“No me duele gastarme 8.000 euros en una cena, cada uno tiene su afición”: la pasión de Alberto, aficionado a los restaurantes de lujo desde los 12 años

Gusto por la alta cocina

El coste elevado de muchas cenas proviene de botellas muy raras que alcanzan cifras de miles de euros y que a menudo se reparten entre varios comensales para hacerlas más asumibles dentro de la velada

Una pareja va al restaurante de Bad Bunny y no dan crédito cuando les traen la cuenta: “Lo va a pagar ella, yo me voy al baño”

Pagar cuentas astronómicas en restaurantes nunca le supuso un problema sino una elección personal

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Sentarse a una mesa de Estrella Michelín se convirtió en un hábito para Alberto cuando aún era un niño. Mientras la mayoría de chavales elegían entre hamburguesas o espaguetis, él probaba menús de degustación en restaurantes de renombre.

Ese contacto tan temprano con la alta cocina marcó su manera de relacionarse con la comida y explica por qué hoy, dos décadas después, sigue apostando por los restaurantes de lujo como parte esencial de su vida.

Como pez en el agua

Los nuevos templos gastronómicos crecieron ante sus ojos

Con el paso de los años, ha presenciado cómo surgían locales que después se convirtieron en referencia mundial. Al hablar de aquella etapa en una entrevista en Y ahora Sonsoles recuerda que “el primer DiverXO me impresionó muchísimo y entonces solo era un cuchitril”. La naturalidad con la que se mueve en estos espacios se debe en gran parte a que sus padres le inculcaron la costumbre de acudir a este tipo de locales desde la infancia.

Las cifras que maneja en sus salidas gastronómicas pueden parecer excesivas, pero él lo vive con normalidad. Ha llegado a pagar facturas que superaban los 8.000 euros y lo cuenta sin reparos.

En esa misma conversación explicó que “cada uno tiene su afición, hay gente que se gasta 2.000 euros en un partido de fútbol”. Su filosofía es sencilla: prefiere ahorrar en otros aspectos de su vida para reservar dinero con el que disfrutar de estas comidas.

Para él, la clave está en los vinos exclusivos, que son los que elevan las facturas a cantidades tan altas. Lo detalla con claridad: “Esos precios son por el vino. Cuando son muy exclusivas, pues tienen precios de 500, 1000 o 12000”. El coste final, añade, también depende de cómo se reparta la cuenta, ya que “esas cuentas hay que dividirlas entre comensal”.

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Alberto no considera que comer en un restaurante de lujo sea un capricho ocasional, sino una parte más de su día a día. Y no tiene cargo de conciencia. Lo curioso es que esa afición, que comenzó como un plan familiar, ha terminado definiendo su forma de entender la gastronomía.

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