Milena González, psicóloga: “Cuando un niño tiene muchas rabietas, solemos etiquetarlo rápidamente como 'difícil', pero esa etiqueta habla más de nuestro desconocimiento que del niño”

Crianza 

La autora de 'No hay niños difíciles' desmonta los mitos más comunes sobre las rabietas infantiles y explica cómo acompañar de forma respetuosa a los más pequeños en sus explosiones emocionales.

Milena González, psicóloga

Milena González, psicóloga

Las rabietas infantiles suelen vivirse con frustración tanto por parte de los niños como por parte de los adultos. Sin embargo, según la psicóloga Milena González, especializada en trauma, apego y psicoterapia infantil, no son un error que hay que corregir, sino una oportunidad de conexión emocional y aprendizaje. 

Así lo explica en su libro No hay niños difíciles (Ed. Zenith), donde propone un enfoque comprensivo y basado en la neurociencia para abordar estos momentos de desregulación.

Las rabietas no son desafíos

Una forma de expresión legítima. “La rabieta no es un fallo del niño, sino una forma legítima (aunque inmadura) de expresar lo que aún no sabe decir con palabras”, afirma González en una entrevista para la revista ¡Hola!. A pesar de ser un fenómeno común en el desarrollo infantil, los adultos suelen interpretar estas explosiones como actos de rebeldía o desafíos personales, lo que dificulta una respuesta adecuada.

Las rabietas son comunes en niños de entre 1 y 3 años, aunque pueden llegar a alargarse hasta edades mayores.

Las rabietas son comunes en niños de entre 1 y 3 años, aunque pueden llegar a alargarse hasta edades mayores.

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Lo que necesitan los niños no es castigo ni indiferencia, sino presencia adulta calmada que les ayude a atravesar el malestar emocional. “Estoy aquí, incluso cuando es difícil para ti”, debería ser, según la psicóloga, el mensaje central que todo niño reciba durante una rabieta.

La función de la rabieta

Descarga, expresión y aprendizaje. Para González, la rabieta no busca manipular, sino comunicar una necesidad interna. Puede ser una frustración, una emoción intensa o una necesidad no cubierta. Y, lejos de ser un problema, es una etapa clave para que el niño aprenda a regularse emocionalmente.

Milena González, psicóloga

Milena González, psicóloga

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Es decir, la rabieta es parte del proceso madurativo del cerebro, no una muestra de mala educación. De hecho, requiere acompañamiento empático para que el niño pueda desarrollar habilidades futuras como el autocontrol o la gestión emocional.

No hay niños difíciles, hay niños que necesitan ser comprendidos. Uno de los pilares del enfoque de Milena González es desmontar el mito del “niño difícil”. “Cuando un niño tiene muchas rabietas, solemos etiquetarlo como ‘difícil’, ‘caprichoso’ o ‘insoportable’. Pero esa etiqueta habla más de nuestro desconocimiento que del niño en sí”, sostiene.

Cada niño reacciona desde su temperamento, un rasgo biológico que condiciona cómo vive y expresa sus emociones. Conocerlo permite al adulto ajustar su respuesta educativa, adaptándose al ritmo y las necesidades del niño.

Un niño muestra su enfado

Un niño muestra su enfado

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La técnica de las 3 P

En No hay niños difíciles, González propone la técnica de las 3 P para acompañar de forma respetuosa los momentos de desregulación:

  1. Poner un límite de forma clara y segura.
  2. Pensar en lo que motiva la conducta del niño, con empatía.
  3. Poner en palabras lo que siente y ofrecer una alternativa más adecuada.

Esta técnica ayuda a los más pequeños a desarrollar lenguaje emocional y nuevas herramientas conductuales. Pero también es una guía sencilla para padres y madres que desean actuar con más calma y comprensión.

Lo importante no es calmar la rabieta, sino acompañarla. La intensidad emocional de cada niño varía, y algunos tendrán más dificultad para calmarse. Pero eso no significa que estén actuando mal. “En la infancia, el autocontrol no se exige: se aprende”, recuerda González. Y se aprende con presencia, no con exigencia.

En este sentido, la clave no es eliminar las rabietas, sino acompañarlas con empatía y firmeza. El objetivo no es evitar que el niño sienta, sino enseñarle que puede atravesar esas emociones con la ayuda de un adulto que lo contiene y lo comprende.

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