No les voy a engañar, en días como hoy, si pudiera, pasaría de escribir. Ante tanta tragedia, tanta hambre y tanta sinrazón uno no es capaz de argumentar nada. Si el espectáculo del sufrimiento y la muerte no te interpelan, es que no eres humano. Otra cosa es la sensación de impotencia. El no saber qué hacer más allá de escandalizarte en voz alta a cada nuevo impacto… y después resignarte quizás cobardemente a tirar para adelante porque tienes la suerte de poderlo hacer.
Recibo un whatsapp de mi prima Esther que el día anterior nos visitó: “Toni, ayer empezamos hablando de Gaza y acabamos haciéndolo de cultura, hoy leo esta cita en La Vanguardia :El mundo se desintegra y la cultura es la mejor manera de no enloquecer.” Le pido que me pase la referencia, es esta crónica de Lara Gómez Ruiz sobre la visita de Priscilla Morris a Barcelona para presentar su novela Las mariposas de Sarajevo. Les copio la cita final sobre el arte “nos ayuda a dar sentido a nuestras vidas y nos permite dejar de ser animales que se limitan a sobrevivir. En un asedio y en una guerra se busca limitar a las personas a su mera existencia. Tienes cada vez menos provisiones de alimentos, no tienes agua ni electricidad y te pueden matar en la calle. El mundo se desintegra, pero hay que pensar en más cosas para no volverse loco y la cultura es la mejor manera”.
En la conversación del día anterior con mi prima habíamos acabado hablando del montaje del Giulio Cesare de Händel en el Liceu y de la relación de la gente joven con el consumo de la cultura musical.
Salvo excepciones, tampoco yo, cuando era joven, iba a la opera, pero, en la medida en que mi precaria economía de estudiante lo permitía, sí que asistía a conciertos; sobre todo de jazz, desde El Taller de Músics a Miles Davis, Dizzie Gillespie, Chick Corea, Tete Montoliu, Paquito D’Rivera, Perico Sambeat, Manhattan Transfer, Pegasus, Barbara Hendricks, Horacio Fumero, Pat Metheny, Paco de Lucía o Djavan. También de rock o pop, claro.
Ahora soy más de Sílvia Pérez Cruz y siempre he preferido los auditorios pequeños, pero reconozco que, en mis mocedades, algún estadio cayó; Bowie, el Boss, los Stones… Por cierto, Manolo García y Quimi Portet, acaban de anunciar, tras ver cómo se agotaban en horas las entradas en estadios de la gira de retorno del Último de la Fila, nuevas fechas de conciertos, pero también que controlan los precios para que no se disparen como ha pasado recientemente en otros casos.

Los cantantes Manolo García y Quimi Portet del Último de la Fila
Y es que, en los últimos tiempos, fenómenos como Taylor Swift o Coldplay están multiplicando sus actuaciones multitudinarias por todo el planeta, y algunas entradas llegan a costar un dineral, como en la nueva gira de Bad Bunny. Escucho a un experto musical atribuir esta megamasificación global de los grandes conciertos y festivales -que los ha convertido en un apetitoso negocio para los fondos de inversión- a la todopoderosa influencia de Instagram y Tiktok en nuestra sociedad.
Antes también íbamos a sitios porque había que estar y para contarlo, claro. No éramos más listos (al contrario). Ni somos ahora más gregarios, aunque nos comportemos como tal. Es la omnipresencia de las redes sociales en nuestra vida la que hace que necesitemos ir (todos) a determinados (los mismos) sitios para subir un reels, una story, un video o una selfie que demuestre que también nosotros formamos parte de esta tribu mundial que nos conforma y define. Nuestro FOMO, nuestro miedo a perdérnoslo es, cada vez más, pavor.
Si se fijan es exactamente lo mismo que vengo contando hace tiempo sobre nuestro comportamiento alimentario. Repito siempre que hemos pasado del somos lo que comemos al somos lo que colgamos. Nos construimos subiendo a las redes nuestros autorretratos mientras comemos tal hamburguesa en la cadena de moda o hacemos cola para comprar el dulce que acaba de ganar el concurso del año.
El relato de nuestra existencia en relación con la sociedad, nuestros apetitos y deseos, nuestra personalidad, nuestra cultura alimentaria y nuestro lugar en el mundo están hoy colgados en una nube digital.
El mismo experto musical expone que, en Inglaterra se ha empezado a cobrar una libra por entrada en los conciertos de más de cinco mil personas para dedicarla a apoyar a los músicos locales. No interpreten que soy partidario de los aranceles por favor, pero no he podido evitar pensar en nuestros campesinos, artesanos alimentarios, fondas independientes y productores locales porque necesitamos cultura y agricultura.
Acabo confesando que la noticia del retorno a los escenarios de El último de la fila me ha retrotraído a aquel macroconcierto Human Rights Now! de 1988 en el que participaron junto a Bruce Springsteen y la E Street Band, Sting, Peter Gabriel, Tracy Chapman y Youssou N’Dour para concienciar sobre la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ya ven que, en algunas cosas, el progreso no progresa adecuadamente.