Hay algo hipnótico en el color del matcha, en su verde intenso que parece prometer calma y energía a la vez. La bebida tan presente en Instagram y menús de brunch, nació hace siglos en la penumbra de los templos, acompañado por el susurro del agua tibia y el roce de la brocha de bambú sobre el polvo verde.
Muchos piensan que el matcha tiene raíces japonesas. En realidad, su historia comienza entre los siglos VII y X, en China, cuando las hojas de té se cocían al vapor y se prensaban en bloques para facilitar su transporte. Con el tiempo, la preparación del té se perfeccionó; fue entonces cuando el monje nipón Eisai, conocido hoy como el padre del té japonés, viajó a China, donde descubrió el arte de moler las hojas de té. En 1191 regresó a Japón con semillas y el secreto del matcha. Las plantó en un templo de Kioto, y hasta hoy es allí donde crecen las mejores hojas de té del país. Escribió un tratado que popularizó la costumbre de beber té.
En nuestros días, con el auge del turismo en Japón y la moda del matcha en Europa y Estados Unidos, la demanda se ha disparado. En algunas cafeterías japonesas se han visto obligados a limitar la venta a una bebida por persona y las compañías de té han empezado a priorizar a sus clientes habituales ante la escasez. La cosecha de 2025 le dará un respiro al mercado, pero no solucionará el problema de fondo: el consumo de matcha alcanzó un récord histórico el año pasado.

Matcha Crew
C/ de València, 418
Es la historia con la que Carlota Comellas, gerente de Matcha Crew, arranca cada taller de matcha en esta cafetería especializada. Sus fundadores Eva Wei y su marido Kino abrieron su primer local en Helsinki y en agosto del año pasado llegaron aquí.
En el taller los amantes de matcha catan y aprenden a notar las sutilezas de diferentes variedades. Sencillo a simple vista, el arte del matcha tiene sus leyes. El agua tiene que estar a 75 grados, los movimientos del batidor que oxigenan la bebida formando una espuma ligera deben ser precisos, y, finalmente, los utensilios –tan delicados como los cuchillos de un chef– requieren mimo para evitar su deterioro y la aparición del moho.
“El matcha es un lujo que exige paciencia y cuidado: desde la forma en que se cultiva hasta las técnicas para recoger y moler sus hojas. Un pequeño error, y sus hojas pierden sus cualidades únicas”, explica Carlota Comellas, mostrando variedades en distintos tonos de verde. Cada variedad es algo íntimo, todas llevan la fecha de nacimiento de un ser querido de la fundadora. 60 es por su madre, 93 por su marido, 89 por su hermana, 03 por su primer hijo, 15 por su segundo hijo…
Ubicado a pocos minutos de la Sagrada Familia, Matcha Crew es popular tanto entre los vecinos del barrio como entre turistas. Su carta, menos tradicional y llena de opciones, puede desorientar al principio, pero los baristas y las fotos de las bebidas te ayudan a decidirte. Y aunque es un proyecto joven, ya piensan en abrir un segundo local.

Ikenocha
C/ de París, 149
Este local que abrió a mediados de noviembre, ya tiene colas en la puerta. Detrás de su nombre, que significa “el té de la familia Ikeda”, están Chika y Satoshi Ikeda, dos japoneses que sirven cada taza de matcha con sus propias manos. El matcha que utilizan proviene de la ciudad Uji, en Kioto, conocida como la cuna de los mejores tés verdes del país. Dentro suena música suave, farolillos japoneses flotan en el aire, tapices decoran las paredes y, junto a las mesas, descansan piezas de cerámica de 200 años que Chika Ikeda –amante de las antigüedades y cocina– trajo consigo desde Japón.
Cuenta que en su familia el matcha forma parte del día a día. El método tradicional –usucha– supone tomarlo solo, pero, al combinarlo con distintos tipos de leche, descubrieron que cada ocasión requiere una variedad distinta. “La leche aporta matices diferentes. Hemos llegado a descartar alguna tan popular como la de coco, porque resulta demasiado fuerte e interfiere con el sabor delicado del matcha”, comenta Ikeda.

Nori
C/ de Sardenya, 198
Aunque a la mayoría de cafeterías el matcha llega de Japón, Esther Du y Nick Cao han decidido ir un paso más allá y volver a las raíces de esta bebida milenaria: su país natal, China. “No entendíamos cuál era un buen matcha y cuál no. Ir probando al azar no era una opción”, explica Esther Du. Por eso dedicaron más de un año a formarse, a catar distintos polvos de matcha e incluso viajaron a China para conocer en persona a los dueños de los jardines de té que hoy son sus principales proveedores.
Nori, que abrió hace solo dos meses, también recuerda a un pequeño jardín, con troncos que emergen del suelo y flores por todas partes. Ofrecen tres variedades de matcha, de la más suave a la más amarga, además de cafés de calidad y brunch. Esther Du observa que cada vez más clientes eligen el matcha como una alternativa al café tradicional, porque “les acompaña toda la mañana, sin esos picos bruscos de energía”. De hecho, al combinar cafeína con L-teanina, un aminoácido que ayuda a suavizar los efectos de la primera, el matcha proporciona una estimulación más equilibrada y duradera.

Bonsai Coffee & Matcha
C/ de Casanova, 146
Maarten Lamberts, ex chef de restaurantes con estrella Michelin en los Países Bajos, decidió dar un giro radical a su carrera y hace cuatro años abrió Bonsai. Pero fue hace uno cuando decidió enfocarlo en el matcha. Junto a su esposa japonesa, Eri Shiroyama, viajaron a Japón para escoger los mejores y premiados tés de Yame, Kagoshima y Kioto. La idea es ofrecer distintos matices siempre manteniendo la calidad premium. “Así como en el café puedes pasar del espresso al flat white, queríamos que en el mundo del matcha también existiera esa posibilidad”, dice Lamberts. Por eso, cada pedido se personaliza según lo que busca el cliente.

Niwa
C/ de Vallirana, 78
Lo que empezó como una cafetería pensada para los alumnos de la vecina escuela de idiomas asiáticos, hace un año evolucionó a Niwa. En su carta, el matcha viene de diferentes regiones de Japón: el de Kagoshima, con su sabor floral y equilibrado entre dulce y amargo, o ediciones especiales de marcas japonesas conocidas.
Mònica Somalo, profesora de japonés y una de las socias del proyecto, cuenta que los extranjeros suelen optar por las versiones más dulces, algo vistoso para la foto, en cambio, los autóctonas piden su matcha latte sin azúcar. Los gustos cambian según quién cruza la puerta.
Si hay un postre que merece una mención aparte, son sus cuadraditos de chocolate blanco y matcha que parecen unas pequeñas gemas. “Antes el matcha era cosa de amantes de Japón, ahora lo elige quien busca sus propiedades y sabe exactamente qué quiere”, concluye Mònica Somalo.