Cien cadenas de televisión (sesenta en directo), ciento noventa países con imágenes de la carrera, audiencias que bordean a los cuatro millones de espectadores en Francia (por encima de los dos millones en España sólo en La 1, hay que añadir Teledeporte, Eurosport y Euskal Telebista) confieren al Tour un patrimonio mediático evidente. Pero la clave de todo está en unas solas manos: las de los realizadores de la televisión francesa. Y el reto cada año es el mismo: que las imágenes no fallen nunca. Los espectadores habituales del ciclismo saben que en una jornada de condiciones meteorológicas adversas hay muchos números de quedarse sin imágenes. La niebla, la lluvia intensa son sinónimos de pocas imágenes o directamente de quedarse a ciegas. En cambio, el Tour no suele tener problemas nunca. Y en el fondo todo está inventado: es una cuestión de pasta. El dispositivo que mueve el Tour no está al alcance de las otras carreras. El equipo de la televisión francesa para el directo de las etapas empieza con cinco cámaras que circulan en moto dentro del pelotón. El realizador decide cuál ofrecer en directo, pero en los últimos años cualquier aficionado puede hacerlo si sigue la carrera por internet. Tiene las cinco motos a su disposición para ir cambiando a placer. La moto 1 es la que filma a los escapados, la 2 se concentra en la parte delantera del pelotón. La 3 se sitúa al final, para controlar los corredores que se descuelgan. Y finalmente las motos 4 y 5 quedan a disposición de la realización con libertad de movimientos. Además, el Tour cuenta con dos helicópteros de filmación. Uno para las imágenes panorámicas del grupo principal y el otro para filmar los puntos más atractivos del paisaje, porque la venta turística de las bellezas de Francia es también una de las claves de su éxito televisivo. Pero todo este despliegue de medios no serviría de nada sin el gran secreto del Tour, que son los medios de enlace, lejos del presupuesto de las otras carreras. La televisión francesa utiliza un tercer helicóptero y dos aviones como garantía de enlazar las imágenes que filman las motos con unos puntos de recogida situados estratégicamente en el recorrido de cada etapa. Normalmente hay dos. Desde estos repetidores, las imágenes viajan hasta el satélite y de allí, hacia la meta, donde se sitúa el camión de realización. Una carrera con presupuesto ajustado tiene sólo un helicóptero de repetición y cuando las condiciones meteorológicas no lo permiten, no puede elevarse. Por lo tanto, lo que puedan filmar las motos no llega a ningún sitio. Con dos aviones, con capacidad de volar prácticamente en toda circunstancia, el Tour tiene garantizado que las imágenes llegarán siempre a su destino. Todo este despliegue de medios tiene un precio, y no es sólo el económico: un retraso final de dos segundos y medio. Es lo que tarda en llegar la imagen real al camión de realización y por lo tanto a los telespectadores. Los espectadores de los Campos Elíseos supieron ayer quién había ganado la etapa un par de segundos antes que el resto del mundo.