Los perros se empezaron a diversificar de los lobos hace 11.000 años
Evolución canina
La reducción del tamaño del cráneo y la variación de formas sitúan la aparición del perro moderno al final de la última Edad de Hielo
Los perros más antiguos conocidos ya eran menores que los lobos y mostraban rasgos propios mucho antes de la cría selectiva iniciada en el siglo XIX
Los primeros perros modernos aparecieron hace unos 11.000 años, cuando sus cráneos comenzaron a diferenciarse claramente de los de los lobos. Esa transformación anatómica, documentada en fósiles del norte de Eurasia, marca el inicio de una nueva etapa en la relación entre ambas especies, el momento en que la convivencia prolongada con los humanos empezó a moldear físicamente al lobo y dio origen al perro. Un amplio estudio internacional ha logrado identificar con precisión ese punto de inflexión al inicio del Holoceno, mucho antes de las razas modernas, aportando una referencia sólida a cuándo y cómo empezó la domesticación canina.
El rostro de la domesticación
Para rastrear los orígenes del perro, los investigadores, que publican sus resultados en Science, analizaron 643 cráneos de cánidos de los últimos 50.000 años. Utilizaron morfometría geométrica tridimensional, una técnica que permite comparar digitalmente la forma y el tamaño de los huesos. “Nuestros análisis van más allá de la comparación tradicional entre perros y lobos modernos”, explica Carly Ameen, arqueozoóloga de la Universidad de Exeter y autora del estudio, en declaraciones a Guayana Guardian. “Incluimos especímenes arqueológicos con rasgos morfológicos incompatibles con cualquier población salvaje conocida”.
El equipo midió la distancia morfológica de cada cráneo respecto al patrón medio del lobo actual. Los resultados mostraron que todos los ejemplares del Pleistoceno tardío conservaban una anatomía típicamente lobuna, mientras que los tres cráneos hallados en el yacimiento mesolítico de Veretye (Rusia) ya presentaban una morfología inequívocamente doméstica. “La domesticación no es un proceso blanco o negro”, matiza Ameen. “Resulta de una relación prolongada entre las sociedades humanas y los cánidos”.
Qué cambió y por qué
Los perros más antiguos conocidos ya eran menores que los lobos y mostraban una mayor variabilidad en la forma del cráneo. Esa diversidad, según el estudio, surgió mucho antes de la cría selectiva iniciada en el siglo XIX. En palabras de Ameen, “la diversificación craneal de los primeros perros fue el resultado de una interacción compleja entre factores ambientales, historia de las poblaciones y selección inducida por los humanos”. Las variaciones climáticas tras la última glaciación, los cambios en la dieta —vinculados al consumo de desechos humanos— y las nuevas funciones cooperativas, como la caza o la guarda, probablemente contribuyeron a ese cambio anatómico.
Fotografía de un cráneo de cánido arqueológico (arriba) y un cráneo de perro moderno (abajo) utilizados para la reconstrucción de modelos 3D en el estudio
La arqueozoóloga Maria Saña Seguí, de la Universitat Autònoma de Barcelona, que ha colaborado en el proyecto con materiales de yacimientos ibéricos, subraya la dificultad de trazar una frontera clara entre lobo y perro. “Durante el tránsito entre el Pleistoceno final y el Holoceno inicial debieron de existir lobos habituados a la presencia humana, semidomésticos, que convivían con las comunidades sin llegar a formar poblaciones plenamente domesticadas”. Según Saña, esa transición “no fue un salto repentino ni un fenómeno puramente morfológico, sino una transformación gradual donde los factores ecológicos y sociales precedieron a los cambios visibles en los huesos”.
Un vínculo que cambió la evolución de ambas especies
El estudio muestra que la domesticación dejó una huella medible en el cráneo. La forma del hueso cambió como consecuencia del nuevo modo de vida: una dieta más blanda, menor necesidad de cazar y una relación creciente de cooperación con los humanos. Es el llamado “síndrome de domesticación”, observado también en otros animales, que conlleva rasgos más pequeños, caras más redondeadas y conductas menos agresivas.
No obstante, advierten los autores, la forma no siempre revela la esencia. Algunos perros actuales conservan cráneos muy parecidos a los de los lobos, y no por ello dejan de ser domésticos. Por eso, la identificación de los primeros perros requiere integrar la morfología con datos genéticos y arqueológicos. El contexto del hallazgo, la cronología y la asociación con restos humanos son tan relevantes como la medida de un hueso.
El análisis también sugiere que la diversidad temprana de los perros podría reflejar varios procesos de domesticación en paralelo. “La gran variabilidad craneal que observamos podría deberse a adaptaciones regionales dentro de una sola domesticación o a múltiples centros de origen que produjeron distintos tipos de perro”, explica Ameen.
El trabajo recuerda que la historia del perro es también la historia de la humanidad. Preguntada por el impacto cultural de esta relación, Carly Ameen considera “poco probable que las sociedades humanas hubieran evolucionado igual sin la presencia de los perros”. Durante milenios, añade, “fueron compañeros de caza, guardianes, ayudantes de pastoreo o transporte e incluso una fuente de recursos. Pero, sobre todo, transformaron nuestra organización social y simbólica. La relación humano–perro fue una de las más tempranas y decisivas de la evolución cultural”.