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Un acuerdo de última hora salva el histórico colmado Quílez

COMERCIO

Un acuerdo de última hora salva el histórico colmado Quílez

Propias

Y las señoras se enteran de la noticia y manifiestan su alegría. "Qué bien", dicen entre suspiros de alivio, frente al mostrador del histórico colmado Quílez. "Yo ya me había hecho a la idea de que cerrabais para siempre". Y Faustino Muñoz, el director de la tienda, su sumiller, el encargado, asiente una y otra vez con sonrisa temblorosa, se le encogen los pómulos, se le ponen colorados, se le humedecen los ojos... Y el hombre va y se retira a la trastienda, un momento, a la parte de atrás, para recomponerse la expresión y alisarle las solapas de la bata antes de volver a la faena.


El Quílez se salva en el último momento, cuando todo parecía perdido, gracias a un acuerdo sobre la bocina, uno de hace apenas cuatro días, luego de que pocos días atrás colgaran el típico cartel con aires de réquiem de despedida y agradecimiento a todos sus clientes. Ahora, en un mes y medio, su viejo almacén será el nuevo queviures, un nuevo Quílez un pelín más pequeño, una versión más angosta y propia de estos tiempos de estrecheces. No tendrá tantos escaparates, no lucirá tanto, se conformará con un par bien pequeñitos. Pero estará en el mismo chaflán de toda la vida, donde siempre, con la puerta en el número 65 de rambla Catalunya. Y con las mismas caras preguntando qué desea, los mismos trabajadores que encadenan lustros en esta esquina entre Aragó y rambla Catalunya.


"Aquí los trabajadores siempre hacemos un brindis el 24 y el 31 de diciembre -sigue Muñoz-. Y el 31 los compañeros me dijeron que dijera unas palabras, que era la última vez que brindábamos... Y tuve un presentimiento. No quise decir adiós. Levanté la copa y dije 'ya veréis como al final no nos vamos'". Y rememorando aquel brindis Muñoz se emociona de nuevo. Como en una película de Frank Capra. Como James Stewart en Qué bello es vivir. Igual. Una especie de milagro que desafía las leyes del libre mercado, de la oferta y la demanda, del poder de las grandes cadenas textiles. Un suceso excepcional difícilmente repetible. La entrada en vigor de la ley de Arrendamientos Urbanos que obliga a renegociar los viejos alquileres a precio de mercado no entiende de finales emocionantes.


Este colmado abrió como confitería en 1908 y con los años fue sumando reformas y ampliaciones hasta ocupar todo el chaflán. Muñoz explica que su disposición actual ocupa dos locales de dos propietarios. Las conversaciones con el principal no llegaron a buen puerto. Pedía 22.000 euros al mes. Pero las entabladas con el segundo, con el dueño de los cerca de 90 m2 que aún funcionan como almacén, se cerraron hace pocos días. "Por 7.500 al mes, una cifra asumible. El propietario podría haber firmado con una multinacional por mucho más. Pero nos conoce. Sabe que no nos marcharemos de repente dejando el local hecho un asco. Acordamos con el otro propietario una prórroga hasta el 28 de febrero. Entre tanto ultimaremos las obras necesarias y la mudanza. Tendremos unos 30 m2 menos, pero emplearemos como almacén la otra tienda de destilados de la calle Aragó. Aquí tengo los planos. Quedará muy bien. En lugar de 895 referencias de botellas tendremos 747. Sí, tendremos que quitar algunas que apenas tienen rotación, pero conservaremos nuestra esencia, nuestros mármoles, nuestras cajas, nuestras lámparas, nuestros empleados... Y nuestros clientes".