Me interesan desde hace años las potencialidades de aplicar la inteligencia artificial a la gastronomía, e intento hacer un seguimiento de las novedades que puedan incidir en esta relación.
Como suele pasar con la recepción social de los avances tecnológicos, la percepción de tales fenómenos por parte de la ciudadanía se mueve entre el escepticismo, el entusiasmo y la desconfianza.
Nadie sabe a ciencia cierta lo que pasará dentro de 10 años o 10 minutos, pero mientras unos expertos profetizan que la IA cambiará nuestras vidas de forma definitiva y casi inmediata otros rebajan las expectativas en cuanto a su alcance y velocidad (mi humilde opinión es que ambas visiones son acertadas, aunque suene paradójico). Algunos de estos expertos, como el pionero Ramon López de Mántaras, nos alertan de que nada puede ser realmente inteligente sin un cuerpo para interactuar con el mundo. Por muy capaz que sea la llamada inteligencia artificial de procesar datos masivos y generar un discurso increíblemente parecido al humano, por muchas recetas que pueda estructurar a partir de las que encuentre en internet, no puede saborear ningún plato. Y tampoco podrá del todo cuando la acoplen a un robot con lengua y nariz electrónicas porque la cosa no sólo va de sensores. El placer —una emoción— es esencial para saborear.
La IA puede componer sonetos al verano en decenas de idiomas, pero nunca sabrá lo que es pasar calor. La realidad nunca se dejará digitalizar del todo. Para entender realmente cualquier cosa hay que vivirla, esto lo hemos sabido siempre. Nunca se me ha pasado por la cabeza que pudiera hacer la crítica de un restaurante sin haber comido en él. Espero que, ni a mí, ni a nadie.
A ningún ser humano me refiero, porque se lo acabo de pedir al ChatGPT y en cuatro segundos me ha redactado una concienzuda crítica del superestaurante de mis queridos Castro, Xatruch y Casañas que valora aspectos del Disfrutar como la cocina, el gusto y el equilibrio, los riesgos o el precio antes de unas conclusiones que acaban literalmente “Para mí, hoy en día es el restaurante más excitante de Barcelona, si quieres entender dónde puede llegar la cocina contemporánea”. Tras lo cual se me ha ofrecido para hacerme; 1-Una lista de los platos más destacados que suelen ofrecer. 2-Una crítica aún más detallada por si me planteo ir o 3-Compararlo con otros grandes de la ciudad (Moments, Enigma, Cinc Sentits…) ¡Ole tú! Hay que admitir que seguridad no le falta al cacharro.
En mi caso, para acercarme a comprender qué es y que significa realmente la cocina, ya desde muy joven intenté, por un lado, comer en los restaurantes más interesantes del planeta en la medida que pudiera (y, teniendo en cuenta que nunca he sido rico, pues ni tan mal). Del mismo modo me planteé visitar las tradiciones alimentarias más prestigiosas del mundo en un momento en que las cocinas llamadas étnicas prácticamente no eran conocidas ni valoradas.
Butter Chicken Curry servido con arroz basmati
Aprovechando oportunidades de la más diversa índole, he sido pinche durante una semana en el Rockefeller Center de Nueva York, chef durante un mes en Hong Kong, he cocinado puntualmente en Japón, México o Turquía… Pero sobre todo he comido en un domicilio particular en Ouarzazate, en un Monasterio cerca de Seúl, en un mercado en Cuzco, en una feria en Arcachon, en un poblado en Chiang Ray, en una playa en las Antillas, en un festival en la Toscana, en una fiesta Chiloé, en un comedor universitario en el Piamonte, en una terraza en Ammán, en un museo en Londres, en una cocina comunitaria municipal de Copenhague, en un colegio en Medellín, en un barco en la Amazonia… Y he ido a conocer el trabajo de productores, pescadores, pastores, artesanos, industrias, comercios y muchas mujeres sabias que conservan el tesoro del recetario patrimonial en cada lugar, casa y pueblo.
Pero me faltaba la India. Nunca había visitado la India y sabía que eso era una falta en mi carné de peregrino gastronómico. Había comido en buenos restaurantes europeos dedicados a su gastronomía y hasta entrevistado a algún gran chef. La complicidad de Ivan Surinder y su familia me habían enseñado unos cuantos rudimentos de cómo se come en ese gran país que ha aportado tantos tesoros gastronómicos al patrimonio universal. Pero me faltaba comer en la India. Estar en la India y comer.
Por fin lo he podido hacer. Continúo sin saber prácticamente nada de las cocinas indias, pero por fin puedo empezar a comprender algo, ni que sea un poquitín, de lo que son y lo que significan.
Porque, por unos pocos días, lo he vivido. In situ.
