. Para el doctor Aguilera, esta actitud es incomprensible: “Con tal de protestarle al sistema, la gente se agarra a cosas que están totalmente fuera, no sólo de la ciencia, también del sentido común, como los que dicen que la tierra es plana”, dice, sin ocultar su asombro. “Pero explicar esto sería quizás un tema más antropológico”, añade.

O filosófico: ¿Qué lleva a negar hitos como las vacunas, que han salvado millones de vidas, o renegar de soluciones tan efectivas como la fotoprotección? Para el filósofo y ensayista Norbert Bilbeny, este rechazo a la ciencia es un signo de los tiempos. “Y algo imparable, además. Una muestra más del individualismo asocial que hoy impera”.

Para Bilbeny, lo que busca el negacionista es autoafirmarse y decir: “A mi no me engañan, yo tengo mi verdad”. Una actitud narcisista, que no está basada en indicios: “Sino en una desconfianza individualista que no tiene elementos cognitivos propios”. Para este catedrático de ética en la Universidad de Barcelona, el individualista social de hoy no tiene —“ni quiere tener”— esta sutileza intelectual: “Simplemente, desconfía. De la ciencia, del sistema o de la efectividad de las cremas solares… Lo hace por irritación, por rabia; una rabia reactiva, en sintonía con una época culturalmente reaccionaria, en la que todo es emocional y personal”.

Y las redes, añade, son el medio esencial para esta corriente negacionista: “Las necesitan como el pez necesita el agua. Esta gente vive y se proyecta en las redes, que, en este caso, no merecen ser llamadas sociales, porque son nocivas.

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