Pregunta: “¿Qué hace una mujer exploradora en el Ártico?”. Respuesta: “Cocinar para su marido, el explorador”. Cosas parecidas y aún peores tuvo que escuchar y leer en la prensa de la época Josephine Diebitsch ((1863-1955). Cuando se cita a los grandes héroes de los desiertos helados casi nunca se la menciona a ella y sí a su esposo, Robert Peary, una de las grandes leyendas del polo Norte, junto a Frederick Cook.
Peary y Cook son al Ártico lo que Roald Admundsen y el malogrado Robert F. Scott a la Antártida. Pero Josephine Cecilia Diebitsch Peary, su nombre completo de casada, fue muchísimo más que una cocinera o que la señora Peary. Es innegable que cocinó en las expediciones de su marido y que resultó una figura clave para la intendencia de los expedicionarios. Pero, hija de un militar prusiano, también cazó cuando fue necesario.
Josephine fue, sobre todo, una pionera de la etnografía y la antropología. Gracias a sus libros conocemos los hábitos de vida en uno de los rincones más inhóspitos del planeta. Vivió entre las gentes de aquellas tierras, los inuit, los mal llamados esquimales (un insulto que en la lengua del pueblo más septentrional de la tierra significa los que comen carne cruda). Su mirada sobre ellos fue absolutamente revolucionaria…
Mientras que para los exploradores consagrados, incluido su marido, los inuit eran poco más que unos actores secundarios de la historia, una molestia necesaria, para ella eran congéneres que supieron adaptarse de maravilla a las condiciones de vida más extremas del planeta. Estamos seguros de que, si estuviera viva, a esta mujer irrepetible le gustaría que hayamos dejado para el quinto párrafo lo que siempre se destaca de ella.
'Diario ártico' y 'Bebé de las nieves'
La línea del horizonte reúne en dos libros todos los relatos de esta aventurera
La primera mujer que dio a luz tan al norte de la Tierra. Titulares como este, o parecidos, se pueden leer sobre ella. Dio a luz, en efecto, a treinta grados bajo cero en la tundra ártica. Pero ni mucho menos era la primera mujer que lo hacía, y ella lo sabía a la perfección. Solo fue la primera blanca en hacerlo (y además tuvo la ayuda de una enfermera y comadrona que viajó con ella y que ha sido aún más ninguneada, Suzan Cross).
Ni fue una simple cocinera ni tampoco la primera parturienta del Ártico. Miles de mujeres llevaban siglos dando a luz sin que los periodistas se echaran las manos a la cabeza. Su primer viaje a Groenlandia, en 1891, causó sorpresa ante una sociedad puritana, que veía indecente que una recién casada compartiera 13 meses una exigua cabaña de madera con su marido y cinco hombres más, el resto de expedicionarios.
Josephine Diebitsch, en 1933
Y si esa fue la reacción a su primer viaje, qué decir de la respuesta que suscitó el segundo, en el verano de 1893, cuando se embarcó junto a su marido embarazada de cinco meses. Dio a luz donde jamás ninguna otra mujer (blanca) lo había hecho, a 77° 44’ de latitud norte, en una cabaña del fiordo Bowdoin, en el golfo McCormick, en el extremo noroeste de Groenlandia. El parto suscitó asombro y rechazo a partes iguales.
La editorial La línea del horizonte ha publicado por primera vez en español el libro Diario ártico y los relatos Bebé de las nieves y Niños del Ártico, recogidos en un único volumen, con una espléndida traducción y prólogo de Pilar Rubio Remiro, que elogia a la aventurera y exploradora por labrarse “un hueco en un espacio reservado al heroísmo masculino”. El bebé de las nieves, así bautizó la prensa a la hija del matrimonio Peary.
Marie, la hija de los Peary
El nombre completo de aquella niña refleja el carácter de la madre: Marie Ah-Ni-Ghi’-To Peary, en honor a la inuit que le cosió sus ropas de piel. Nadie como Josephine Diebitsch podía empatizar más con las mujeres del Ártico, que trabajan tanto como los hombres, pero además debían cuidar de los hijos. Por eso, la pequeña Marie tenía un nombre mixto. Madre e hija viajarían todavía cuatro veces más a las regiones polares.
En esas expediciones se horrorizó ante costumbres como los infanticidios que muchas madres cometían cuando enviudaban, pero comprendió que lo hacían porque no tenían más remedio y ante la falta absoluta de recursos. O los ahogaban o los condenaban a una muerte mucho más lenta y cruel por inanición. En otro viaje también descubrió la doble vida de su marido, que tenía una amante inuit con la que tuvo un hijo.
Marie se llama Ah-Ni-Ghi’-To por su única tía, la inuit que le hizo un abrigo”
Cuando enfermó Allaka, la madre de aquel niño, Josephine tomó precauciones para que el pequeño no sufriera la terrible ley del hielo si la mujer moría, cosa que afortunadamente no sucedió. El matrimonio Peary no se separó y ella, que le sobrevivió 35 años, siempre defendió su memoria y sus logros, sobre los que cada vez hay más dudas (hoy resulta muy discutible que conquistara realmente el polo Norte).
Hemos querido recordar en vísperas del 8-M a esta mujer, que también tuvo claroscuros, pero muchísimos menos que su marido. De no ser por las conferencias que dio a lo largo de Estados Unidos y del tremendo éxito que conocieron sus libros, Robert Peary no habría obtenido la financiación para sus aventuras. Ella nunca se lo echó en cara, ni siquiera cuando descubrió sus otras aventuras, las extramatrimoniales.
Mientras su marido trataba a los inuit casi como objetos de interés científico, ella los consideraba parte de su familia. Se emparentó con la mujer que cosió el primer abrigo de piel de Marie, a la que otorgó el título de tía de la pequeña. El video de arriba, de la agencia federal que custodia documentos y archivos históricos de Estados Unidos, muestra el viaje que hizo al Ártico en 1932 Marie Ah-Ni-Ghi’-To (o Ahnighito) Peary.
Fue hasta el cabo York, en Groenlandia, para supervisar la construcción de un monumento para su padre, fallecido doce años antes. Su madre, la cocinera, no murió hasta 1955. A nadie se le ocurrió jamás que ella también se merecía una escultura. Y quizá más que él. Nunca sabremos si Robert Peary hizo todo lo que se le atribuye, pero sí sabemos que ella vio lo que él no quiso o no supo ver: que el polo Norte ya estaba conquistado.
