El lavado frecuente de prendas de ropa sintéticas llena el océano de nanoplásticos

Biosfera

El Atlántico Norte contiene 27 millones de toneladas de partículas plásticas invisibles, una cantidad muy superior a la esperada

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Pellets plásticos en la playa del Vilar en la parroquia de Covas de Ferrol, en costa gallega 

kiko delgado / EFE

Los nanoplásticos, partículas de este material que solo son visibles con un potente microscopio, invaden el océano, es decir, el 72% del planeta, en unas proporciones mucho más altas de lo que se pensaba hasta ahora. Con un diámetro inferior a un micrómetro (una millonésima parte de un metro), estos diminutos residuos, capaces de romper las barreras biológicas, son un riesgo para la fauna marina y, en consecuencia, para la salud de los seres humanos que se alimentan de ella. 

Solo en los 10 metros superiores del agua subtropical del Atlántico Norte, los científicos estiman que hay 27 millones de toneladas de nanoplásticos, la misma cantidad que estimaciones previas señalaban para todo el océano. A ellos hay que sumar todos los que les superan en tamaño y aún están en proceso de degradación.

Hasta ahora los investigadores se habían centrado en el análisis de los grandes residuos plásticos y de microplásticos -fragmentos de hasta cinco milímetros- que flotan en el agua, pero había pocos trabajos sobre estas partículas más pequeñas. A esa labor se lanzaron científicos alemanes y holandeses en 2020. Esta semana, publican en la revista Nature unos resultados alarmantes: hay un volumen sorprendentemente alto de esta contaminación microscópica en todas las capas oceánicas. 

El estudio aporta la estimación más precisa hasta la fecha de la presencia de nanoplásticos en el Atlántico

Provenientes de los ríos, la atmósfera, los barcos o las costas, consideran que su origen principal está en millones de lavados diarios de fibras sintéticas que sueltan microfibras o en los envases sintéticos, objetos grandes que acaban degradándose por acción del sol (la fotodegradación), las olas o por microbios que van debilitando un material que se inventó para durar. Como son partículas muy diminutas -incluso se han detectado en las nubes-, cuando llegan al mar no se dispersan flotando, como los micro y los macroplásticos, sino que lo hacen al chocar con las moléculas de agua. Estos movimientos hacen que su presencia sea más elevada en zonas como bahías cercanas a costas.

Las muestras de toda la columna de agua, desde la superficie hasta el fondo del Atlántico Norte, fueron recogidas durante una expedición en el buque oceanográfico holandés RV Pelagia en 12 estaciones (o paradas) a lo largo del océano, cinco en el giro subtropical, cuatro en el océano abierto y tres en la plataforma europea. En todas hallaron nanoplásticos. Gracias a la espectrometría de masas, los investigadores encontraron que, especialmente en los 10 primeros metros desde la superficie y cerca de las costas europeas, había una concentración muy alta de polietileno (PET), poliestireno (PS) y cloruro de polivinilo (PVC), llegando a la conclusión de que son en realidad el residuo dominante de toda contaminación marina por plásticos, aunque no se vea. 

Los nanoplásticos, de menos de una micra de diámetro, pueden acumulares en los tejidos de los animales marinos 

“Pese a estar subestimados hasta ahora son una grave amenaza para la fauna marina”, aseguran. Tanto el PET como el PS son muy utilizados en botellas y envases de alimentos. “Lo que nos sorprendió fue no detectar absolutamente ningún nanoplástico tipo PE [polietileno], un contaminante muy común como microplásticos en la superficie oceánica. No estaba en ninguna estación ni a ninguna profundidad. Es un misterio: o se altera tanto que no podemos detectarlo o existen procesos desconocidos que provocan su eliminación relativamente rápida, por ejemplo, mineralización, sedimentación”, explica Dušan Materić, autor principal y responsable del grupo de investigación en este tipo de contaminación en el Centro Helmholtz de Investigación Ambiental de Leipzig. El PE, más resistente a químicos, es típico de las bolsas o envases de productos de limpieza.

En la franja hasta los 10 metros de profundidad, Materić y sus colegas detectaron una concentración de nanoplásticos de unos 18,1 miligramos por metro cúbico de agua, mientras que cerca del fondo marino era tres veces menor. El récord está cerca de las costas europeas, con 25 miligramos por metro cúbico, pero incluso en alta mar, donde la cantidad es menor, los había, dado que pueden transportarse cientos de kilómetros por la atmósfera antes de ser depositados en el océano. 

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Los autores recuerdan que también se han encontrado a 300 metros bajo la superficie, donde se sabe que hay mucho poliéster, e incluso en los sedimentos del fondo y en aguas profundas que llevan ahí desde hace 400 años, siglos antes de que se inventara este material. “Esperábamos una acumulación en la superficie del giro del Atlántico Norte en comparación con zonas fuera de ese giro, pero solo estaba en las capas más profundas (por ejemplo, a mil metros de profundidad), lo que sugiere que hay una fuerte contribución atmosférica y una redistribución de los nanoplásticos en toda superficie del océano”, comenta el científico.

Lo preocupante, señalan, es que el tamaño de estos nanoplásticos les permite atravesar los tejidos biológicos y acumularse en los organismos vivos, un riesgo para la vida oceánica y posiblemente para la humana. “Este campo científico aún se encuentra en sus primeras etapas. Simplemente todavía no sabemos las consecuencias. Los efectos del plástico en los humanos y otras formas de vida son complejos y requieren más tiempo e investigación para comprenderse plenamente. Sin embargo, existen indicios de que, entre todas las fracciones de plástico, los nanoplásticos son los más activos toxicológicamente, ya que son lo suficientemente pequeños como para traspasar las membranas celulares”, confirma Materić.

Estudios previos, algunos recientes, ya han encontrado microplásticos, más grandes, en el semen y el flujo vaginal humano, el cerebro, el flujo sanguíneo, el riñón o la leche materna. Sobre los impactos en la salud, un estudio del pasado año, publicado en The New England Journal of Medicine, señala que tener nanoplásticos en las arterias aumenta el riesgo de sufrir un infarto o un ictus. Otro trabajo, este mismo año, de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) apunta a daños celulares. 

No menos preocupante es que estos nanoplásticos no pueden recogerse como los grandes. En este sentido, apunta como solución a la prevención y la mitigación. “Prevención implica reducir producción innecesaria, como la moda rápida, sustituir los plásticos por materiales naturales o alternativas eficaces, que no son los compostables porque suelen ser solo más débiles y se descomponen más rápido en nanoplásticos. Y los métodos de mitigación aún están en desarrollo y suelen ser soluciones costosas para un problema global, aunque podrían ser tecnologías eficaces en zonas con alta contaminación”, argumenta.

Cabe recordar que a comienzos del próximo mes de agosto se reanudan en Ginebra las negociaciones sobre un futuro tratado global contra la contaminación plástica y que, de momento, sigue habiendo una división entre quienes defienden poner límites de la producción de plástico virgen y quienes apuestan por centrarse solo en la gestión del ya usado, vía reciclaje.

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